Un día, un médico fue a visitar a un enfermo de un caserío de las afueras del pueblo. Detectada la enfermedad, el médico encargó a la mujer del enfermo que cada dos horas le diese una pastilla.
La mujer, preocupada, preguntó al médico:
-¿Pero cómo voy a hacerlo? ¡Si no tenemos ni un reloj en la casa!
-¿Ningún reloj? Veamos... ¡Ya está! Cuando le parezca que ya han pasado dos horas, le da la primera pastilla.
-¡Diablos! Qué difícil me lo hace, doctor. No sé si sabré hacerlo.
-Vamos, mujer, que no es tan complicado. Mire, cada vez que cante el gallo, le da una píldora.
Al día siguiente, el médico volvió a visitar al campesino enfermo y vio que había empeorado. Algo molesto, retó a la mujer:
-¿Por qué no ha hecho todo lo que le dije?
-¡Claro que lo he hecho! -afirmó ella-. Demasiado bien, incluso... Y por haberle hecho caso, mire lo que me ha pasado: a la tercera píldora que le he dado al gallo, me he quedado sin comida de Navidad.
-¡¿No me diga que le ha dado las pastillas al gallo?!...
-¡Claro! Yo hice lo que usted me dijo. Cada vez que el gallo cantaba le daba una píldora, y por culpa de sus recetas el pobre animal estiró la pata. ¡Y mi marido enfermo en cama!
Cuento popular extraído de ¡¿Ay, que risa! Barcelona, Editorial Grao.