En la gravísima emergencia que vivimos, más que nunca es evidente que una de las causas internas del desastre es el deterioro de la Educación y la Lectura. Por años, por décadas, se destrozó la educación pública mientras era irrefrenable la contumacia del sistema audiovisual nacional. Así caímos por los despeñaderos del analfabetismo y el abandono de la lectura. Las consecuencias están a la vista.
Ahora mismo, el FMI nos está diciendo que es mejor ser brutos. No exagero: en un reciente informe del Fondo Monetario Internacional, publicado la semana pasada, se habla de que nuestro país ha recibido durante décadas lo que ellos llaman una “sobreeducación”, que es fuente, dicen, de muchos problemas. Porque los pueblos sobreeducados, dicen, tienen expectativas demasiado elevadas, superiores a las que puede brindarle la realidad económica y social en que se desenvuelven. El problema, además, es que cuando el pueblo ha sido sobreeducado resulta ser inconformista, cuestionador y, claro, nunca deja de buscar mejores niveles de vida, lo cual provoca, entre otras cosas, problemas de desempleo y subempleo, conflictos migratorios y no sé qué más... ¿Ustedes se dan cuenta de lo que significa este nuevo eufemismo cretino? “Sobreeducación”. Significa que un pueblo “sobreeducado” (como se supone que somos nosotros, los argentinos) es cuestionador y protestón, y por lo tanto exige mejorar su nivel de vida. Habráse visto...
Por supuesto que es urgente recuperar la pasión por la lectura e inculcarla como lo que es: un acto de amor supremo, generoso, encantador y formativo. No es una tarea imposible, ni depende (como muchos creen) del precio de los libros. Hay muchísima gente en la Argentina que por encima del desastre, está empeñada en esta batalla desde hace largo tiempo. Somos muchos los que resistimos, lejos del poder y de los que dictan políticas y se encandilan con modas. Somos muchos los que trabajamos en el interior del país impulsando estas docencias fundamentales, silenciosas, paridas en la conciencia de que no hay peor violencia cultural que el embrutecimiento que se produce cuando no se lee. Basta mirar alrededor, basta ver con ojo crítico el propio patio interior, el bestiario lleno de sonidos y furias que es hoy cualquier calle, cualquier barrio, incluso cualquier escuela de la Argentina. Basta ver la necedad de los que mandan, esos civilizados de mentirita que se están pudriendo en su propia podredumbre.
(...)
Muchísimos docentes argentinos se han convertido en militantes de esta causa. Son miles los que por encima de miserias salariales siguen sus vocaciones y se perfeccionan, se capacitan, leen y estudian porque saben que cuando en calles y esquinas los chicos y chicas se suicidan lentamente con cerveza y cocaína, eso no es “un asunto de ellos”. Esos son asuntos completamente nuestros y el libro puede y debe ser nuestro instrumento. Una buena novela de Julio Verne, una de Puig, de Youcenar o de Soriano marcarán siempre senderos de salud mental. Un poema de Orozco o de Gelman siempre cauterizarán las heridas del alma, las llagas de los necios. Un ensayo de Kovadloff o de Sarlo, un cuento de Blaisten o de Cabal, o del inolvidable Cortázar, siempre nos salvarán de la pobreza. Como cualquier diccionario, por modesto que sea, porque un diccionario es como un bolsillo lleno de oro y a la mano.
Los maestros deberían volver a esa amistad. ¡Ah, cómo me gustaría que los maestros se preocuparan más por el diccionario que tienen y por los libros y los diarios que leer, que por puntajes y presentismos! Porque de una vez hay que sacudirse las dictaduras de los burócratas y de los sindicalistas, ¿no les parece? Y porque más allá de la perversidad del sistema y de esta crisis maldita que padecemos, y que nos enfurece y agobia, la primera misión del maestro es estar por encima de la circunstancia; el maestro tiene la obligación de saber mirar más allá y por encima del momento presente, aunque el presente lo desespere. El maestro no debe quedarse en el instante, sino que tiene la obligación de pensar en el futuro, del que es custodio. El maestro jamás debe contribuir al pánico general; al contrario, debe contribuir a calmar los ánimos. El maestro debe trabajar por la razón y no fogonear la confusión. Y para la razón y el entendimiento, para aclarar y orientar, para eso están los libros.
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Hay que plantarse en lo logrado y defenderlo a rajacincha, y aún más: hay que exigir que la Universidad Pública y Gratuita sea el bastión de la resistencia cultural en la Argentina, para lo cual es urgente y es tarea de todos exigir que se acaben los ajustes, a la vez que se profundicen valores esenciales como la gratuidad de la enseñanza en todos los niveles. Es el único camino para seguir siendo una nación: mantener una educación solidaria, igualadora, no racista, no clasista y que enseñe a pensar y a cuestionar. Y gratuita.
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Sí, hemos perdido esa costumbre de la libertad y la inteligencia. Leer —digo— como trabajo intelectual: entendiendo, interpretando. Eso es lo que necesitamos. Porque vivimos en un mundo en el que los signos ya no están solamente escritos; están en movimiento y lo zarandean todo. Hoy la televisión e Internet imponen discursos muchas veces difíciles de entender, o sospechosamente demasiado fáciles. Y casi siempre, autoritarios y embrutecedores. Basta escuchar el lenguaje coloquial de los argentinos, que se ha empobrecido hasta límites no sólo de indefensión sino de incomunicación.
Es menester, es urgente, que la lectura vuelva a ser una preocupación central de la sociedad, y en eso tienen muchísimo que ver el Magisterio Argentino y la nueva Pedagogía de la Lectura. Se trata de restablecer la amistad superior entre la inteligencia y el libro. De recuperar el amor y el buen trato a nuestra lengua. De remozar las viejas cortesías elementales (decir gracias, pedir por favor, prescindir de la grosería como estilo coloquial argentino). Para que nuestro pueblo sea conciente de lo que dice y se lance a corregir las ferocidades de este tiempo de depredación educativa que se vive en las calles, las familias e incluso en las escuelas.
(...)
Hacer Cultura es resistir. Hacer Leer es resistir. En eso estamos y estamos a tiempo, y ¿saben por qué? Porque todavía el cambio en este país depende de nosotros. De ustedes, de mí, depende de cada uno de nosotros. Y en eso consisten la oportunidad y la esperanza. Muchas gracias.
Ahora mismo, el FMI nos está diciendo que es mejor ser brutos. No exagero: en un reciente informe del Fondo Monetario Internacional, publicado la semana pasada, se habla de que nuestro país ha recibido durante décadas lo que ellos llaman una “sobreeducación”, que es fuente, dicen, de muchos problemas. Porque los pueblos sobreeducados, dicen, tienen expectativas demasiado elevadas, superiores a las que puede brindarle la realidad económica y social en que se desenvuelven. El problema, además, es que cuando el pueblo ha sido sobreeducado resulta ser inconformista, cuestionador y, claro, nunca deja de buscar mejores niveles de vida, lo cual provoca, entre otras cosas, problemas de desempleo y subempleo, conflictos migratorios y no sé qué más... ¿Ustedes se dan cuenta de lo que significa este nuevo eufemismo cretino? “Sobreeducación”. Significa que un pueblo “sobreeducado” (como se supone que somos nosotros, los argentinos) es cuestionador y protestón, y por lo tanto exige mejorar su nivel de vida. Habráse visto...
Por supuesto que es urgente recuperar la pasión por la lectura e inculcarla como lo que es: un acto de amor supremo, generoso, encantador y formativo. No es una tarea imposible, ni depende (como muchos creen) del precio de los libros. Hay muchísima gente en la Argentina que por encima del desastre, está empeñada en esta batalla desde hace largo tiempo. Somos muchos los que resistimos, lejos del poder y de los que dictan políticas y se encandilan con modas. Somos muchos los que trabajamos en el interior del país impulsando estas docencias fundamentales, silenciosas, paridas en la conciencia de que no hay peor violencia cultural que el embrutecimiento que se produce cuando no se lee. Basta mirar alrededor, basta ver con ojo crítico el propio patio interior, el bestiario lleno de sonidos y furias que es hoy cualquier calle, cualquier barrio, incluso cualquier escuela de la Argentina. Basta ver la necedad de los que mandan, esos civilizados de mentirita que se están pudriendo en su propia podredumbre.
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Muchísimos docentes argentinos se han convertido en militantes de esta causa. Son miles los que por encima de miserias salariales siguen sus vocaciones y se perfeccionan, se capacitan, leen y estudian porque saben que cuando en calles y esquinas los chicos y chicas se suicidan lentamente con cerveza y cocaína, eso no es “un asunto de ellos”. Esos son asuntos completamente nuestros y el libro puede y debe ser nuestro instrumento. Una buena novela de Julio Verne, una de Puig, de Youcenar o de Soriano marcarán siempre senderos de salud mental. Un poema de Orozco o de Gelman siempre cauterizarán las heridas del alma, las llagas de los necios. Un ensayo de Kovadloff o de Sarlo, un cuento de Blaisten o de Cabal, o del inolvidable Cortázar, siempre nos salvarán de la pobreza. Como cualquier diccionario, por modesto que sea, porque un diccionario es como un bolsillo lleno de oro y a la mano.
Los maestros deberían volver a esa amistad. ¡Ah, cómo me gustaría que los maestros se preocuparan más por el diccionario que tienen y por los libros y los diarios que leer, que por puntajes y presentismos! Porque de una vez hay que sacudirse las dictaduras de los burócratas y de los sindicalistas, ¿no les parece? Y porque más allá de la perversidad del sistema y de esta crisis maldita que padecemos, y que nos enfurece y agobia, la primera misión del maestro es estar por encima de la circunstancia; el maestro tiene la obligación de saber mirar más allá y por encima del momento presente, aunque el presente lo desespere. El maestro no debe quedarse en el instante, sino que tiene la obligación de pensar en el futuro, del que es custodio. El maestro jamás debe contribuir al pánico general; al contrario, debe contribuir a calmar los ánimos. El maestro debe trabajar por la razón y no fogonear la confusión. Y para la razón y el entendimiento, para aclarar y orientar, para eso están los libros.
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Hay que plantarse en lo logrado y defenderlo a rajacincha, y aún más: hay que exigir que la Universidad Pública y Gratuita sea el bastión de la resistencia cultural en la Argentina, para lo cual es urgente y es tarea de todos exigir que se acaben los ajustes, a la vez que se profundicen valores esenciales como la gratuidad de la enseñanza en todos los niveles. Es el único camino para seguir siendo una nación: mantener una educación solidaria, igualadora, no racista, no clasista y que enseñe a pensar y a cuestionar. Y gratuita.
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Sí, hemos perdido esa costumbre de la libertad y la inteligencia. Leer —digo— como trabajo intelectual: entendiendo, interpretando. Eso es lo que necesitamos. Porque vivimos en un mundo en el que los signos ya no están solamente escritos; están en movimiento y lo zarandean todo. Hoy la televisión e Internet imponen discursos muchas veces difíciles de entender, o sospechosamente demasiado fáciles. Y casi siempre, autoritarios y embrutecedores. Basta escuchar el lenguaje coloquial de los argentinos, que se ha empobrecido hasta límites no sólo de indefensión sino de incomunicación.
Es menester, es urgente, que la lectura vuelva a ser una preocupación central de la sociedad, y en eso tienen muchísimo que ver el Magisterio Argentino y la nueva Pedagogía de la Lectura. Se trata de restablecer la amistad superior entre la inteligencia y el libro. De recuperar el amor y el buen trato a nuestra lengua. De remozar las viejas cortesías elementales (decir gracias, pedir por favor, prescindir de la grosería como estilo coloquial argentino). Para que nuestro pueblo sea conciente de lo que dice y se lance a corregir las ferocidades de este tiempo de depredación educativa que se vive en las calles, las familias e incluso en las escuelas.
(...)
Hacer Cultura es resistir. Hacer Leer es resistir. En eso estamos y estamos a tiempo, y ¿saben por qué? Porque todavía el cambio en este país depende de nosotros. De ustedes, de mí, depende de cada uno de nosotros. Y en eso consisten la oportunidad y la esperanza. Muchas gracias.
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Mempo Giardinelli
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Fragmentos extraídos del discurso inaugural del 7° Foro de Fomento del Libro y la Lectura - Agosto de 2002. Resistencia, Chaco, Argentina.
Mempo Giardinelli
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Fragmentos extraídos del discurso inaugural del 7° Foro de Fomento del Libro y la Lectura - Agosto de 2002. Resistencia, Chaco, Argentina.
No puede agregarse nada...todo lo dicho tiene tanto sentido común que con eso me quedo, con la alegría que somos varios que pensamos igual...
ResponderEliminarUn abrazo, te sigo.
Y no es poco!!!
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