En otros tiempos, los pescadores de Cornualles solían peinar las algas acumuladas en la playa por si entre ellas había objetos valiosos arrastrados a tierra desde los muchos naufragios que eran el tributo impuesto por aquella cruel costa rocosa.
Un día, Lutey de Cury, que está próximo a Lizard Point, descubrió una adorable sirena varada en uno de los muchos charcos que forma la marea entre las rocas.
Era una preciosa criatura y le fue fácil convencer a Lutey para que la devolviese al mar en retirada. Apretándose contra él, le ofreció cumplirle tres deseos por su bondad, y Lutey, que era una buena persona, pidió primero tener la facultad de romper los embrujos; después, la facultad de obligar a los espíritus protectores de las brujas a hacer el bien a los demás, y tercero, que estas dos facultades las heredaran sus descendientes.
La sirena le concedió gustosa estos deseos, y en vista de que había elegido sabia y desinteresadamente, le añadió dos dones: primero, que nadie de su familia estaría necesitado jamás, y segundo, la forma de llamarla utilizando su peine mágico siempre que la necesitase. Le dio las gracias sinceramente y, llevándola en brazos sin esfuerzo, se encaminó hacia el mar.
Ahora bien, Lutey era un hombre bien parecido y fuerte. Y la sirena comenzó a sentir deseos de volverle a ver. Ella era una criatura realmente encantadora, con una pálida cabellera de tonos plateados, ojos grandes y verdes y una ronca voz líquida de gran dulzura. Cuando, por fin, llegaron a la orilla del mar, ella comenzó a suplicarle que se adentrase un poco más en el agua agarrándose a su cuello cuando se disponía a soltarla. Su voz era tan suave y tan dulce el movimiento de su cuerpo elástico entre sus brazos, que Lutey avanzó en el mar y se hubiera perdido para siempre si no hubiera sido porque su perro ladró furiosamente desde la ribera y le recordó a su esposa e hijos amados. Pero entonces la sirena se aferró a él con más fuerza queriendo arrastrarle hacia la mar gruesa, hasta que, al fin, Lutey desenvainó su cuchillo y la amenazó con él.
Era el cuchillo de hierro, metal repulsivo para los sirénidos, por lo que ella se lanzó rápidamente al mar gritando:
“¡Adiós, adiós!
¡Que sigas bien, mi amor!
Nueve años esperaré por ti
y te llevaré en mi corazón, amor.
¡Entonces, volveré!”.
Se realizaron todos los deseos de Lutey y su familia y sus descendientes se hicieron famosos sanadores. Pero también se cumplió la promesa de la sirena, ya que volvió a los nueve años del día en que la arrojó de sí. Pescando estaba con uno de sus hijos, cuando se alzó sobre las aguas verdes como sus ojos líquidos, agitó su sedosa cabellera y le hizo señas. Lutey se volvió hacia su hijo y le dijo: “Ya es la hora. Tengo que pagar mi deuda”. Pero no parecía nada triste al lanzarse al verde abismo con su amor de voz de plata.
También se dice que, desde entonces, cada nueve años se pierde en el mar un Lutey de Cury. Pero si se marcharon tan gozosamente como el primer Lutey, eso nadie lo sabe.
(Leyenda celta)
No hay comentarios:
Publicar un comentario