Teseo, que acababa de matar al Minotauro, se disponía a salir del laberinto siguiendo el hilo que había desovillado cuando oyó pasos y se volvió. Era Ariadna, que venía por el corredor reovillando su hilo.
—Querido —le dijo Ariadna, simulando que no estaba enterada del amorío con otra, simulando que no advertía el desesperado gesto de “¿y ahora qué?” de Teseo—, aquí tienes el hilo todo ovilladito otra vez.
(Argentina, 1910/2000)
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