Alguna vez, andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente sin reservas,
yo di mi corazón.
Y dije al que pasaba sin malicia
y quizá con fervor:
—Obedezco a la ley que nos gobierna:
He dado el corazón.
Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
—Ved la mala mujer, esa que pasa:
Ha dado el corazón.
De boca en boca, sobre los tejados
rodaba este clamor:
—¡Echadle piedras, eh, sobre la cara!
Ha dado el corazón.
Ya estaba sangrando, sí, la cara mía
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡He dado el corazón!
(Suiza, 1932 – Argentina, 1938)
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