jueves, 25 de febrero de 2010

BORGES, Jorge Luis: La casa de Asterión

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro, Biblioteca, III,I
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Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito*) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto.
¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.
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JORGE LUIS BORGES
(Argentina, 1899/1986)

martes, 23 de febrero de 2010

LEYENDA DE TESEO Y EL MINOTAURO

Aquella noche Egeo, el anciano rey de Atenas, se mostraba tan triste y preocupado que su hijo Teseo le dijo:
—Qué mal aspecto tienes, padre... ¿Te aflige algún pesar?
—¡Ay de mí! Mañana es el día maldito en que, como todos los años, he de enviar siete doncellas y siete muchachos de nuestra ciudad al rey Minos de Creta. Los desgraciados están condenados...
—¿Condenados? ¿Qué crimen han cometido para tener que morir?
—¡Morir! ¡Si solo fuera eso: los devorará el Minotauro!
Teseo sintió un escalofrío. Llevaba mucho tiempo fuera de Grecia y acababa de regresar a su patria, pero había oído hablar del Minotauro. Se decía que este monstruo, con cuerpo de hombre y cabeza de toro, se alimentaba de carne humana.
—¡Padre, no consientas semejante infamia! ¿Por qué permites que se perpetúe tan odiosa costumbre?
—No tengo más remedio —suspiró Egeo–. Mira, hijo, antaño perdí una guerra contra el rey de Creta. Desde entonces he de pagarle como tributo, todos los años, catorce jóvenes atenienses, que el monstruo devora...
Con todo el ardor de su juventud, Teseo exclamó:
—¡En ese caso, permite que vaya a la isla! Acompañaré a las víctimas y me enfrentaré al Minotauro, padre. ¡Lo venceré y te libraré de tan horrible deuda!
Al oír aquellas palabras, el anciano Egeo se estremeció y estrechó a su hijo entre sus brazos:
—¡Jamás! Me espantaría perderte.
Años atrás, el rey había estado a punto de envenenar a Teseo sin darse cuenta debido a una estratagema de Medea, su segunda esposa, que aborrecía a su hijastro.
—¡No, no consentiré que vayas! Además, dicen que el Minotauro es invencible. ¡Vive oculto en un extraño palacio llamado Laberinto! Tiene tantos pasadizos, y son tan intrincados que los que se adentran por ellos no saben cómo salir. Y acaban por encontrarse con el monstruo, que los devora. Teseo era tan obstinado como intrépido. Insistió, se enfadó, y luego recurrió a los mimos y a la persecución hasta que el anciano rey Egeo, con el corazón desgarrado, acabó por ceder.
A la mañana siguiente, Teseo se dirigió junto con su padre al Pireo, el puerto de Atenas. Les acompañaban los jóvenes que iban a emprender su último viaje. Los ciudadanos contemplaban la procesión, unos con lágrimas en los ojos, otros amenazando con el puño a los emisarios del rey Minos que flanqueaban el siniestro cortejo. Al cabo, el grupo llegó al muelle donde estaba atracada una galera de velas negras. El rey explicó a Teseo:
—Son una señal de luto. Ay, hijo mío..., si regresas vencedor, no olvides cambiarlas por velas blancas, para que sepa, aun antes de que llegues a puerto, que estás vivo.
Teseo se lo prometió. Luego abrazó a su padre y se embarcó con el resto de los atenienses.
Una noche, durante la travesía, Neptuno, el dios del mar, se apareció en sueños a Teseo y le dijo sonriente:
—Mi buen Teseo: eres tan valiente como un dios. Cosa nada rara, pues eres tan hijo mío como de Egeo...
Entonces Teseo se enteró del fabuloso relato de su nacimiento.
—Cuando te despiertes, tírate al agua —le indicó Neptuno—. Encontrarás un anillo de oro que Minos perdió hace mucho tiempo.
Teseo se despertó. Era de día y a lo lejos se avistaban las islas de Creta.
Entonces, ante la mirada estupefacta de sus compañeros, Teseo se tiró al agua. Al llegar al fondo divisó una joya que relucía entre las conchas, y la cogió; el corazón le latía fuertemente.
De modo que todo lo que le había dicho Neptuno era verdad: ¡era un semidiós!
Este descubrimiento hizo que redoblaran sus ánimos y su valor.
Cuando la nave atracó en el puerto de Cnosos, Teseo vio entre la muchedumbre al rey rodeado de su séquito y fue a presentarse ante él:
—Salve, poderoso Minos. Soy Teseo, hijo de Egeo.
—Espero que no hayas venido de tan lejos a implorar mi clemencia —dijo el rey, mientras contaba cuidadosamente a los catorce jóvenes atenienses.
—No. Lo único que te pido es que no me separes de mis compañeros.
Los acompañantes del rey dejaron escapar un murmullo. Este contempló con desconfianza al recién llegado. Reconoció el anillo de oro que Teseo llevaba en el dedo y se preguntó muy sorprendido de qué prodigio se habría valido el hijo de Egeo para encontrar la joya. Luego rezongó en tono de desconfianza:
—¡De modo que pretendes enfrentarte al Minotauro! En ese caso, habrás de hacerlo solo con las manos: deja aquí las armas.
Entre la comitiva del rey se encontraba Ariadna, una de sus hijas. Impresionada por la temeridad del príncipe, pensaba horrorizada que pronto la pagaría con su vida. Teseo había estado mirando un buen rato a Ariadna. Desde luego le había llamado la atención su belleza, pero se quedó sobre todo intrigado porque estaba haciendo punto.
—Vaya un sitio más raro para calcetar —se dijo Teseo para sus adentros.
Sí, a Ariadna la gustaba hacer calceta porque podía dedicarse a meditar. Y sin dejar de mirar a Teseo, se le estaba ocurriendo una idea descabellada...
—Venid a comer y a descansar —les ordenó el rey Minos—. Mañana os conducirán al Laberinto.
Teseo se despertó sobresaltado: ¡alguien acababa de entrar en el aposento en el que dormía! Escudriñó la oscuridad y lamentó que le hubieran despojado de su espada. Una silueta blanca se destacó entre las sombras y un familiar chasquido de las agujas le reveló la identidad de la visita.
—No temas. Soy yo, Ariadna.
La hija del rey se acercó al lecho y se sentó. Cogió la mano del joven y le suplicó:
—¡Ay, Teseo, no vayas con tus compañeros! Si entras en el Laberinto, no podrás salir de él nunca más. Y no quiero que mueras...
Los estremecimientos de Ariadna revelaron a Teseo la naturaleza de los sentimientos que la habían empujado a ir a verlo aquella noche. Muy turbado murmuró:
—He de hacerlo, Ariadna. Tengo que vencer al Minotauro.
—Es un monstruo. Lo aborrezco. Pero es mi hermano...
—¿Cómo? ¿Qué dices?
—Ay, Teseo, deja que te cuente una historia muy singular... Mucho antes de que yo naciera, mi padre, el rey Minos, cometió la imprudencia de burlarse de Neptuno, sacrificando un pobre toro, flaco y enfermo, en lugar del magnífico toro que él le había enviado. Al poco tiempo, mi padre se casó con la hermosa Pasifae, que es mi madre. Pero Neptuno tramaba una venganza. En recuerdo de la antigua ofensa que le había hecho, consiguió que Pasifae perdiera la cabeza y se enamorara de un toro. La desgraciada mandó incluso que le construyeran un caparazón en forma de vaca, dentro del cual se metió para unirse al animal del que se había enamorado. Ya te puedes imaginar el resto, mi madre dio a luz al Minotauro. Mi padre no tuvo valor para matarlo, pero intentó ocultarlo para siempre de los ojos del mundo. Mandó llamar al mejor de sus arquitectos, Dédalo, el cual diseñó el laberinto. ¡Pero no te creas que estoy de parte del Minotauro! ¡Ese devorador de hombres merece mil veces la muerte!
—En ese caso, lo mataré.
—Aunque lo consiguieras, no serías capaz de salir del Laberinto.
—¡Pues qué le vamos a hacer!
Un prolongado silencio cubrió la oscuridad.
De repente, la muchacha se arrimó al joven y le dijo:
—Teseo, si te proporciono el medio para salir del Laberinto, ¿me llevarías contigo?
El héroe no contestó. Desde luego, Ariadna era muy atractiva y era la hija del rey. Pero había llegado a aquella isla, no en busca de esposa sino a liberar a su país de una carga.
—Conozco las costumbres del Minotauro —le insistió ella— y sé cuales son las debilidades y cómo podrías vencerlas. Pero esa victoria tiene un precio: ¡me llevarás contigo y me harás tu esposa!
—Está bien. Lo acepto.
A Ariadna le sorprendió que Teseo aceptara enseguida. ¿Estaría enamorado de ella o simplemente dispuesto a admitir un trato? ¡Qué más daba!
Le confió mil secretos que al día siguiente le permitirían vencer a su hermano. Y el sonido de su voz se mezclaba con el incesante chasquido de las agujas: Ariadna no había dejado ni un momento de hacer punto.
Frente a la entrada del Laberinto, Minos ordenó a los atenienses:
—¡Entrad, ha llegado la hora...!
Mientras los catorce jóvenes, completamente aterrorizados, iban entrando uno a uno en la extraña construcción, Ariadna le susurró al oído a su protegido:
—Teseo, coge este hilo y, ¡por lo que más quieras, no lo pierdas! Será lo que nos una.
Tenía en la mano el ovillo de la labor que tejía continuamente. El héroe cogió lo que ella le daba: un tenue hilo, casi invisible. Aunque el rey Minos no adivinó lo que tramaban, sí se dio cuenta de que al muchacho y a su hija les costaba mucho separase.
—¿Qué pasa, Teseo? ¿Te da miedo entrar?
Sin decir ni una palabra, el héroe se metió en el corredor y enseguida se unió a sus compañeros, que, en una bifurcación, no sabían qué camino tomar.
—¡Qué más da! Sigamos por la derecha.
Llegaron a un callejón sin salida, dieron media vuelta y tomaron otro camino, que les condujo a otra bifurcación de la que partían varios pasadizos.
—Vayamos por el del centro. Y no nos separemos.
Al poco salieron al aire libre; habían dejado atrás las paredes del Laberinto y ahora se encontraban ante unos matorrales muy espesos.
—¿Quién sabe? —murmuró uno de los atenienses—. Igual el destino nos brinda la oportunidad de no toparnos con el Minotauro... sino con la salida.
Teseo sabía que desgraciadamente aquello era imposible: Dédalo había ideado la construcción de modo que siempre se llegara al centro de la misma.
Y eso fue exactamente lo que pasó. Al anochecer, cuando sus compañeros empezaban a quejarse de cansancio y de hambre, de repente Teseo les ordenó:
—¡Deteneos! Escuchad. ¿No os huele a algo raro?
Las paredes les devolvían el eco de unos rugidos impacientes y en el aire flotaba un denso olor a carroña.
—Ya llegamos —murmuró Teseo—. ¡Estamos cerca del antro del monstruo! ¡Aguardadme y, sobre todo, no os mováis de aquí!
Se marchó solo, sin soltar el hilo de Ariadna.
De repente llegó a una explanada circular parecida a una plaza de toros allí estaba el monstruo más horroroso que jamás se pudo haber imaginado: era un gigante con cabeza de toro, y brazos y piernas musculosos como troncos de roble. Al ver llegar a Teseo, el Minotauro emitió un feroz bramido de golosa satisfacción, abriendo las babeantes fauces. Bajó la testa bovina y peluda, apuntando a su presa con su afilada cornamenta. Luego se abalanzó sobre su víctima golpeando la arena con las pezuñas de sus pies.
El suelo estaba cubierto de huesos. Teseo cogió el más grande y lo blandió. Cuando el monstruo se disponía a ensartarlo con sus astas se hizo a un lado y le asestó en el morro un golpe rotundo capaz de derribar a un buey... ¡Pero no tan violento como para matar a un Minotauro!
El monstruo rugió de dolor. Sin darle tiempo para recuperarse, Teseo se agarró con todas sus fuerzas de las astas y saltó sobre su peludo lomo. Encaramado sobre él, apretó las piernas como si fueran tenazas y trató de estrangularle. Incapaz de respirar el monstruo se debatía furioso. No podía cornear a su adversario que estaba firmemente trabado a él. Pataleó, se cayó, se revolcó por el suelo. A pesar de que la arena se le metía en los ojos y en los oídos, Teseo, siguiendo los consejos de Ariadna, no soltaba a su presa.
Poco a poco el Minotauro fue perdiendo las fuerzas y al cabo emitió un espantoso bramido de rabia, se estremeció y exhaló el último suspiro. Entonces Teseo se apartó de aquella enorme masa inerte. Su primer impulso fue ir a recuperar el hilo de Ariadna.
El silencio insólito y prolongado había hecho que acudieran sus compañeros.
—¡Quién lo iba a decir! ¡Has vencido al Minotauro! ¡ Estamos salvados!
Teseo pidió que le ayudaran a arrancar las astas al toro.
—Así sabrá Minos que ya no puede reclamar ningún tributo —les explicó.
—¿De qué nos va a servir? Es cierto que hemos salvado la vida pero nos aguarda una muerte lenta, pues nunca seremos capaces de salir de aquí.
—Ya lo creo —afirmó Teseo mostrándoles el hilo—. ¡Mirad!
Echaron a andar rápidamente. Gracias al hilo podían recorrer en sentido inverso el tortuoso y largo camino que los había conducido hasta el Minotauro. A duras penas lograba Teseo calmar su impaciencia. Se preguntaba qué dios bienhechor habría inspirado a Ariadna aquella idea genial. Al poco rato el hilo se puso tenso: desde la otra punta alguien tiraba de él con tanta impaciencia como Teseo.
Al cabo de unas horas salieron al aire libre. El agotado héroe tiró al suelo, junto a la entrada, la sanguinolenta cornamenta del Minotauro.
—¡Teseo..., al fin! ¡Lo conseguiste!
Loca de amor y de alegría, Ariadna corrió hacía él y ambos se fundieron en un abrazo. La hija de Minos contempló tiernamente el revoltijo del enorme ovillo que Teseo tenía entre las manos y le reprochó con una sonrisa:
—Hay que ver, ya podías haberlo enrollado un poquito...
Empezaba a amanecer. Teseo y sus compañeros, junto con Ariadna, cruzaron sigilosamente las calles de Cnosos y llegaron al puerto.
—Agujeread el casco de todos los navíos cretenses —les ordenó Teseo.
—¿Por qué? —preguntó Ariadna muy sorprendida.
—¿Acaso piensas que tu padre se va a quedar impasible? ¿Que va a permitir que su hija se fugue con el que ha matado al hijo de su esposa?
—Tienes razón —admitió ella—. ¡Habrá que ver qué castigo impone a Dédalo, puesto que el Laberinto no ha servido para proteger al Minotauro como mi padre deseaba!
Cuando despuntó el sol, la galera de Teseo zarpaba del puerto y navegaba rumbo a Grecia...
Durante el viaje de vuelta Teseo tuvo un sueño muy extraño esta vez fue otro dios, Baco, el que se le apareció y dijo:
—Es preciso que abandones a Ariadna en una isla, no será tu esposa para ella tengo proyectos más gloriosos.
—Pero es que le he prometido ... —farfulló Teseo.
—Ya lo sé. Pero tienes que obedecerme, o sino te expondrás a la cólera de los dioses.
Cuando Teseo se despertó todavía tenía dudas. Pero al día siguiente la galera tuvo que enfrentarse a una tempestad tan violenta que el héroe vio en ella un aviso divino.
Entonces gritó al vigía:
—¡Hay que hacer escala inmediatamente! ¿No ves tierra allá a lo lejos?
—¡Si! Isla a la vista... Debe de ser Naxos. Atracaron en la isla a la vista de que se calmaran los elementos.
La tempestad amainó durante la noche. Al alba mientras Ariadna estaba tendida todavía sobre la arena. Teseo reunió a sus hombres y les ordenó a hacerse inmediatamente a la mar. Sin la muchacha.
—¡No queda más remedio! —añadió al ver el reproche retratado en los rostros de sus compañeros. Los dioses no actúan sin motivo. Y Baco tenía buenas razones para que Teseo abandonara a Ariadna: cautivado por su belleza, se había enamorado de ella y había decidido que tendrían cuatro hijos y que la joven se sentaría a su lado en el Olimpo. Como señal de alianza divina, incluso tenía pensado regalarle una diadema, que sería el origen de una de las más bellas constelaciones...
Desde luego Teseo desconocía los propósitos de aquel dios enamorado y celoso. Sentía remordimientos mientras navegaban rumbo a Atenas. Estaba tan ocupado que se olvidó de lo que le había dicho su padre antes de partir...
Apostado en el alto del faro que se alzaba en la bocana del Pirineo, el vigía gritó, protegiéndose los ojos con las manos a modo de visera:
—¡Barco a la vista! Sí... es la galera real que regresaba de Creta. ¡Rápido, id a avisar al rey!
Hay menos de tres kilómetros entre Atenas y su puerto. Esperanzado e inquieto, el anciano rey Egeo llegó corriendo hasta los muelles.
—¿Y las velas? —preguntó levantando la cabeza hacia el vigía—. ¿Puedes ver las velas y decirme de qué color son?
—¡Ay, mi señor, son negras!
El anciano Egeo no quiso saber más. Transido de dolor se tiró al agua y se ahogó.
Cuando la galera atracó, acababan de recoger el cadáver del anciano Egeo en la playa. Teseo fue corriendo hacia él, enseguida comprendió lo que había sucedido y se maldijo por haber sido descuidado.
—¡Padre, no! ¡No..., estoy vivo! ¡Vuelve a la vida, por caridad!
Demasiado tarde: Egeo estaba muerto. Teseo se sumió en un dolor que le hizo olvidar su reciente victoria sobre el monstruo. El héroe pensaba con amargura que acababa de perder esposa y padre.
—¡Teseo, ahora eres tú el rey! —proclamaron los atenienses postrándose ante él.
El nuevo soberano se quedó un momento de absorto ante el cadáver de Egeo y luego decretó solemnemente:
—¡De ahora en adelante este mar llevará el nombre de mi amado padre!
Y por eso, desde el modesto día desde que el vencedor del Minotauro regresó de Creta, el mar que rodea Grecia se llama mar Egeo.
Mientras tanto, Ariadna se había despertado en la isla desierta. Amanecía y distinguió las oscuras velas de la galera, que se alejaba. Sin poder creer lo que veía, balbuceó:
—¡Teseo! ¿Será posible que me abandones?
Siguió al barco con los ojos hasta que aquel se perdió en el horizonte y entonces comprendió que jamás volvería a ver a Teseo. Sola, en la playa de Naxos, dio rienda suelta a su dolor y estuvo gran rato lamentándose de la ingratitud de los hombres.
Más tarde, Ariadna encontró en la arena su labor inconclusa.
Cogió las agujas y se puso a tejer, a la espera de que se cumpliera el prodigioso destino que ella todavía desconocía.
Allí se quedó haciendo calceta, y sin dejar de llorar.

domingo, 21 de febrero de 2010

OCAMPO, Silvina: Carta bajo la cama

Querido Florencio:
Estoy pasando unos días en Aldington, en casa de unos amigos. Aldington está situado en un lugar del sur de Inglaterra, bello, anegado y solitario, donde crían ovejas. Desde aquí se ve, en una lejana franja, el mar, que podría ser un río. El paisaje me recuerda un poco el nuestro, salvo la ondulación natural del suelo, la moderación del canto de los pájaros, el absoluto silencio y la oscuridad perfecta de las noches. Es probable que en otras noches se oiga el croar de las ranas y que brille una luz extraordinaria ¿pero qué espera el tiempo para volver exuberante a la naturaleza? Estamos en pleno verano.
Hay en mí una mezcla de nostalgia y de goce que no sabría explicar. La similitud y disimilitud del lugar, comparado con mi tierra, provoca alborozo en mi ánimo cuando vago al atardecer por los caminos sinuosos que llevan al pueblo. No muy lejos de aquí, un campamento de gitanos, rubios, altos y feroces, con carros pintados de colores violentos, con manijas, bisagras y guardabarros de bronce, llamó mi atención. La primera vez que lo vi fue el día del año en que los gitanos lavan la ropa: la habían tendido alrededor de las carpas, ocupando casi una manzana.
Hay un bosque, de abundante vegetación con muchas flores rosadas; creo que te gustaría como a mí. Dos veces logré perderme en él, en su oscuridad, que me fascina. Observamos con mis amigos que de trecho en trecho (sin quitarle belleza, pero dándole quizá un aspecto lúgubre), se abren hoyos en el suelo, con visibles restos de raíces rotas; diríase que alguien, un jardinero de prisa, hubiera sacado plantas con el terrón de tierra para trasplantarlas. Junto a algún hoyo queda una arpillera raída y húmeda, una colilla o una lata vacía. Me atrae ese bosque y secretamente deseo que la noche me sorprenda alguna vez perdida en él, para que yo me vea obligada a quedarme entre las flores rosas y los helechos, sobre el musgo, acostada, con ese miedo que me agrada, como suele agradarle a los niños.
Me dijiste que el miedo fue siempre una de mis favoritas distracciones. Esas locuras mías son las que gustan más, porque demuestran que aún queda en mí un resto de infancia. No soy valiente, pero en mi inconciencia jamás rehuyo el peligro; lo busco para jugar con él. No lo olvides: he quedado sola en este desamparado lugar de Inglaterra, en una casa sin persianas, con ventanales de vidrio, alejada de otras viviendas, sin ni siquiera un perro para cuidarme. Mis amigos se fueron a Londres. Es claro que el sitio es tranquilo y la gente tan buena, que al salir ponemos la llave sobre el soporte del farol de entrada, de modo que el almacenero, el lechero o el cartero puedan dejar paquetes o cartas adentro de la casa. Todo el pueblo sabe dónde está la llave de la puerta de entrada.
Debo confesarte que en el primer momento vacilé ante la idea de quedar sola aquí. Me gusta compartir el miedo aunque sea con un perro o un gato, pero ¿qué placer podría sentir? La picadura de una avispa en la pierna izquierda, que me dio fiebre (me duele todavía), los discos maravillosos que no he oído bastante en el fonógrafo, la lectura de Rómulo Magno de Dürrenmatt y cierta inercia me indujeron a quedarme. Luego, cuando quedé sola, y empezó a caer la tarde, una angustia intolerable me sobrecogió. Tuve que tomar pastillas de Ampliactil, como esas mujeres de las cuales te burlas. Todo eso sucedió ayer. El cielo, donde buscaba los Siete Cabritos, las Tres Marías, la Cruz del Sur, porque no conozco otro cielo y porque me parece que todos los cielos tendrán que ser como el nuestro, se cubrió de nubes. Una tormenta, que podía competir con las de mi provincia se desencadenó. El mar, a lo lejos, parecía colérico. La noche sobrevino más temprano, por suerte; digo por suerte, porque la oscuridad me daba menos miedo, tal vez, que las imágenes que estaba viendo, pues aunque busque el miedo, éste excedía mi deseo. Acurrucada en un sillón, el más alejado de la ventana, me puse a leer, mientras el cielo organizaba truenos y relámpagos, y la lluvia, con su cortina espesa y fría, sin protegerme, me separaba del mundo.
Esta mañana me desperté feliz de haber vencido esa parte tan vulnerable de mi ser. Caminando fui de nuevo al bosque: me perdí entre las flores rosadas y los crujientes árboles: "Sola, sola, sola", repetía, regocijándome con mi soledad. "Estoy sola".
¿Qué es el miedo? Ciertamente cada ser tiene su propio miedo, un miedo que nace con él. En mi caso no guarda proporción con el peligro que me acecha. Hoy, por ejemplo, ¿por qué no tengo el miedo de ayer? La misma soledad absoluta me circunda. Las ovejas grises que pastan a lo lejos son como piedras grises que se mueven. ¿Por qué no me dan miedo?
Temprano, tres veces por semana, viene una mujer reumática a hacer la limpieza de la casa; todavía estoy durmiendo cuando oigo sus cantos desafinados, como un zumbido. El jardín se cuida él mismo. Nada cuida mejor un jardín que la humedad. Los dueños de la casa dicen que se encargan de regarlo, cuando vienen a vivir aquí, pero hay tanta humedad natural que no han de regarlo nunca, por más que se jacten de ello.
Interrumpí esta carta para preparar una taza de té. Esta cocinita de gas es muy práctica: en dos minutos todo está listo. Mientras te escribo, bebo el té. Escribirte con la pluma en la mano derecha y sostener con la izquierda la taza en que bebo un manjar que preparo tan bien, es una felicidad que no cambio por ninguna otra. No, aunque no lo creas: no cambio esta felicidad por ninguna otra, ni por estar a tu lado. ¡El amor es tan complicado con todos sus ritos! No me vengo de ti. El poniente ha iluminado los vidrios de rojo. Ahora estoy sentada frente al ancho ventanal del dormitorio, desde donde diviso el campo y una franja lejana, como otro campo, de mar. No comprendo mi temor de ayer. La soledad se intensifica a esta hora. El zumbido de un moscardón golpea los vidrios: abro la ventana para que se vaya.
Nunca oí tantos silencios juntos: el de la casa, el del campo, el del cielo. Con cuidado pongo la taza sobre el plato de porcelana. Cualquier ruido sería estruendoso. Recuerdo un poema de Verlaine, titulado "Circunspección": "No interrumpamos el silencio de la naturaleza, una diosa taciturna y feroz" decía un verso.
Desde hace unos instantes oigo un ruido, un ruido que me trae algún recuerdo de infancia, el ruido que hace una pala (hermana del rastrillo) en la tierra húmeda. ¿Pero quién puede trabajar a estas horas? ¿Una pala invisible? Si pienso un poco puedo asustarme. ¿Prefiero que esa pala que golpea rítmicamente la tierra sea invisible? Involuntariamente, de un misterio elijo la versión que más me asusta. Me vuelvo hacia el este donde está el otro ventanal, que no tiene mayor atractivo. Hay una bolsa en el suelo. La bolsa se mueve: es un hombre arrodillado. Está cavando la tierra. ¿Por qué está arrodillado? Hace un esfuerzo inaudito con los brazos. Para cavar la tierra, habitualmente los jardineros hincan la pala con la ayuda del pie. La postura del hombre es extraña. ¿Será un vecino que viene a robar plantas? ¿Qué plantas? Hay alverjillas rosas, salvias, dalias, nardos, caléndulas, brincos ¡qué sé yo! Pero no hay plantas grandes. ¿Para qué está cavando ese hoyo? ¿Para qué? Habrán mandado una planta de algún vivero. ¿Por qué no me avisaron? Pero a esta hora nadie trabaja. Dentro de un rato, ese hombre tendrá que irse y podré acurrucarme en un sillón tranquilamente para oír los discos. Ahora no puedo interrumpir con otro sonido el ruido de esa pala. Cerrando los ojos sueño que vivimos en esta casa, que es nuestra y que tenemos un jardinero, que está trabajando afuera. Se acerca la hora de la cena, hora en que volverás. Soy feliz.
Sospecho que el comienzo de esta carta no fue del todo sincero. Te extraño. No tengo motivo para ocultártelo, salvo este orgullo que me oprime el cuello, como si tuviera manos para estrangularme.
A través del vidrio del ventanal, el hombre ¿será un hombre? se mueve pesadamente. Miro mis brazos y compruebo que tengo frío, por consiguiente miedo. Al alcance de mi mano está el televisor. Muevo los diales. Con avisos, imágenes (aunque sean para niños), música, noticias, cualquier noticia, llegaré a no oír el silencio, que encuadra mi susto. El hombre me mira mientras hinca la pala: ahora lo advierto. No sé si la sombra es negra o su cara, debajo del sombrero raído. Su figura corpulenta se pierde en la oscuridad de la noche, que va cayendo del cielo. Diríase que sólo la tierra está iluminada, con los últimos reflejos del poniente.
Si en esta casa hubiera una jaula con un pájaro, o un animalito cualquiera, sentiría menos miedo. El televisor tarda en funcionar. ¿Le faltará la antena? Oigo el ruido de la pala. Muevo los diales: la pantalla se ilumina intensamente. ¿Antes de llegar a enfocar las imágenes tendré que morir? El esfuerzo me calma un poco. Como verás, manejo los diales con la mano izquierda. Podrías creer que no estoy escribiendo con la mano derecha ¡tan temblorosa es ahora mi letra! Las imágenes aparecen nítidas. En sus casas miles de señoras estarán tejiendo, dando de comer a sus hijos o comiendo ellas mismas; más bien, habrán terminado de comer, los hijos estarán durmiendo (pues aquí se come muy temprano), viendo tranquilamente lo que estoy viendo; propagandas de trajes de baño, de aceite bronceador, de cepillos Kent con su peine elástico, de jabones para el cutis, de supositorios para infantes que ríen en vez de llorar. Luego las noticias policiales. Oigo la voz que da los informes: un hombre peligroso, portugués de cuarenta años, corpulento asesino, llamado Fausto Sendeiro, alias Laranja, que trabaja de jardinero, asesina y mutila a mujeres, para abonar las plantas que distribuye caprichosamente. ¿Cómo no se descubrió antes?, dice el locutor. Parece que dos mujeres lo secundan, vestidas con trajes anticuados, vendiendo baratijas. Fausto Sendeiro, durante el atardecer, cava los hoyos donde arroja a sus víctimas para plantar encima arbolitos que saca de los bosques. Jamás existió asesino tan trabajador. ¿Cuántas mujeres habrá matado? ¿Cómo? El primer jardín donde hizo las excavaciones, por pura casualidad aparece en la pantalla. Una bolsa quedó olvidada, con las impresiones digitales. Veo el jardín macabro, con las excavaciones y unas pobres plantas en el suelo. Desconecto el televisor. El ruido de la pala continúa. No puedo casi moverme. Estoy paralizada. El hoyo se agranda; es un agujero negro. Junto al agujero vislumbro una planta tirada en el suelo. ¿Dónde podré esconderme? Estoy en una casa de vidrio, y el hombre me mira continuamente. No hay teléfono. Arrastrándome como un gusano podría tal vez llegar hasta la puerta de entrada o hasta el dormitorio, donde está mi cama, sin ser vista. ¿Pero si al verme hacer esos movimientos deja su trabajo y viene corriendo hacia mí, para clavarme el cuchillo que llevará en el cinto, o para estrangularme con sus manos enormes? ¿En cuántos pedazos me cortará suponiendo que lleva un cuchillo en el cinto, y en cuántos minutos me estrangulará, suponiendo que oprima mi cuello con sus manos enormes? No puedo alzar la vista hacia la puerta: las dos mujeres están allí. Ya entraron: sin golpear. Una de ellas tiene un sombrero con lentejuelas, plumas y gasa, la otra un gorro de paja con cerezas; visten faldas almidonadas, negras, y llevan cada una de ellas una valija de cuero. Musitan a un tiempo: "Venimos, señora, a venderle unas cositas interesantes" (es la única frase que saben decir). De las valijas sacan blusas de nylon , medias, prendedores, fotografías de árboles y de buques, y frascos de bombones que me ofrecen.
—Acabo en seguida con estas cuentas —les digo—. Mis gastos.
Se sientan, para esperarme, ofreciéndome un bombón, entre sus dedos largos. ¿Ese bombón contendrá un soporífero? Son mujeres piadosas. Se miran y ríen.
—¿Pronto serviré de abono a una planta? —les pregunto.
No saben lo que quiere decir abono, ni planta, ni pronto. Tomo el bombón y lo llevo a la boca: tiene gusto a chocolate, al último bombón, a la última etapa del miedo, que me comunica con Dios. Siento un agradable sopor que me vuelve atrevida.
—¿No quieren tomar té? —les pregunto, sin dejar de escribir. Con el índice de la mano izquierda señalo la taza que está sobre la mesa, y la tetera.
—Sí —responden al mismo tiempo, mirándose de soslayo—. ¿Cha cha?
Mientras tomen el té pondré a salvo mi carta. La dirección ya está en el sobre y...
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Silvina Ocampo
(Argentina, 1903/1994)


lunes, 15 de febrero de 2010

EL DISCURSO EXPOSITIVO

Este tipo de texto es conocido como informativo en el ámbito escolar. La función primordial es la de transferir información pero no se limita simplemente a proporcionar datos sino que además agrega explicaciones, describe ejemplos y analogías de ese texto informativo.
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EXPONER significa dar información y, paralelamente, explicarla, ejemplificarla o probarla de alguna manera.
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El discurso expositivo está presente en:
* Todas las ciencias, tanto en las físico-matemáticas y las biológicas como en las sociales, ya que el objetivo central de la ciencia es proporcionar explicaciones a los fenómenos característicos de cada uno de sus dominios.
* En las asignaturas del área físico-matemática la forma característica que adopta la explicación es la demostración.
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Las características principales de los textos expositivos son:
* Predominan las oraciones enunciativas.
* Se utiliza la tercera persona.
* Los verbos de las ideas principales se conjugan en Modo Indicativo.
* El registro es formal.
* Se emplean gran cantidad de términos técnicos o científicos.
* No se utilizan expresiones subjetivas.
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Funciones de un texto expositivo:
a. Es informativo porque presenta datos o información sobre hechos, fechas, personajes, ideas, teorías, etc.
b. Es explicativo porque la información que brinda incorpora especificaciones o explicaciones significativas sobre los datos que aporta.
c. Es directivo porque funciona como guía de lectura, presentando claves explícitas (introducciones, títulos, subtítulos, resúmenes) a lo largo del texto. Estas claves permiten diferencias las ideas o conceptos fundamentales de los que no lo son.
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Estas características de los textos expositivos nos permiten reconocer ideas principales e ideas secundarias. En un párrafo, por ejemplo, podemos identificar el tema o concepto central, luego del cual se brinda la información complementaria.
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ESTRUCTURA DEL TEXTO EXPOSITIVO
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Los textos que exponen la información pueden estar organizados de distintas maneras:
* Textos clasificatorios: este tipo de texto que clasifica la información generalmente tiene palabras que sirven de “clave”: grupo, clases, tipos, agrupar, clasificar, clasificación, agrupación, tipología, jerarquías).
* Textos descriptivos: la información va acompañada de las características de un objeto, o un hecho, o una idea.
* Textos descriptivos-comparativos: no solo describe la información aportada sino que también la compara —semejanzas y diferencias— con otra información y sus características.
* Textos secuenciales: la información es explicada en forma ordenada, a través del tiempo, como un proceso, en secuencias.
* Textos causales: se expone información que implica causas y consecuencias. Expone las razones o fundamentos por los cuales se produce la sucesión de ideas.
* Textos mixtos: estructura que combina dos o más de los textos anteriores.
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CÓMO ABORDAR UN TEXTO EXPOSITIVO PARA SU COMPRENSIÓN
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1. Leer el título, subtítulos, palabras destacadas, epígrafes de fotos o ilustraciones; fijarse en distintos tipos de letras, en los recuadros, en las palabras escritas con mayúsculas, etc., para hacerse una idea general del tema del texto.
2. Recordar lo que ya se conoce acerca del tema.
3. Primera lectura de corrido (lectura “inocente”).
4. Vocabulario: búsqueda en el diccionario de las palabras cuyo significado se desconoce.
5. Segunda lectura más detenida y comprensiva.
6. Tener en cuenta que la división en párrafos no es casual y que, generalmente, indica la forma en que se estructura la información.
7. Identificar ideas principales de cada párrafo (se pueden señalar en el texto con subrayado o realizar anotaciones marginales).
8. Este procedimiento puede llevar a una reescritura más breve del texto mediante la utilización de conectores que enlazarán las ideas principales (resumen).
9. Estas ideas y anotaciones marginales pueden representarse visualmente en gráficos (cuadro sinóptico, esquema). Este procedimiento sirve para comprender cómo están relacionados los datos, para recordarlos (“escribir ayuda a memorizar”), para repasar lo fundamental de un tema.
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LOS RECURSOS DE LA EXPLICACIÓN
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Estrategias para lograr que los conceptos complejos sean comprendidos por el receptor:
* Definiciones: son las características convencionales de algo, su significado. Existen distintos tipos de definiciones:
- por lo que algo es o significa
- por la función que designa (sirve para, se usa para)
- por la enumeración de características distintivas (está compuesto por, consta de, posee)
* Ejemplificaciones: presentan casos particulares o conocidos por el destinatario con el fin de ilustrar un tema. Sus marcas son: por ejemplo, a saber, como ser, etc.
* Comparaciones: establecen una semejanza entre algo conocido y otra cosa que el destinatario sí conoce. Se introducen con: como, se parece a, es lo mismo que.
* Reformulaciones
: son maneras distintas de decir lo mismo, para dar al texto una forma más comprensible. Se introducen con: es decir, en otras palabras, para decirlo de otra manera, vale decir, etc.

martes, 9 de febrero de 2010

LA ORTOGRAFÍA, ¿ES TODAVÍA IMPORTANTE?

Hace años que vivimos con preocupación la invasión de errores ortográficos tanto en el ámbito educativo como fuera de él. Sabemos que todo sistema de lengua tiene dos niveles de representación: "oral", en el que interviene la articulación, entonación y audición, y el "escrito" en el que lo gno-viso-motor tiene fundamental importancia. El niño llega a la escuela sabiendo hablar su lengua materna, pero será en el sistema educativo adonde se enfrentará a la máxima formalización de su aprendizaje a través de la lectoescritura.
Tengamos claro que la "letra" no es un simple dibujo más o menos legible, sino que representa a un elemento fónico muy importante del sistema. Estamos ingresando en el ámbito de la ortografía, a la que, tradicionalmente, se la consideró una parte de la gramática, la cual se encargaba de enseñarnos a escribir correctamente. Es un ámbito complejo que nos hará reflexionar sobre las posibles confusiones en las que podremos caer al tratar de desentrañar el sentido que se esconde entre la combinatoria grafémica y la puntuación. Comprendamos que, desde el significado, no es lo mismo decir: "tuvo" que "tubo", "roza" que "rosa", "paso" que "pasó", "ola" que "hola". Una coma (,) es capaz de cambiar significados o sembrar ambigüedades o incoherencias, al igual que un acento (ï). Si un hablante aspira a ser `culto' deberá ser competente en este ámbito lingüístico.
El docente de lengua se siente impotente y solo frente a esta problemática que, a no dudarlo, requiere un espacio propio con respecto a la clase tradicional, en el que con sus alumnos pueda establecer un fecundo juego ortográfico plagado de asociaciones, comparaciones y avances semánticos y morfológicos. Será importante el apoyo que reciba de sus directivos y agentes políticos de la educación.
Ante lo expuesto, la pregunta se impone: ¿qué ha pasado en los procesos cognitivos de esta área de conocimiento?: a) ¿han incidido propuestas metodológicas, tal vez, mal interpretadas, de tal suerte que nos han hecho olvidar la importancia de trabajar con nuestros pequeños alumnos en el desarrollo de correctos hábitos grafémicos y de puntuación? o, b) ¿tal vez, consideramos razonables los comentarios jocosos de algunas figuras con autoridad cultural, que, si bien no se trata de lingüistas, nos obnubilan con el maravilloso uso que ostentan del instrumento verbal y su incidencia en organismos tan importantes como la Real Academia Española? o, c) ¿quizás, la tecnología es nuestro timón en el razonamiento, llegando a pensar qué sentido tiene este aprendizaje ortográfico si la "computadora" nos ofrece la respuesta de su uso correcto?
No nos dejemos hamacar por este mundo globalizante que se proyecta en el conocimiento, desconociendo las identidades que tan importantes son para el sentido de pertenencia del ser humano. Cuando aprendemos una lengua, lo que estamos haciendo ayudados por la gramática y el léxico es aprender a pensar en esa lengua....
Reconozcamos a la ortografía como parte de esa totalidad que constituye el objeto de estudio de la ciencia lingüística, como un patrimonio cultural, nuestro patrimonio, al que tenemos la obligación de cuidar. En ella están enmarañados siglos de evolución, de historia, de cultura, de ciencia, de filosofía, de ideologías y observaciones empíricas.
A esta altura, sorprendida ante mí misma, me detengo, reflexiono, dudo y me pregunto: pero..., la "ortografía" ¿será, realmente, importante?

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Lic. Evangelina Simón


Docente de Lingüística y Psicolingüística (UNR y UCSF), investigadora. Autora, entre otros, de los libros "De la oralidad a la escritura", "Cómo enseñar sintaxis" y "Comprender e interpretar".
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sábado, 6 de febrero de 2010

TRAMAS TEXTUALES

1. TRAMA NARRATIVA

Se caracteriza por comunicar hechos o acontecimientos, dispuestos en una secuencia con jerarquía causal y cronológica: hay acontecimientos que necesariamente ocurren antes que otros; hay acontecimientos que son el efecto de sucesos anteriores.
Además estas acciones son atribuidas a sujetos que las realizan o sufren sus efectos.

El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento vio una yararacusú que, arrollada en sí misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura.
La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
Horacio Quiroga. A la deriva (fragmento)
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Con otras palabras:
1. Texto formado por oraciones con encadenamiento cronológico.
2. Cuenta hechos.
3. El eje es el tiempo
4. Centrado en verbos de acción y adverbios de tiempo.
5. Objetivo: transmitir un hecho o proceso.
(A después de B)
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2. TRAMA DESCRIPTIVA

Se caracteriza por la comunicación de las características de los objetos (o personas) y de los procesos. Entre sus componentes no se establece una relación jerárquica como en la trama narrativa, sino que el orden de importancia en que aparecen es equivalente. La secuencia está basada entonces en la coordinación y yuxtaposición de las partes.

A un costado del baldío, en el techo de un tranvía abandonado, duerme un gato. En el tranvía, esqueleto comido por los vientos y la humedad y la sal, vive gente; hay ropa tendida en el cerco de alambre. Un niño descalzo, con una bolsa al hombro, saluda desde lo lejos agitando la mano. El campito huele a retamas.
Eduardo Galeano. La canción de nosotros (fragmento)
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Con otras palabras:
1. Texto formado por enunciados con encadenamiento del orden espacial.
2. Se refiere a lugares, objetos y personas.
3. El eje es el espacio.
4. Centrado en verbos de estado y adverbios de lugar.
5. Objetivo: caracterizar objetos, personas, lugares, pensamientos.
(A al lado de B)
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3. TRAMA ARGUMENTATIVA

Sus objetos son las ideas, las creencias, la opiniones, los conocimientos, los juicios de valor. Lo que se comunica es la defensa o apoyo de unas y la refutación de otras. La secuencia es un tipo jerárquico porque se ordenan las ideas en partes bien diferenciadas: generalmente se establece la cuestión sobre la que se va a desarrollar la argumentación; la posición que se va a defender, y luego se desarrollan diversos procedimientos que apelan a la lógica para presentar las pruebas que apoyen esa posición y que lleven a alguna conclusión.

La naturaleza humana no es en sí ni buena ni mala, es la educación la que la hace buena o mala. Más allá del ser, la educación apunta al deber ser. Presupone la perfectibilidad del hombre. Cuanto más se eleva el individuo en la sociedad, más acepta responsabilidades y más importancia reviste este deber ser. Cabe esperar de un jefe de Estado o de gobierno, de un diputado, de un responsable sindical o de un dignatario religioso una perfecta probidad moral además de sus competencias. Cuanto más educado se está más alto se llega, en el sentido moral tanto como social. Hace falta, pues, tener confianza en la capacidad del hombre de superarse, y en la de la educación para ayudarle a ello.
Ph. Augier. El ciudadano soberano (fragmento)
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Con otras palabras:
1. Texto formado por oraciones con encadenamiento de orden lógico.
2. Se refiere a ideas y juicios.
3. El eje es el pensamiento.
4. Centrado en conectores (pues, sin embargo, pero, entonces, etc.)
5. Objetivo: convencer o persuadir a un destinatario.
(A entonces B)

4. TRAMA CONVERSACIONAL

Esta trama no se distingue por ocuparse de determinados objetos del mundo, sino que está caracterizada por un tipo de acción particular denominada intercambio. La secuencia está determinada por el hecho de que se cambien los turnos de palabra, y en esta sucesión de turnos, los sujetos intervinientes en una conversación están comprometidos en la construcción de un texto único.

-Buena mujer, ¿podrías darle albergue a un caminante?
-Pasa, marinero.
-¿No tendrás, buena mujer, algo para matar el hambre?
-¡Ay, buen hombre, yo misma no he probado bocado en todo el día!
-En fin... Cuando no hay, no hay...
(de un cuento popular ruso)
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Con otras palabras:
1. Texto formado por enunciados que por turno intercambian dos o más personas.
2. Es un intercambio de palabras.
3. El eje es el mantener una conversación.
4. Centrado en recursos apelativos que tienden a llamar la atención del interlocutor y provocar una respuesta.
5. Objetivo: intercambiar opiniones o pensamientos a través del diálogo.
(A/B - B/A)

5. TRAMA EXPOSITIVA-EXPLICATIVA

Esta trama presenta un tema con la finalidad de darlo a conocer al destinatario o ampliar la información que este tiene sobre ese tema. Se la encuentra, por ejemplo, en clases orales, textos de libros de estudio, artículos de divulgación, etc.

Reciben este nombre los textos que presentan al lector informaciónsobre teorías, hechos, personajes, fechas, etc. Fueron escritos por un experto o estudioso del tema, con un vocabulario específico, perteneciente a alguna de las áreas del conocimiento.
Un buen texto expositivo presenta la información de manera ordenada (títulos, subtítulos, recuadros, colores que resaltan algunas palabras, etc).

Molusco (del lat. Molluscus, blando) Zool. Tipo o filium animal con aprox. 120.000 especies, perteneciente a los deteróstomos. Los moluscos tienen piel blanda y sin protección, con frecuencia recubierta por la secreción del pliegue del manto, la concha. Han desarrollado una forma especial la parte inferior del cuerpo, denominada pie, lo que permite que se desplacen arrastrándose. Se divide en dos subtipos. Los anfineuros son más primitivos. Exclusivamente marinos, están provistos de dos pares de cordones nerviosos, que atraviesan el cuerpo y forman una especie de sistema nervioso en escalera triple por medio de cordones conectivos. Las clases solenogastros, con 140 especies, y placóforos, con más de 1.000 especies, y placóforos, con más de 1.000 especies, pertenecen a este grupo. El segundo subtipo, conchíferos, comprende aquellos moluscos provistos de verdaderas conchas continuas. En él se distinguen cuatro clases: los gasterópodos, con aprox. 85.0000 especies, los escafópodos, con aprox. 300 especies; los bivalvos, con aprox. 25.000 especies y los cefalópodos, con aprox. 8.500 especies.(Tomado de Enciclopedia Clarín, Tomo 17. Bs. As. 1999)