sábado, 23 de octubre de 2010

IPARRAGUIRRE, Sylvia: El dueño del fuego


La mañana ya había empezado con un pequeño malestar. O por lo menos esto es lo que la ordenada mente de la doctora Dusseldorff pensaría más tarde al salir del aula. El edificio era antiguo y frío; altísimas persianas de hierro dejaban pasar como a desgano esa ambigua claridad del invierno que obligaba a encender las luces, a no mirarse las caras, a hablar sin levantar la voz. En un rincón, el portero forcejeaba con la estufa a kerosene. Los asistentes a la clase de etnolinguística de la doctora Dusseldorff, en efecto, hablaban sin mirarse, en voz muy
-¡Coño! -dijo el portero. La estufa exhibía un mecherito desarticulado y anacrónico. Una llama azul aparecía y desaparecía con pequeñas explosiones intermitentes. De golpe se apagó. Todos miraron a la doctora. El portero se levantó y dijo-: Ya vuelvo, voy hasta mi casa y traigo la mía. No se nos vaya a enfermar el aborigen. El pronombre reflexivo o algo en el acento espafiol del portero provocó discretas sonrisas entre los linguistas y antropólogos. La clase, Lengua y Cultura del Chaco Argentino, debía comenzar en unos minutos. Se contaba con un indio: el toba Marcelino Romero. No podía tardar. Considerando que viajaba desde Villa Insuperable, el trayecto le llevaba poco más de una hora.
A las diez y media en punto apareció en la puerta del aula. Era bajo y corpulento con una convencionalmente inexpresiva cara de indio. El pelo, renegrido y largo, contenido detrás de las orejas. Su aspecto era muy pulcro; llevaba medias y alpargatas. Murmuró un saludo y se dirigió a su asiento, a un costado del escritorio de la doctora. Sobre el pizarrón, un cuadro repetía en griego y castellano, la leyenda. "El hombre es la medida de todas las cosas". La doctora salió del aula. Cuando volvió, escoltada por el portero y el antropólogo de la cátedra, ya era, definitivamente, la doctora y profesora Brigitta Inge Dusseldorff, de la Universidad de Mainz, especialista en lenguas amerindias, cuya tesis Einige linguistiche indizien des Kurtunwandels in NordostNeuquinea (München, 1965) había impresionado vivamente a especialistas de todo el mundo. Otro de sus trabajos, Der Kulturwandel bei de Indianen des Gran Chaco (Sudamerika) seit der Konkista-Zeit (Mainz, 1969), era fervientemente citado por los alumnos de la Facultad quienes deseaban desentrañar algún día sus profundos conceptos. La doctora Dusseldorff era alta, huesuda, de pelo muy corto; anteojos y pies enormes. La universidad argentina se conmovía con su presencia. El portero, un paso detrás de ella, no le llegaba al hombro.
-Gracias -dijo en correctísimo castellano-. Puede retirarse.
Todos se acomodaron en sus asientos; el antropólogo también. La clase comenzaba.
-La clase anterior -dijo la doctora a quien le gustaba ir directamente al punto-, habíamos llegado hasta la parte de caza y pesca, armas e implementos, ¿verdad?
Todos dieron cabezadas afirmativas.
-Bien, hoy no usaremos cintas grabadas dijo la doctora-. Vamos a retomar con el propio informante la parte correspondiente a pesca, Por favor, señor Marcelino, ¿cómo se dice "pescar"?
El indio los miró, después miró inexpresivamente la pared y dijo: -Sokoenagan.
-Muy bien. Así que esto es "pescar".
El indio sacudió la cabeza. -No -dijo-. Yo voy a pescar.
-Ah, bien, la primera persona verbal. Entonces, usted va a pescar. -Lo señaló pero el indio no dijo nada-. Bien, pero, ¿cómo se dice "pescar"?, solamente eso.
-Sokoenagan -dijo el indio.
La doctora quedó con el bolígrafo en alto.
-Intentemos con la tercera persona. ¿Cómo decimos "él pesca"?
-Niemayó-rokoenagan -dijo el indio.
-Perfectamente -dijo la doctora y se explayó en consideraciones fonéticas. Durante los siguientes veinte minutos la clase avanzó muy lentamente.
-Recapitulemos -dijo, por fin, la doctora-. Pescar: sokoenagan; yo pesco: sokoenagan; tú pescas: aratá-sokoenagan; él pesca: niemayé-rokoenagan. Existe una glotalización con valor distintivo en...
El indio decía que no con la cabeza. Parecía que lo recapitulado no era correcto.
-¿Cómo? Dijo la doctora.
-Está sentada, todavía no fue -dijo el indio. Hubo un breve silencio.
-Un tiempo continuo o un elemento espacial en la conjugación -avisó la doctora a la clase-. Explíquese -dijo severamente. Por un momento pareció que iba a agregar "buen hombre" pero no fue así.
-Está sentado, pero todavía no fue a pescar. Está pensando -dijo el indio-, está pensando en ir a pescar. Lo estoy viendo cerca.
Alumnos y profesores se movieron inquietos. El informante no facilitaba las cosas hoy. Una de las alumnas intervino con evidentes deseos de coincidir con la doctora Dusseldorff. Era la alumna más adelantada. Había tenido la oportunidad de hablar a solas con la doctora y se había mencionado la posibilidad de una beca; hasta, quizás, un viaje a Alemania.
-¿Podrá ser, tal vez, un subsistema de presencia/ausencia del objeto nombrado?
-No creo que sea el caso dijo, con frialdad, la doctora.
El antropólogo, joven, pálido, de traje y bufanda, con experiencia de campo, intervino:
-Permítame, doctora. -Era un hombre que sabía manejarse con los indios.- ¿Qué querés decir cuando decís que lo estás viendo, Marcelino? -El antropólogo tuteaba al toba aunque debía tener veinte años menos. La doctora aprobó con una inclinación de cabeza la eficaz intervención masculina.
-Si no lo veo, digo de una manera distinta -dijo el indio. Y agregó:- Pero no pesca; va a ir a pescar.
Hubo un suspiro de alivio general. El antropólogo daba explicaciones a unas alumnas sentadas a su alrededor. Fumaba elegantemente. Conocía las últimas corrientes teóricas; sin embargo, añoraba la época de la Antropología Clásica y soñaba con reeditar a uno de aquellos refinados y eruditos dandies ingleses, capaces de internarse en lo más profundo y salvaje de la jungla, todo por la ciencia. El mismo ya había estado en el Impenetrable. Esto le otorgaba una secreta superioridad sobre la doctora, que sólo había trabajado con estadísticas, lenguajes procesados y computadoras. Los murmullos se generalizaron.
-Muy bien, Marcelino -dijo el antropólogo. Su tono contenía un premio.
La clase continuó. El indio permanecía sentado, inmóvil; la espalda, recta, no tocaba el respaldo de la silla.
-Pasemos a la caza -dijo la doctora, acomodándose los anteojos. El antropólogo sintió nuevamente que le correspondía tomar la palabra.
-Vos salías a cazar con tu abuelo, ¿no, Marcelino?
-Sí -dijo el indio.
-¿Había algún rito... -el antropólogo titubeó-, quiero decir, alguna reunión alguna ceremonia, antes de que fueran a cazar? Tu abuelo, ¿qué decía de esto?
-No -dijo el indio y miró vagamente a su alrededor.
Se produjo un corto silencio. La doctora intervino. Manifestó su interés en preguntar sobre la terminología referida a la caza. El antropólogo estuvo totalmente de acuerdo. Pero antes de que la doctora pudiese formular la primera pregunta, el toba, inesperadamente, comenzó a hablar. Hablaba en voz baja, con la mirada clavada en el piso. Explicó la enfermedad que se podía contraer por maleficio del animal perseguido. El se había enfermado de ese modo. La ciudad se parecía a la selva, dijo. Allá había que cuidarse de los bichos; acá hay que cuidarse de la gente. Recordó a su padre y a su abuelo, cuando lo llevaban a cazar. Ellos le habían enseñado cómo hacerlo. Pero él, después, había querido venirse. Salir del Chaco, de la tierra firme, y venirse, porque se había peleado con el capataz que era paraguayo y les daba trabajo nada más que a los paraguayos. No a los hermanos tobas, no a los argentinos.
La última palabra sonó extraña en el aula. Los presentes miraban al indio como si acabara de decir algo fuera de lugar, o como si empezaran a descubrir en él una cualidad que antes no habían percibido. En el aire flotaba una observación notable: ese indio era argentino.
-Me fui un domingo a hablarle -proseguía el toba. No había variado su actitud y su mirada permanecía fija en el suelo-. Y me pelié.
Trabajábamos toda la semana, no había domingo.
Estudiando su cuaderno de notas, la doctora dijo:
-Creo que nos vamos del tema. No se trata de historia personal sino de reconstrucción cultural. Miró al antropólogo que acudió otra vez en su auxilio.
-Está bien, Marcelino -dijo el antropólogo con cierta advertencia en el tono de su voz; tenía experiencia de campo y sabía cómo hablar con los indios-, está muy bien -ahora parecía dirigirse a una criatura-, pero queremos que nos cuentes cuando ibas a cazar; qué armas usabas, cómo se llamaban, ¿te acordás? Vos tenías dieciocho años cuando te viniste del Chaco.
-Sí, me vine -dijo el indio-. Yo no quise entrar en la transculturación. -Como llevadas por un mismo impulso, todas las cabezas se inclinaron; se tomó nota de esta palabra tan correctamente asimilada por el toba-. Yo reboté porque me pelié con el capataz. Llovía y mi abuelo y yo habíamos cargado todo el domingo. Mi abuelo y yo, entreverados con los otros, cargamos los vagones con los fardos, aunque llovía. Entonces me pelié y me vine a la ciudad, al Hotel de Inmigrantes; pero la pieza era muy chica, todo era muy chico. Uno quiere ver campo y no. Ve nada más que ciudad, por todos lados.
La clase estaba en suspenso. La doctora, impaciente, miró al indio y dijo con tono autoritario:
-Vamos a continuar con implementos y armas, pero antes probaremos con dos palabras para retomar la parte fonética. -Miró otra vez al indio.¿Cómo se dice "pez"?
El indio suspiró y se apoyó en el respaldo de la silla; después, metió las manos en los bolsillos del pantalón y cruzó una pierna sobre otra. No pareció un gesto oportuno en el contexto de la clase. Miró de frente a la doctora.
-Naiaq -dijo.
-Bien, entonces podríamos establecer: sokoenagan naiaq: yo pesco un pez. Observen que hay dos nasales en contacto -dijo con algo que podía parecerse al entusiasmo, la doctora.
-Si el pez está ahí y yo lo veo, sí -interrumpió el indio-, si no, no. -Todos lo miraron.- Hay otra forma -concluyó, finalmente, el toba.
-¿Cuál?-preguntó la doctora Dusseldorff. Sus ojos se habían achicado detrás de los enormes anteojos.
-Lacheogé-mnaiaq-ñiemayé-dokoeratak -dijo el indio. Algunos de los presentes creyeron advertir una sombra de sonrisa en su cara pétrea, pero sus ojos estaban serios y fijos.
-Parece que el informante no está bien dispuesto hoy para la parte linguística. Si quierre, profesorr podemos continuarr con implementos y armas -dijo la doctora, marcando tremendamente las erres.
Todos se relajaron. Sería lo mejor. La clase en pleno se daba cuenta de que la doctora estaba ligeramente fastidiada. Cuando esto ocurría, su lengua materna subía a la superficie. El informante debía colaborar, de otro modo era imposible organizar adecuadamente la parte fonética.
-Un merecido receso, doctora -dijo, sonriente, el antropólogo. Todos rieron. Una de las alumnas se ofreció para traer café. El antropólogo y la doctora se retiraron a un rincón, a hablar en voz baja. Dos estudiantes se acercaron al indio que permanecía sentado en su silla.
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-Andá al punto, Marcelino, no te vayas por las ramas que esto va a durar todo el día. -Le ofrecieron un cigarrillo y el toba aceptó, pero no se levantó de su silla. Cada tanto, un rápido parpadeo le modificaba la expresión.
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-Así que la ciudad no te gusta -le dijo uno de los estudiantes-, sin embargo vos acá podés trabajar y mantener a tu familia, ¿no Marcelino? Estás mejor que en el Chaco.
El indio dijo que sí con la cabeza. Miraba la punta del cigarrillo: -Pero cuando uno quiere ver campo, ve nada más que ciudad -dijo-, por todos lados ciudad.
Diez minutos más tarde, el antropólogo golpeó las manos académicamente.
-Continuamos -dijo.
Mientras todos se ubicaban, él mismo salió y se dirigió a Arqueología. Cuando volvió a entrar traía dos arcos, varias flechas, tres lanzas de diferentes tamaños y un lazo hecho de fibras vegetales con complicados nudos en los extremos.
-Bueno, Marcelino -dijo el antropólogo, colocándose frente al toba-, reconocés estos elementos, estas armas... sostenía el arco y las flechas delante de los ojos del indio. Desde la silla, el toba miró los objetos. Levantó una mano y tocó con la punta de los dedos el arco. Bajó la mano.
-Sí-dijo-, sí.
-¿Alguno te llama la atención en forma especial? -continuó preguntando el antropólogo.
El indio tomó una de las flechas, la más chica, sin plumas en el extremo. -Esta es una flecha para pescar.
-Perfectamente. ¿Se utiliza con este arco? La clase pasada dijiste que tu abuelo tenía todas estas cosas guardadas en su casa.
De repente, el indio se puso de pie y se inclinó sobre el antropólogo. Todos se sorprendieron; el antropólogo dio un brusco paso hacia atrás. E1 indio le habló en voz baja.
-Por supuesto, Marcelino -el antropólogo intentaba reír- por supuesto. -Marcelino pide permiso para quitarse el saco y estar más cómodo para reconocer el arco -informó a la clase.
Se oyeron unas risas aisladas, nerviosas. La doctora, completamente seria, anotaba algo en su libreta de apuntes. El indio colocó cuidadosamente el saco en el respaldo de la silla. Después tomó el arco. En las manos del indio, el arco dejó de ser una pieza de museo y se volvió un objeto vivo. Sus manos, anchas y morenas, lo recorrían parte por parte. No había ninguna afectación en ese reconocimiento. Su disposición era la de alguien que sabe muy bien lo que va a hacer. Con una mano sostuvo el arco y con la otra tomó las flechas.
-Esta es de caza -dijo sin dirigirse a nadie. Paradójicamente se veía mucho más corpulento sin el saco. Su cuello y sus hombros eran poderosos. En su frente, inclinada para observar mejor los objetos, se marcaba una vena desde el entrecejo hasta el nacimiento del pelo. Todos lo miraban con curiosidad. No parecía el mismo que hacía unos minutos contestaba pasivamente las preguntas de la doctora-. Y ésta es la de guerra. Al decirlo el indio miró al antropólogo. La flecha que sostenía era la más grande, con un penacho de plumas de colores en el extremo.- Mi abuelo decía que Peritnalik nos mandaba a la guerra a los hermanos. -Miró otra vez al antropólogo y después a todos; antes de que el antropólogo hablara, dijo.- Peritnalik, Dios, El Gran Padre, el que manda los espíritus a la llanura del indio.
Algunos tomaban notas. La mayoría clavaba una mirada ansiosa en el toba. No podía decirse que estuviera haciendo nada impropio, pero algo había en su manera de pararse y de tomar el arco que sobrepasaba los límites de una clase en el Instituto. El antropólogo se había sentado cerca de la puerta, a un costado del indio, y lo observaba. Trataba de aparentar interés pero era evidente que estaba algo desconcertado e incómodo.
El toba, con una destreza sorprendente, tensó la cuerda y la amarró al extremo del arco. Todos los ojos estaban fijos en sus manos. Una ligera inquietud se pintó en las caras. En realidad, nadie conocía bien a ese indio. Habían dado con él por casualidad y había resultado particularmente oportuno para ilustrar las clases de la doctora Dusseldorff. Como para retomar el hilo perdido de la clase, el antropólogo preguntó:
-Cómo se dice "flecha", Marcelino.
El indio levantó bruscamente la cabeza. Hichqená -dijo.
-Podemos establecer una comparación con la terminología mataca que...
El antropólogo debió interrumpirse. El indio, con las piernas separadas y firmemente plantado, tensaba el arco como probándolo. Una parte de su pelo, renegrido y duro -de tipo mongólico, pensó automáticamente el antropólogo- se había deslizado de atrás de su oreja y le caía sobre la cara. La mano oscura alrededor de la madera se veía enorme. Una energía insospechada hasta entonces -en las clases anteriores el indio había permanecido siempre respetuosamente sentado en su silla- irradió de su cuerpo, una fuerza recíproca entre su brazo y la tensión del arco, una especie de potencia masculina, en fin, que fastidiaba especialmente a la doctora Dusseldorff, habituada a las jerarquías asexuadas de la ciencia. Con voz gutural, el toba dijo:
-Kal'lok-y repitió más fuerte-, Kal'lok. Nadie anotaba ya las palabras. Con una agilidad que dejó a todos en suspenso, el indio se agachó y tomó una flecha, la más larga, con el penacho de plumas. El antropólogo se levantó de su silla. Estaba pálido. La doctora había dejado su cuaderno de notas sobre el escritorio.
-Creo que no es necesario... -empezó a decir.
-¡Ena...! ¡Ená...! ¡Peritnalik! -la voz profunda del toba rebotó en las paredes.
Varios cuadernos de notas cayeron al suelo. El indio había colocado la flecha de guerra en el arco y volvía a tensar la cuerda. Había quedado de perfil a la clase y en esa actitud era muy fácil imaginar su torso desnudo, como en un sobrerrelieve. La flecha ocupaba exactamente el vacío de la tensión. Su punta alcanzó casi la altura de los ojos del antropólogo. La doctora tenía la boca abierta.
-Hanak ená ña'alwá ekorapigem ramayé mnorék, ramayé lacheogé, ramayé pé habiák... murmuró la voz ronca del indio. Estaba inmóvil. Sólo sus ojos describieron, lentamente, un semicírculo que los abarcó a todos. Algunas cabezas iniciaron el movimiento de ocultarse tras la espalda de los que tenían delante. En el fondo del aula, una chica se puso de pie.
-Kal'lok -dijo el indio.
El silencio pesó como una losa.
El toba bajó, despacio, el brazo y destensó el arco. Con delicadeza sacó la flecha y la colocó junto a las otras. Apoyó el arco en el respaldo de la silla. Retiro el saco y se lo colgó del antebrazo.
El aula, de a poco, empezó a cobrar vida. Hubo carraspeos, personas que se inclinaban buscando en el suelo sus cuadernos de notas, algunas toses aisladas. El antropólogo, todavía pálido, encendió un cigarrillo y se aproximó al indio.
-Perfectamente, Marcelino, perfectamente -dijo.
Esto devolvió a la clase su capacidad de expresión. En general, se intentaba averiguar quién había tomado notas. Recorrió el aula la información de que lo dicho por el toba había sido una oración a Peritnalik. Algo como "...el dueño del fuego, el dueño de la noche y de la selva..." y también algo más, pero no se podía asegurar.
Rápidamente, se reunió el dinero con que se pagaba la colaboración de Marcelino Romero. Uno de los alumnos se lo entregó sin mirarlo.
El antropólogo y la doctora Dusseldorff salieron últimos. La clase no había sido satisfactoria. Consideraban, académicamente, la posibilidad de conseguir otro informante. Tal vez un mataco con mayor disposición. La buena disposición es fundamental para los fines científicos.
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de "En el invierno de las ciudades"de Sylvia Iparraguirre. Publicado por Ed. Galerna, 1988. ©.
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Argentina, 1947

domingo, 17 de octubre de 2010

BORGES, Jorge Luis: Buenos Aires


BUENOS AIRES
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Antes yo te buscaba en tus confines
que lindan con la tarde y la llanura
y en la verja que guarda una frescura
antigua de cedrones y jazmines.
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En la memoria de Palermo estabas,
en su mitología de un pasado
de baraja y puñal y en el dorado
bronce de las inútiles aldabas,
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con su mano y sortija. Te sentía
en los patios del Sur y en la creciente
sombra que desdibuja lentamente
.
su larga recta, al declinar el día.
Ahora estás en mí. Eres mi vaga
suerte, esas cosas que la muerte apaga.
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El otro, el mismo (1964)
.
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BUENOS AIRES
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Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.
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Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.
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Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana
.
sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto
será por eso que la quiero tanto.
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El otro, el mismo (1964)
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BUENOS AIRES, 1899
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El aljibe. En el fondo la tortuga.
Sobre el patio la vaga astronomía
del niño. La heredada platería
que se espeja en el ébano. La fuga
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del tiempo, que al principio nunca pasa.
Un sable que ha servido en el desierto.
Un grave rostro militar y muerto.
El húmedo zaguán. La vieja casa.
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En el patio que fue de los esclavos
la sombra de la parra se aboveda.
Silba un trasnochador por la vereda.
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En la alcancía duermen los centavos.
Nada. Sólo esa pobre medianía
que buscan el olvido y la elegía.
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Historia de la noche (1977)
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(Buenos Aires, 1899 / Ginebra, 1986)

lunes, 11 de octubre de 2010

WALSH, Rodolfo: Esa mujer

El coronel elogia mi puntualidad:
-Es puntual como los alemanes -dice.
-O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
-Esos papeles -dice.
Lo miro.
-Esa mujer, coronel.
Sonríe.-Todo se encadena -filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.
-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
-Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
-La pobre quedó muy afectada -explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.
-¡Cómo no me va a importar!... Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
-La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste -dice.
Pienso. No se me ocurre.
-Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
-La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
-¿Qué más? -dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una madrugada.
-La confundió con un ladrón -sonríe el coronel. Esas cosas ocurren.
-Pero el capitán N...
-Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
-¿Y usted, coronel?
-Lo mío es distinto -dice-. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
-Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
-Me gustaría.
-Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
-Ojalá dependa de mí, coronel.
-Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.-Mire.A la pastora le falta un bracito.
-Derby -dice-. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
-¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
-Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
-¿Qué querían hacer?
-Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
-Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
-Y orinarle encima.
-Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
-Esa mujer -le oigo murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
-Desnuda -dice-. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
-Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
-...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
-No.-Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
-Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
-Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.Repite varias veces "Eso le demuestra", como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese cómo se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.-¿Pobre gente?
-Sí, pobre gente -el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior-. Yo también soy argentino.
-Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
-Ah, bueno -dice.
-¿La vieron así?
-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
-Para mí no es nada -dice el coronel-. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.-A mí no me podía sorprender. Pero ellos...
-¿Se impresionaron?
-Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: "Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo". Después me agradeció.Miró la calle. "Coca" dice el letrero, plata sobre rojo. "Cola" dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. "Beba".-Beba -dice el coronel.
Bebo.-¿Me escucha?
-Lo escucho.
-Le cortamos un dedo.
-¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
-Tantito así. Para identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. "Beba".
-Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
-Comprendo.-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.-¿Y?-Era ella. Esa mujer era ella.
-¿Muy cambiada?
-No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
-¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
-¿Enciendo?-No.-Teléfono.-Deciles que no estoy.
Desaparece.-Es para putearme -explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.-Ganas de joder -digo alegremente.
-Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
-¿Qué le dicen?
-Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
-Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.-La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
-Llueve día por medio -dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
-¡Está parada! -grita el coronel-. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
-No me haga caso -dice, se sienta-. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.-¿La sacó usted?
-Sí.-¿Cuántas personas saben?
-DOS.-¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
-¿Dónde?No contesta.
-Hay que escribirlo, publicarlo.
-Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento... usted será el primero...
-No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
-¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.
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(Argentina, 1927/1977)

PALOMARES, Gabino: La maldición de Malinche

"Cortés & Malinche" (José Clemente Orozco)
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Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados
eran los hombres barbados
de la profecía esperada.
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Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.
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Iban montados en bestias
como demonios del mal
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.
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Solo el valor de unos cuantos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.
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Porque los dioses ni comen,
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.
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En ese error entregamos
la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos
trescientos años esclavos.
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Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura,
nuestro pan, nuestro dinero.
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Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.
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Hoy, en pleno siglo XX,
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.
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Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.
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Tú, hipócrita, que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.
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¡Oh, Maldición de Malinche!
¡Enfermedad del presente!
¿Cuándo dejarás mi tierra?
¿Cuándo harás libre a mi gente?
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Gabino Palomares
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Cantante mexicano nacido en San Luis Potosí. Gabino Palomares recuerda muy bien el comienzo del canto nuevo: "El movimiento del 68 influyó a muchos. En 1975 cobró auge la nueva canción por la migración latinoamericana a México. Fueron tiempos del gorilato, así que había muchas historias que contar. "Otro elementos importantes fue que un grupo numeroso de conjuntos y solistas comenzó a apoyar al Partido Socialista, lo que marcó el inicio en México del canto nuevo, el cual estuvo marcado por una línea de protesta, postura eficiente para dar a conocer la situación del país". Veinticinco años de carrera están detrás de la producción musical de Gabino Palomares.Las letras de Gabino Palomares hablan sobre el consumismo y la injerencia extranjera; la falta de compromiso del gobierno o los empresarios para con el pueblo, cuestiona las acciones emprendidas durante por lo menos tres sexenios y el permanente sacrificio de la clase trabajadora."Quisiera que mis canciones ya no estuvieran vigentes, porque eso querría decir que el país habría superado sus problemas. El mundo ha cambiado, México no gran cosa. Seguimos viviendo la herencia de la Malinche, recibiendo con grandes honores al extranjero, brindándole toda nuestra riqueza y despreciando al indígena que llega a nosotros cansado de andar la sierra”.
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miércoles, 29 de septiembre de 2010

MOYANO, Daniel: Tía Lila

Pobre tía Lila con su vestido blanco, tan alta, tan soltera. Un vestido en el que trabajaron las mejores costureras de las sierras para plisarlo y darle esa forma de campana ondulante que tenía todas las tardes tía Lila cuando nos llamaba desde la galería. Chicos, dejen ya esa pelota por favor, y a lavarse las manos, a frotarse las rodillas, a limpiarse la nariz que vamos a rezar. Un vestido que de tan plisado que era ella podía levantarlo o moverlo para cualquier lado sin que se le vieran las rodillas; nunca se acababan los pliegues, ni siquiera cuando tomaba las puntillas del ruedo y lo alzaba hasta la altura de los hombros para ser un pavo real, o juntando las manos sobre la cabeza, cerrándose allá arriba la campana para ser escarapela. O puro remolino si bailaba, el vestido se abría girando como el remolino donde se ahogó el tío Jacinto. Y qué manera de tener encajes y bordados; hilos de todos los colores formando dos grandes mariposas en el pecho, repetidas en las mangas cerradas en los puños con tiritas amarillas, todo encerrando a tía Lila en una gran blancura.
Chicos, hoy nos vamos a Cosquín a visitar al tío Emilio. A portarse bien, no llevar las hondas, no matar palomitas de la virgen ni entrampar jilgueros. Portarse bien con el tío Emilio que es tan bueno y les dará leche de cabra, pan con chicharrón y miel de sus panales. Mucho cuidado queriditos, a ser juiciosos y prudentes en la casa del tío Emilio tan bueno tan hermoso. Nada de cazar pájaros y clavarles agujas en los ojos, miren que Dios puede castigarlos por eso y dejarlos ciegos para siempre. Aprendan del tío Emilio que es tan bueno porque nunca mató pájaros ni les pinchó los ojos con espinas. Por eso lo mejor es portarse bien y juntar berro y peperina, chañar y piquillín para el tío Emilio, sin olvidarse por supuesto de pedirle la bendición. ¿Y no podemos llevar la pelota? No, eso no, dice tía Lila, porque entonces juegan y gritan demasiado, los gritos ponen nervioso al tío Emilio y además espantan sus abejas.
Que Dios los bendiga, mis queridos, dice tío Emilio tocándonos la cabeza. Y ahora vengan a ver mis flores, mis panales, mis cabritos, mis melones, mis jaulas con Siete Colores, mis canteros de margaritas y coronas de novia. No, gracias tío Emilio, queremos ir un rato a la canchita. Bueno, hijos, vayan con Dios pero no se junten con los negros, no se peleen ni se insulten. No, nunca, tío Emilio, porque Dios está en todas partes y nos está mirando siempre y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Desde la cancha hacemos señas a los negritos del rancherío, que vienen como moscas. Che, ¿no tienen pelota ustedes? Podríamos jugar un partidito. Qué van a tener pelota ellos. Pero hacen señas con los ojos para que miremos el suelo, y ahí vemos un montón de sapos que han salido del arroyo a buscar bichos, dele saltar por la canchita.
Lo lindo de esto es que la pelota ayuda, se gambetea sola. Linda pelota saltarina para los buenos tiros de boleo. Lo malo es cuando hay que cambiar de sapo. A veces te cortan en pleno avance diciendo che, esa pelota ya no vale, ¿no ves cómo está la pobre?, ahora la pelota es ésta. Entonces discutimos mucho, griterío, chicos, qué están haciendo en la canchita por amor de Dios, llega la voz de tía Lila.
Carozo y Titilo han formado dos bandos. Yo en el arco de Carozo, el Beto en el otro. Y hay cuatro negritos para cada equipo. Y un montón de sapos, que en cierto modo también son jugadores, alternadamente; ellos, cuando no son pelota, van saltando por la canchita como si jugaran; uno que sube y otro que baja, saltando siempre, desde el arroyo hasta la casa de tío Emilio, justamente hasta sus canteros de coronas de novias, todo es un latir de sapos.
En eso hay un pase alto de Titilo. Un negrito viene a la carrera con intenciones de cabecear, pero justo a tiempo recuerda la calidad de la pelota y entonces la para con el pecho, no la deja llegar al suelo, juega bárbaro el negrito; la frena con la rodilla, la bailotea con la izquierda y tira con la derecha a media altura y muy violento. Yo estoy bien colocado y embolso sin problemas. Pero ahí nomás la suelto, la tiro para atrás por encima del palo, está helada la pelota, córner gritan varios. Automáticamente voy a buscarla cuando llega la voz de Titilo diciendo que la deje, ya no sirve. Y allá desde el córner con las patas abiertas viene girando el otro sapo, la panza le blanquea cuando pasa frente al arco, peligro para mí, he salido a destiempo, cuando Carozo salva la situación sacando de voleo, un tiro bárbaro que toma de sorpresa al otro arquero, que ni ve la pelota cuando pasa alta junto al poste casi en el ángulo y se estrella no sé dónde y ya estamos uno a cero, nos abrazamos con el Carozo y los negritos nuestros.
Chicos, no se ensucien, dice tía Lila debajo de la magnolia. Y dentro de un rato vengan que vamos a rezar todos juntos por el tío Jacinto que está muerto pobrecito.
Nosotros no queremos rezar ni que nos cuenten otra vez la historia del tío Jacinto. Ya nos hemos olvidado de él. Sabemos que tenía bigotes y usaba sombrero aludo porque así está en el cuadro, en la pared.
Es que el remolino lo hundió y lo devolvió tres veces a la superficie, dice siempre tía Lila como si no lo supiéramos, mostrándonos tres dedos blancos, y nadie fue capaz de alcanzarle un palo, una tablita al pobrecito, y a la tercera vez no volvió a salir más.
Se ahogó por boludo, decimos siempre con Titilo. Nosotros nos bañamos siempre en los remolinos, es mejor que en aguas mansas. Uno se deja llevar girando para abajo un par de metros, y en el fondo el remolino es un puntito que no tiene fuerza, acaba en cero. Todo lo que hay que hacer es apoyar un pie en el fondo y con el envión salir hacia el costado, y ya se está fuera de la atracción del giro. Después nadar hasta la superficie, tomar resuello y otra vez adentro. Como un tobogán, pero más divertido. El remolino no existe en el fondo del río, todo el mundo lo sabe menos el tío Jacinto, claro. Y los que estaban ahí mirándolo ahogarse se lo decían: haga un envión cuando esté abajo, señor Jacinto, tenga en cuenta que el remolino lo llevará de abajo hacia arriba tres veces solamente. Se lo decían con palabras y también con señas por si era sordo, pero él nada. En vez de hacer lo que le decían, él también hacía señas con los dedos, y nadie lo entendía por supuesto. Los otros le decían tres, tres dedos le mostraban para que los mirase, y él también mostraba, cada vez que salía, tres dedos, siete dedos, nueve dedos. Tres veces, le decían los otros, pero él nada, haciendo su testamento, tres vacas, siete ovejas, nueve canarios, todo eso se lo dejo a mi querido hermano Emilio. Los bigotes y el sombrero chorreando. Tres veces te perdona el remolino. Pero él, nada. Y claro, a la tercera vez el remolino se lo llevó al carajo. Entonces que se joda, decimos siempre con Titilo.
Qué hacés, imbécil, me grita Carozo cuando me dejo meter el gol, cuando no veo al sapo que pasa como un refucilo entre mis piernas, todo por acordarme del tío Jacinto. Menos mal que es gol anulado, porque un pedazo de la pelota entró en el arco pero hubo otro que pasó por fuera junto al poste. Ahora la pelota es ésta, dice un negrito que se corta solo para el otro arco, y cuando va a tirar sale Titilo, taponazo, se la quitan y a cambiar de sapo.
Titilo busca el empate como loco y como sabe que yo no sé atajar pelotas altas se remuerde en un tiro muy elevado que pasa por encima del travesaño; salto todo lo que puedo viendo que el sapo va derechito a lo del tío Emilio, alcanzo a rozar la pelota con las uñas pero no hay caso, se me va, girando como un remolino con la panza para arriba allá lejos se estrella contra la jaula del Siete Colores de mi tío Emilio. Y enseguida la voz de tía Lila, tan buena, tan creída, la voz que dice por amor del Señor mis chiquilines, dejen tranquilo ese sapito y vengan a rezar. Ella hablando de un sapo y nosotros ya hemos usado como veinte.
Paren, penal, gritaron varios. Del penal del empate me acuerdo muy bien. Discutían a ver quién lo pateaba. Era un sapo grande, gordísimo, que no se quedaba quieto frente al arco mientras discutíamos. Lo ponían en su sitio, sobre un montoncito de tierra, y él enseguida agarraba para el lado del arroyo. Al final lo pateó el Titilo, como siempre. Volvieron a poner la pelota en su sitio. Titilo lo miró, tomó carrera y se remordió en un tiro a media altura que no pude atajar desgraciadamente, mientras oía el grito de tía Lila como yéndose del mundo, cayendo en remolinos, mientras veíamos que su vestido blanco cambiaba rápidamente de color, mientras oíamos su grito más bien suave, como si fueran señas de gritos, más bien lánguidos, como si en vez de gritar estuviese diciendo qué han hecho mis queridos, no se olviden que Dios y el tío Jacinto los están mirando desde el cielo.
Gol, golazo, gritan Titilo y sus negritos, que se abrazan con el Beto. Yo me retuerzo de bronca en el suelo, muerdo el pasto. Dejarme meter el gol y además mancharle el vestido a tía Lila. Ahora ella va a pensar que no la queremos. El vestido tan blanco, tan bordado, tan puntillas, entre las dos mariposas ha reventado el sapo, a la altura del canesú alforzado del vestido de tía Lila pavo real y escarapela.
Es molestísimo rezar cuando se suda a mares. Sudando es imposible concentrarse en el retrato del tío Jacinto, alumbrado con velas. Rezamos mirando de vez en cuando a tía Lila, que llora en enaguas lavando el vestido en una palangana. Nunca sabremos si llora por su vestido o por el tío Jacinto. Titilo reza mirando el retrato del difunto, pero los ojos le relumbran de alegría. Yo rezo tratando de disimular la bronca que tengo todavía. Un poquito más y lo atajaba, le agarraba una pata, qué sé yo, lo echaba al córner. Si me estiraba un poco ganábamos uno a cero.
El tío Emilio, que reza con nosotros como si contara melones o cabritos. La tía Lila, que al siguiente verano habíamos olvidado como al tío Jacinto porque después no volvimos a las sierras. La tía Lila, creyendo en tantas cosas buenas. La tía Lila, que dicen que nunca pudo sacar del todo las manchas de sangre que hicimos en su vestido blanco. La tía Lila, sin saber que nosotros seguiríamos matando sapos.
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DANIEL MOYANO
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Daniel Moyano (Buenos Aires, 1930- España, 1992) fue un escritor argentino.
Pasó su infancia en la ciudad de Córdoba
y luego se radicó en la provincia de La Rioja,
donde ejerció como profesor de música e integró el Cuarteto de Cuerdas de la Dirección de Cultura de esa provincia. Aquí formó su familia y escribió gran parte de su obra literaria.
En 1967
el Centro Editor de América Latina editó una antología de sus relatos: La espera y otros cuentos y de manera póstuma se publicó en España el libro Un silencio de corchea, aún inédito en Argentina.
Fue encarcelado en La Riojaen 1976
por la dictadura militar y una vez liberado se exilió en España, donde vivió hasta su muerte, en 1992
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lunes, 13 de septiembre de 2010

LA INVESTIGACIÓN SIEMPRE DEPENDERÁ DE LOS LIBROS


Desde 1810 hasta hoy y por siempre, los motores de los que disponemos para avanzar en los laboratorios están en las páginas que encierran la poderosa voluntad de transformar la vida.
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Nací en Almagro, cerca de Parque Centenario, el centro geográfico de Buenos Aires. Me llevó un tiempo darme cuenta de que el nombre del parque aludía al centenario del 25 de Mayo, celebrado en 1910. Más tiempo me llevó entender la diferencia entre la libertad proclamada en 1810 y la independencia de 1816. Es que en el nacimiento de nuestra nación ya se encuentran las claves de nuestras taras políticas. El no llamar a las cosas por su nombre: somos “libres” pero no “independientes” de España. El gusto por lo teatral: nos pusimos la “máscara” de Fernando VII y juramos fidelidad al rey, pero nos viene al pelo que esté preso en manos de los franceses. Las teorías conspirativas: Moreno murió en alta mar pero quizá lo asesinaron los saavedristas. Es probable que hayan sido estas ambigüedades de la historia, concebida como relato y no como ciencia, las que me impulsaran a seguir los caminos, supuestamente más lineales, de las ciencias naturales.
Los hombres de Mayo tenían muy pocas de las tecnologías de hoy. No hablo sólo de la consabida ausencia de electricidad, petróleo, trenes, automóviles, aviones, fotografía, cine, televisión, computadoras, teléfonos y satélites.
Deberían esperar hasta 1819, por ejemplo, para que se inventara el estetoscopio; a 1844 para la anestesia, y a 1944 para el primer antibiótico. Los fósforos recién se inventarían en 1827; la bicicleta, en 1839; el alfiler de gancho, en 1849; la leche pasteurizada, en 1852; la máquina de escribir, en 1867. De fines del siglo XIX son el alambre de púas, el papel higiénico, la Coca Cola y el cierre relámpago. De los comienzos del XX, la hojita de afeitar, los saquitos de té, la curita, el cuaderno de espiral y la cinta scotch. El bolígrafo recién sería inventado en 1938, los aerosoles en 1941 y la tarjeta de crédito en 1950. Y podríamos seguir hasta el ipod, el ipad y el viagra. El bolígrafo fue producto del húngaro/argentino Biro, pero la mayoría de lo mencionado vino de Estados Unidos e Inglaterra, los países más industrializados.
A diferencia de la esclavitud, los modos de producción del capitalismo requirieron mayor desarrollo de las fuerzas productivas: más tecnología y un piso de bienestar y salud para la nueva clase obrera. En estos 200 años hubo algunos puntos de inflexión destacables:
La posibilidad de registrar el sonido. El dibujo, la pintura y la escultura, cuyo primer vernissage ocurrió hace 20.000 años en las cuevas de Altamira, permiten saber cómo eran Bach, Castelli o Belgrano, sin fotos ni cine. Sin embargo, ninguna partitura ni instrumento musical pueden dar cuenta de sus voces. La voz humana solo pudo ser registrada a partir del fonógrafo de Edison de 1877, cuando estos personajes ya estaban muertos.
En 1859 Darwin confirma la evolución de la vida sobre la Tierra al descubrir la selección natural que, si bien no niega, hace prescindible la necesidad de Dios.
Los secretos del átomo y del universo son desnudados por la mecánica cuántica y la relatividad de Einstein.
La tectónica de placas nos explica cómo se formaron los continentes, se elevaron las cordilleras y se producen los terremotos.
El descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 por Watson y Crick provee las bases moleculares de la herencia y permite explicar por qué, como dice Serrat, “a menudo los hijos se nos parecen…”, confirmando que la vida no es otra cosa que química y física. Me detendré en el ADN por razones obvias, lo conozco más. La ingeniería genética ha revolucionado desde la producción de medicamentos hasta la de enzimas industriales como las que se usan para “gastar” cada par de vaqueros que se vende en el mundo. Desde la detección de contaminación en alimentos hasta la generación de organismos genéticamente modificados; desde la fabricación de vacunas y el diagnóstico de enfermedades hasta la terapia génica, la medicina forense “a la CSI” y la determinación de identidad y lazos familiares. Este tema es particularmente importante para nuestro país ya que gracias al análisis de ADN se ha podido identificar a los hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar. Este análisis, que permite distinguir entre un hijo adoptado y uno apropiado, debe ser usado para conocer la verdad en todos los casos, sin excepción, en virtud del concepto de igualdad, pilar del ideario de Mayo. Como también dice Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Es difícil vislumbrar si la alta densidad de inventos y descubrimientos de los dos siglos pasados se mantendrá en los venideros. Los científicos, por cautela, somos malos para predecir a largo plazo.
Sospecho que en los próximos años se seguirá perfeccionando, acortando los tiempos de respuesta y creando nuevas interfaces interactivas de los inventos básicos de los siglos XIX y XX, como ha venido ocurriendo con la telefonía. Me parece que los mayores avances se producirán en la agricultura, en la medicina y en el aumento de la esperanza de vida, terrenos donde nuestro país tiene grandes ventajas por su tradición en investigación. Sería magnífico que se lograse no solo pronosticar mejor el tiempo sino controlarlo: que llueva aquí y no allá, que se abra esta nube que pasa mi avión. Me intriga cómo será el mundo una vez agotado el petróleo.
Con o sin ciencia, en 1810 como ahora, la humanidad dispone de una misma arma, poderosa y transformadora: LOS LIBROS.
Los de Rousseau y Voltaire que inspiraron a los patriotas de Mayo; los de Marx, Darwin, Freud, Sarmiento, Borges y Cortázar que seguramente habrían leído si hubieran vivido en sus tiempos. Los que ya había quemado la Inquisición, los que quemarían los nazis y Pinochet, y los que prohibirían los militares argentinos.
Imaginándonos, los hombres de Mayo a la luz de una vela y nosotros, ahora, a la luz de una lamparita de bajo consumo, leyendo apasionadamente un libro, la brecha tecnológica entre ellos y nosotros se hace despreciable. Siempre, todavía, y afortunadamente: LOS LIBROS.
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Biólogo molecular, profesor titular FCEN-UBA e investigador superior del CONICET

domingo, 12 de septiembre de 2010

DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS

Adoptada y proclamada por la Resolución de la Asamblea General 217 A (III) del 10 de diciembre de 1948
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El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos, cuyo texto completo figura en las páginas siguientes. Tras este acto histórico, la Asamblea pidió a todos los Países Miembros que publicaran el texto de la Declaración y dispusieran que fuera "distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas y otros establecimientos de enseñanza, sin distinción fundada en la condición política de los países o de los territorios".
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PREÁMBULO
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Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;
Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;
Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones;
Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad;
Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre, y
Considerando que una concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el pleno cumplimiento de dicho compromiso;
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LA ASAMBLEA GENERAL PROCLAMA LA PRESENTE
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Declaración Universal de Derechos Humanos
como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.
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Artículo 1
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Artículo 2
1. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
2. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.

Artículo 3
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

Artículo 4
Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.

Artículo 5
Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

Artículo 6
Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.

Artículo 7
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.

Artículo 8
Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo ante los tribunales nacionales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la constitución o por la ley.

Artículo 9
Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.

Artículo 10
Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal.

Artículo 11
1. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.
2. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron delictivos según el Derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito.

Artículo 12
Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.

Artículo 13
1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.

Artículo 14
1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
2. Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Artículo 15
1. Toda persona tiene derecho a una nacionalidad.
2. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad.

Artículo 16
1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio.
3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.

Artículo 17
1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.
2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.

Artículo 18
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

Artículo 19
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Artículo 20
1. Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas.
2. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación.

Artículo 21
1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.
2. Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.
3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.

Artículo 22
Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.

Artículo 23
1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.

Artículo 24
Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.

Artículo 25
1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.

Artículo 26
1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.

Artículo 27
1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.

Artículo 28
Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.

Artículo 29
1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.
2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática.
3. Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Artículo 30
Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.

lunes, 6 de septiembre de 2010

HORA LIBRO

Domingo, 18 de julio de 2010
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Por Soledad Barruti
. “Hay que estar en las aulas para saber cómo es. Yo trabajé mucho en las escuelas nocturnas de provincia a las que van los alumnos que se caen del sistema: por repetidores o porque son amonestados y rebotan o porque de día tienen que trabajar. En una de esas escuelas, frente a la plaza de Lomas, había un alumno que limpiaba pisos en el hospital Rivadavia. Como vivía en San Vicente, se levantaba a las cuatro o cinco de la mañana, limpiaba pisos todo el día, se volvía para Lomas, después se tomaba el tren, se volvía a San Vicente, y así. Por supuesto llegaba un momento al final de la clase en la que el pibe iba entrecerrando los ojos hasta que se dormía. A mí si hay algo que me ofende, que me brota, es que los alumnos se me duerman en la clase. Pero cuando conocí la historia de este chico, no sólo no me molestaba sino que en la clase íbamos bajando el volumen de la voz. Pasaron los meses y cuando llegó el Día del Maestro el pibe, como regalo, escribió en el pizarrón: Gracias maestra por permitirme el sueño. Y en ese texto yo encontré el porqué de un docente. No el porqué yo era docente sino por qué es necesario que haya docentes”, cuenta Angela Pradelli, escritora y docente a cargo del área bonaerense del Plan Nacional de lectura desde hace un año. “Un docente es el que cree que tu sueño va a realizarse y de alguna manera colabora. Los mejores maestros son los que logran ser respetuosos, los que saben escuchar y que permiten el espacio para decir. Porque de ese modo demuestran que tiene puesta la fe en los pibes. Es tan necesario que los docentes crean en los alumnos, que promuevan sus derechos... es aún más importante que el hecho de que sepan mucho, con todo lo que me interesa que los docentes estén formados. Y para eso trabajo.”
¿Está efectivamente todo roto? ¿Se pueden reconstruir los cimientos de la sociedad desde la escuela? ¿Es posible tomar la lectura como un camino de inclusión cuando el horizonte de la mayoría de los jóvenes tiene la forma de un nuevo modelo de Nike? Desde el Plan de Lectura Nacional se pretende responder positivamente a todas esas preguntas en el futuro. Para eso, con el aula como campo de batalla y los libros como el arma más poderosa, emprenden acciones concretas para devolver al docente su jerarquía, al alumno su entusiasmo, al sistema un poco de cabeza y corazón. Así, en todas las escuelas del país se están generando diariamente talleres y cursos, se entregan millones de publicaciones literarias y cuadernillos educativos que resignifican cuestiones fundamentales como la lectura en voz alta. Con la dirección de Margarita Eggers Lan, el Plan Nacional empezó oficialmente en 2008 cuando se fusionaron las diversas políticas ministeriales sobre promoción de la lectura que se sucedían desde 2003. Partiendo de esos megaeventos que significaron llenar de libritos de cuentos las tribunas de fútbol y las peluquerías, la propuesta fue cimentando en otros gestos que abrieron y ampliaron el diálogo con los docentes (hace dos años, por ejemplo, en un trabajo exhaustivo de cruza de datos de padrones, para el Día del Maestro llegaron a obsequiar a domicilio un libro por maestro en todo el país). Pero, sin dudas, es su trabajo con escritores, artistas e intelectuales lo que se anuncia como verdaderamente innovador. Nombres como los de Ricardo Piglia se suman a estas propuestas dictando conferencias para docentes; escritores como Eduardo Sacheri o Guillermo Saccomanno y dibujantes como Miguel Rep recorren escuelas del Gran Buenos Aires; Martín Kohan, Esther Cross, Alan Pauls y Noé Jitrik, entre otros, prologan los libros que este año irán en la mochila de cada chico de secundaria de las escuelas bonaerenses.
Es en ese contexto, y con ese tipo de propuestas bajo el brazo, en el que entra Angela Pradelli. Luego de haber visitado escuelas como escritora invitada, no dudó en sumarse a la propuesta. Armó un equipo (con las también docentes y escritoras Andrea Lobo y Cristina Ibáñez) y, con una clara actitud rupturista, se propuso tensar las cuerdas y duplicar la apuesta en el territorio tal vez más complejo del país: la provincia de Buenos Aires.
Desde que empezó, dice Pradelli, hubo algo tan valioso como fundamental en el trabajo de todos los días: el hecho de que los autores apoyaran cada una de las acciones del Programa. “Los escritores nos acompañaron siempre, empujan con nosotros con toda generosidad. Además, ¿no es lo más lógico pensar a los autores dentro del Programa? ¿Puede un plan de lectura crecer de espaldas a los escritores? Después de todo son ellos los que escriben los textos que circulan entre los alumnos; su presencia en las aulas y el apoyo al Programa aportan buena parte de la savia que corre por las nervaduras de este trabajo en la provincia.” Así fue en mesas de escritores que se debatió la Biblioteca Básica (diez libros fundamentales para leer a lo largo de toda la secundaria prologados por escritores argentinos), los fascículos de cuentos, las charlas que se pueden dictar. Porque todos comparten certezas como que “la lectura es un derecho, y puede darle un peso distinto a la vida de cada uno de nosotros. Podemos tener una vida u otra según las lecturas que hayamos hecho. Lo más valioso de leer es la experiencia y cómo nos modifica”, asegura Pradelli. “Paulo Freire nos enseñó eso: ‘De la lectura del mundo a la lectura de los libros, para volver a hacer la lectura del mundo’. Esa premisa tiene una hondura que podría sostener el sentido mismo de la escuela y el trabajo en el aula de alumnos y docentes. Encierra la comprensión de la lectura como una herramienta que nos permite participar de la vida y abordar y entender la diversidad y las diferencias no como la peligrosidad del pensamiento prejuicioso sino como lo que verdaderamente son la diversidad y las diferencias: riqueza pura”.

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¿Qué lees cuando lees?
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Aunque resulte paradójico, el acercamiento de los escritores viene de la mano de una teoría inesperada en un medio tan poco habituado a los cambios como el colegio: que la lectura no es sólo literaria, dice Pradelli, y acuerdan todos los escritores que ponen sus textos y su tiempo al servicio del plan. “Pensar que la lectura es sólo literaria es algo muy elitista. Y lo digo desde mi lugar de escritora literaria, donde la literatura es un eje en mi vida. Pero no se puede creer que sólo exista la literatura en la vida y que haya docentes que no estén interesados en otro tipo de lectura. Y hasta qué punto esta construcción ha pegado fuerte se ve en que hay gente que es muy lectora, pero no de literatura (que lee Historia, por ejemplo) y te dice que no lee. Y esa idea que discrimina está instalada en forma bastante brutal. Eso es muy complicado también para los alumnos de la escuela secundaria.”
Así, también empezaron a aparecer charlas con ilustradores, guionistas, actores; o la inclusión de un programa de lectura de medios en la currícula en donde los alumnos analizan los diferentes discursos a la luz del pensamiento de autores como García Márquez, Ryszard Kapucinski, Tomás Eloy Martínez o Javier Darío Restrepo. “¿Por qué no pensar que, desde una lectura que los alumnos formulan en los diarios, es posible que revisen los modos en que leen, por ejemplo, la geografía? ¿Cómo medirían algunos acontecimientos históricos si además los dimensionaran en un marco de lectura social y política del presente?”, se pregunta Pradelli. “Por suerte, hace un tiempo que las escuelas han incorporado los distintos discursos, incluso el mediático; hay una apertura importante en ese sentido y son muchos los docentes que los abordan. El lenguaje construye realidades y lo mejor que le puede pasar a un alumno es que la escuela le enseñe a descifrarlas.” Marina Paulozzo, docente y especialista en educación, fue invitada por Pradelli al primer ciclo de charlas sobre la lectura como un camino de inclusión en donde agregó su experiencia sobre lo que eso significa: “Somos muchos los docentes que hacemos de la lectura y la escritura las columnas sobre las que construimos los aprendizajes y las clases. Y hay que tener en claro que esa decisión tiene una postura política. Ya no estamos hablando de seguir una corriente didáctica u otra, es más que eso: hay una ideología en la decisión de permitir que todos los textos circulen en el aula, de valorar la literatura, pero también la historia, la filosofía, el ensayo, en fin todos los textos. Leemos a Cervantes, pero también leemos la Carta de Walsh a la Junta Militar, y leemos y discutimos editoriales periodísticos, y entrevistas a científicos, políticos, artistas, futbolistas. A principios de 1900, los médicos consideraban que la lectura era buena para el sistema cardiovascular porque ponía la sangre en movimiento; ojalá logremos eso con nuestros alumnos, que la lectura nos mueva y nos lleve de un lugar a otro”.

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Despiértate, nene
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El Plan de Lectura tiene como destino y como sustento ideas tan alejadas del discurso que impera desde hace décadas que los primeros en sorprenderse son los mismos maestros y alumnos. “No es cierto que los docentes no sepan. Los docentes saben y tienen entusiasmo”, asegura Pradelli. “Y tampoco es verdad que los pibes leen hoy menos que antes sino todo lo contrario. Los alumnos de ahora tienen con la lectura y la escritura un vínculo mucho más estrecho y cercano que mis alumnos que ahora tienen 40 o 30 años. Los pibes se la pasan leyendo y escribiendo la gran parte del día. En los muros, en los blogs, en los mensajes de texto. Y no siempre son textos que se puedan ningunear y en algunos casos son textos bien interesantes. Es decir que lo que la tecnología trajo aparejado es que los chicos se conectaran con la literatura y la escritura por un camino que no es la escuela. El desafío de la escuela es cómo va a aprovechar y va a usar todas esas herramientas. Porque es evidente que esa conexión no la hicimos los docentes: la hizo la tecnología y la encontraron los pibes”, asegura.
“Entonces, lo necesario es trabajar para despertar de cierto adormecimiento, valorando el entusiasmo de la escuela que se cree que no existe.” Por eso, con cierta fobia a que las llamen “las del Plan”, no son ellas las que se acercan a las escuelas sino que comunican sus actividades y esperan que sean los mismos docentes los que se acerquen con un plan de lectura propio y necesidades concretas. “Lo que más piden los docentes son talleres de lectura y escritura para ellos, y visitas de escritores para los alumnos. Antes de la llegada del escritor, los docentes y sus alumnos leen los textos del autor y preparan la entrevista. Las experiencias son riquísimas. A veces, sobre todo en las localidades más alejadas donde están las escuelas rurales, se organizan entre ellos para aprovechar mejor el viaje de los escritores. Lo que más nos importa es el movimiento que se genera a partir de esa entrevista, las lecturas que se disparan en alumnos y docentes, el interés que se despierta en ellos no sólo por ese autor sino también por otros.”
Hay ejemplos muy concretos de lo que significa verse afectado por tal o cual lectura. La visita de un escritor a una escuela no es un hecho inocente. Tanto los docentes como los mismos alumnos ponen todo en cada visita. Y lo que sucede casi nunca es lo esperable. “Recuerdo una escuela en la que pasaban cosas muy heavies: la alumna que me recibió en la puerta, por ejemplo, había estado presa hasta la noche anterior porque se había robado una campera de un shopping, y había vivido cosas muy feas en la cárcel. No eran niñitos a los que la madre les hace un jugo y los lleva a la escuela a la mañana siguiente. Y sin embargo tenían un contacto con la lectura riquísimo. Ahí había un chico que había leído El buen dolor de Saccomanno y ni bien pudo se me acercó y me dijo: ‘No, yo a éste no lo leo más. Este tipo habla de una abuela y de una vida de mierda, y yo todo eso lo tengo en mi casa. ¿Para qué quiero leer eso? Yo quiero leer una cosa que me saque de mi casa, no que me haga recordar todo el tiempo mi casa’.” Y en otro sentido, tal vez la contracara exacta de ese mismo espejo, cuenta otro ejemplo: “El año pasado me invitaron a una escuela en la que los alumnos habían leído El lugar del padre. Uno de los alumnos, el primero de la fila de la ventana, no preguntaba nada, pero estuvo muy atento durante toda la entrevista. A veces cuando yo hablaba asentía con la cabeza, como dándome la razón. Cuando nos despedimos, me acompañó hasta el patio, y cuando quise saludarlo me acompañó hasta la puerta. ‘Bueno –le dije–, hasta acá.’ ‘Sí –me dijo–, hasta acá.’ Nos quedamos parados así, sin hablar, uno frente al otro y entonces me dijo: ‘Es que usted tiene el mismo dolor que yo de vivir todos los días sin un padre’”.
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La novela es un espejo
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Es martes, una del mediodía y en La Plata está por comenzar el segundo ciclo de encuentros programados entre el Plan Provincial y el Plan Nacional de Lectura. Los conferencistas anunciados son Ricardo Piglia, Carlos Skliar y el español Jorge Larrosa, referente en lo que hace a la articulación de educación y lectura. Al finalizar, Víctor Laplace leerá cuentos de Clarice Lispector. Adentro del Jockey Club, con sus cortinas negras y su luz amarilla, el sol radiante ni siquiera se intuye. Las 600 maestras que se convocaron de los lugares más remotos de la provincia, con viajes de más de siete horas en muchos casos, sacian el hambre del mediodía con medialunas y un poco de café. En el aire se respira ansiedad. Todavía persiste el recuerdo del encuentro anterior. Dicen que parecía un recital de rock. Cientos de mujeres que habían quedado afuera aplaudieron hasta lograr entrar. Es que la convocatoria superó de tal modo la capacidad del espacio que muchos se tuvieron que acomodar arriba del escenario para escuchar.
Esta vez tan sólo habrá unas pocas demoras para empezar con conferencias tan intensas como enriquecedoras. En los baños, en un mínimo recreo, las maestras, sintiéndose interpeladas pero no habiéndose animado a preguntar, siguen sus propios debates. Que si está de acuerdo con lo que dijo Piglia sobre que es preferible leer exhaustivamente uno o dos libros por año, le pregunta una a la otra. “Habría que ver qué libros. Porque si es El Aleph, puede ser”, responde. Una tercera se une a la fila, todavía emocionada por lo que leyó Skliar (un relato propio sobre lo que significa abrir un libro). Y así, el horario de salida que se había ido demorando con la tarde sólo hará abandonar la sala a unas pocas, el resto esperará al aplauso final y se acercará al escenario a buscar a las responsables del encuentro y preguntarles cómo pueden hacer para que Víctor Laplace lea en su escuela, o para que un escritor “como Piglia” las vaya a visitar.
“Cada encuentro con los docentes quiere ser muy estimulante. Porque muchas veces, cuando hay un docente entusiasta, la rutina lo va anulando. Incluso las capacitaciones son un tema con el que no coincido en la mayoría de los casos. Ya la palabra me parece que subestima el rol docente, su trabajo y su experiencia. Me gusta más la palabra formación. Pero no hay caso, los que piensan, diseñan y organizan las capacitaciones prefieren seguir usando esa palabra, que los ubica a ellos en un lugar superior desde el cual pueden impartir.”
Claro que un esfuerzo tan grande por modificar un engranaje anquilosado durante décadas, muchas veces encuentra resistencias. “Si bien el aula es un gran lugar y trabajé con directores brillantes, jugados, inteligentísimos, también me tocaron experiencias horribles”, recuerda Pradelli. “Porque en las escuelas también hay una dosis siniestra que es muy alta. Hay directivos que no estimulan a sus docentes, ni garantizan su libertad de expresión. A mí me ha pasado muchas veces. Una vez les di a leer a un grupo de alumnos de quinto año un libro de cuentos publicado por la Fundación El Libro y los directivos de esa escuela consideraron que tenía un contenido sexual. Entonces, de repente me encontré una tarde en un escritorio, frente a un contexto de Inquisición, donde dos personas me preguntaban cómo daba a leer determinadas cosas. Eso es de una gravedad enorme. Porque esas personas dirigen una escuela hacia esos lugares oscuros, reaccionarios y represores. Por eso para mí lo más importante son los mails que después de cada encuentro nos mandan los docentes, y que nos dejan a dos metros del suelo de la emoción. Creo que lo mejor de todo es el entusiasmo, esa emoción, volver a creer, a confiar, a apasionarse. George Steiner, que ejerce la docencia y que tuvo una experiencia intensa en la enseñanza secundaria, dice que uno no puede leer La metamorfosis y luego mirarse impávido al espejo. Ese es el poder de la lectura que intentamos transmitir.”
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