sábado, 5 de marzo de 2016

DÉDALO E ÍCARO


Dédalo era el arquitecto, artesano e inventor muy hábil que vivía en Atenas. Aprendió su arte de la misma diosa Atenea. Era famoso por construir el laberinto de Creta e inventar naves que navegaban bajo el mar. Se casó con una mujer de Creta, Ariadna y tuvo dos hijos llamados Ícaro y Yápige.
Su sobrino Talos era su discípulo, gozaba del don de la creación, era la clase de hijo con que Dédalo soñaba. Pero pronto resultó más inteligente que el mismo Dédalo, porque con solo doce años de edad invento la sierra, inspirándose en la espina de los peces; sintió mucha envidia de él tras compararlo con su hijo.
Una noche subieron el tejado y desde allí; divisando Atenas, veían las aves e imaginaban distintos mecanismos para volar. Ícaro se marchó cansado, y después de engañar Dédalo a Talos, lo mató empujándole desde lo alto del tejado de la Acrópolis. Al darse cuenta del gran error que había cometido, para evitar ser castigado por los atenienses, huyeron a la isla de Creta, donde el rey Minos los recibió muy amistosamente y les encargó muchos trabajos.
El rey Minos, que había ofendido al rey Poseidón, recibió como venganza que la reina Pasifae, su esposa, se enamorara de un toro. Fruto de este amor nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro.
Durante la estancia de Dédalo e Ícaro en Creta, el rey Minos les reveló que tenía que encerrar al Minotauro. Para encerrarlo, Minos ordenó a Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasadizos dispuestos de una forma tan complicada que era imposible encontrar la salida. Pero Minos, para que nadie supiera como salir de él, encerró también a Dédalo y a su hijo Ícaro.
Estuvieron allí encerrados durante mucho tiempo. Desesperados por salir, se le ocurrió a Dédalo la idea de fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando del laberinto de Creta.
Antes de salir, Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo porque las alas se les mojarían y se harían demasiado pesadas para poder volar.
Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, volaba al lado suyo, pero después empezó a volar cada vez más alto y olvidándose de los consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió la cera que sujetaba las plumas de sus alas, cayó al mar y se ahogó.
Dédalo recogió a su hijo y lo enterró en una pequeña isla que mas tarde recibió el nombre de Icaria.
Después de la muerte de Ícaro, Dédalo llegó a la isla de Sicilia, donde vivió hasta su muerte en la corte del rey Cócalo.

Mafalda


jueves, 3 de marzo de 2016

ECO Y NARCISO


Eco era una ninfa que habitaba en el bosque junto a otras ninfas amigas y le gustaba cazar por lo que era una de las favoritas de la diosa Artemisa...
Pero Eco tenía un grave defecto: era muy conversadora y además en cualquier conversación o discusión, siempre quería tener la última palabra.
Cierto día, la diosa Hera salió en busca de su marido Zeus, al que le gustaba divertirse entre las ninfas. Cuando Hera llegó al bosque de las ninfas, Eco, la entretuvo con su conversación mientras las ninfas huían del lugar.
Cuando Hera descubrió su trampa la condenó diciendo:
-Por haberme engañado y a partir de este momento, perderás el uso de la lengua. Y ya que te gusta tanto tener la última palabra, solo podrás responder con la última palabra que escuches ¡Jamás podrás volver a hablar en primer lugar!
Narciso era un joven cuya madre, ansiosa por averiguar el destino de su hijo, consultó al adivino ciego Tiresias:
-¿Vivirá hasta la ancianidad?» -le preguntó.
-Hasta tanto no se conozca a sí mismo -replicó Tiresias.
De modo que la madre se aseguró de que el hijo no viera nunca su imagen en el espejo. Al crecer, el chico resultó ser extraordinariamente hermoso y despertaba amor en todos cuantos lo conocían. Aunque nunca había visto su cara, podía adivinar a través de las reacciones ajenas que era bello; pero nunca se sentía seguro, de modo que para ganar confianza y seguridad en sí mismo dependía de que los demás le dijeran cuán bello era. En consecuencia, se convirtió en un joven absorbido por su propia persona.
Eco, con su maldición a cuestas se dedicó a la cacería recorriendo montes y bosques. Un día vio a un hermoso joven llamado Narciso y se enamoró perdidamente de él. Deseó fervientemente poder conversar con él, pero tenía la palabra vedada. Entonces comenzó a perseguirlo esperando que Narciso le hablara en algún momento.
En cierto momento, en que Narciso estaba solo en el bosque y escuchó un crujir de ramas a sus espaldas, gritó:
-¿Hay alguien aquí?
Eco respondió:
-Aquí.
Como Narciso no vio a nadie volvió a gritar:
-Ven.
Y Eco contestó:
-Ven.
Como nadie se acercaba, Narciso dijo:
-¿Por qué huyes de mí? Unámonos.
La ninfa, loca de amor se lanzó entre sus brazos diciendo:
-Unámonos.
Narciso dio un salto hacia atrás diciendo:
-¡Aléjate de mi! ¡Prefiero morirme a pertenecerte!
Ante el fuerte rechazo de Narciso, Eco sintió una vergüenza tan grande que llorando se recluyó en las cavernas y en los picos de las montañas. La tristeza consumió su cuerpo hasta pulverizarlo. Solo quedó su voz para responder con la última palabra a cualquiera que le hable y por eso desde entonces cuando hablamos en cavernas y montañas escuchamos cómo Eco nos responde siempre, pero solo a nuestra última palabra.......
Narciso no solo rechazó a Eco, sino que su crueldad se manifestó también entre otras ninfas que se enamoraron de él. Una de esas ninfas, que había intentado ganar su amor sin lograrlo le suplicó a la diosa Hera que Narciso sintiera algún día lo que era amar sin ser correspondido y la diosa respondió favorablemente a su súplica.
Escondida en el bosque, había una fuente de agua cristalina. Tan clara y mansa era la fuente que parecía un espejo. Un día Narciso se acercó a beber y al ver su propia imagen reflejada pensó que era un espíritu del agua que habitaba en ese lugar. Quedó extasiado al ver ese rostro perfecto. Los rubios cabellos ondulados, el azul profundo de sus ojos y se enamoró perdidamente de esa imagen. Deseó alejarse, pero la atracción que ejercía sobre él era tan fuerte que no lograba separase, sino que por el contrario deseó besar y abrazar con todas sus fuerzas esa imagen que veía. Se había enamorado de sí mismo.
Desesperado, Narciso comenzó a hablarle:
-¿Por qué huyes de mí, hermoso espíritu de las aguas? Si sonrío, sonríes. Si estiro mis brazos hacia ti, tú también los estiras. No comprendo. Todas las ninfas me aman, pero no quieres acercarte.
Mientras hablaba una lágrima cayó de sus ojos. La imagen reflejada se nubló y Narciso suplicó:
-Te ruego que te quedes junto a mí. Ya que me resulta imposible tocarte, deja que te contemple.
Narciso continuó prendado de sí mismo, ni comía, ni bebía por no apartarse de la imagen que lo enamoraba hasta que terminó consumiéndose y murió.
Las ninfas quisieron darle sepultura, pero no encontraron el cuerpo en ninguna parte. En su lugar apareció una flor hermosa de hojas blancas que para conservar su recuerdo lleva el nombre de Narciso.

KOSPI (leyenda tehuelche sobre cómo nacieron las flores)




Según cuenta la leyenda, hace miles de años, las plantas aún no tenían flores. Fue entonces donde nace la historia de Kospi, una hermosa niña Tehuelche que logró el milagro...
Hace mucho, muchísimo tiempo, las plantas aún no tenían flores. En ese entonces vivía en el sur una bella niña tehuelche llamada Kospi, de suaves cabellos y dulces ojos negros. Una tarde de tormenta, cuando el fulgor del relámpago iluminaba todos los rincones de la tierra, Karut (el trueno), la contempló asomada a la entrada del Kau (toldo) de sus padres...
La vio tan hermosa, y a pesar de que él era rústico, hosco y bruto, se enamoró locamente de ella. Ante el temor de que la linda niña lo rechazara, la raptó y huyó lejos, retumbando sobre el cielo, hasta desaparecer de la vista de los aterrados padres de la chica. Al llegar a la alta y nevada cordillera, la escondió en el fondo de un glaciar.
Encerrada allí, fue tanto el dolor y la pena que sintió que de a poco fue enfriándose hasta que se convirtió en un témpano de hielo, fundiéndose con el resto del glaciar. Tiempo después, Karut quiso visitarla y al comprobar su desaparición, se enfureció terriblemente lanzando bramidos de desesperación.
Tanto ruido rodó hasta el océano y atrajo muchas nubes que empezaron a llover y llover sobre el glaciar hasta derretirlo completamente. Así, Kospi se transformó en agua y corrió de prisa montaña abajo en torrente impetuoso. Luego se deslizó por los verdes valles y empapó la tierra.
Al llegar la primavera, su corazón sintió ansias de ver la luz, de sentir la cálida caricia del viento y de extasiarse contemplando el cielo estrellado por las noches. Trepó despacio por la raíz y tallo de las plantas y asomó su preciosa cabecita en las puntas de las ramas, bajo la forma de coloridos pétalos... Habían nacido las flores.
Entonces todo fue más alegre y bello en el mundo. Por ese motivo es que los tehuelches llamaron Kospi a los pétalos de las flores.

LEYENDA DEL URATAÚ




Sucedió lo que vamos a contar hace muchos siglos. Vivía entonces establecida no lejos del Iguazú, una poderosa tribu guaraní.
Era Ñeambiú la más hermosa don­cella de su parcialidad, y tan gentil de trato como exquisita de espíritu, que todos a su alrededor la amaban. Ñeambiú correspondía con idéntica vehe­mencia el cariño hondo y apasionado de Cuimbae, mocetón gallardo y valiente, que el padre de ella, el poderoso cacique guaraní, trajo cautivo al regreso de su última expedición victoriosa contra los tupíes.
Idolatraban sus padres a Ñeambiú, su hija única; arrancarla de su lado era arrancarles el corazón; por eso se nega­ban a consentir la boda, alegando que Cuimbae pertenecía a la raza de los tupíes, sus más sañudos enemigos. Ñeambiú, para no disgustar a sus padres, ocultaba su pena y lloraba a solas; una vez, sin embargo, les enrostró su crueldad con esa que llamaban hija del alma y que era ¡ay! la hija de la des­gracia.
Un día Ñeambiú desapareció de la casa de sus padres. Alarmados estos, corrieron a donde estaba Cuimbae, sospechando que de concierto con él hubiese tomado Ñeambiú la extrema determinación de escaparse. Cuimbae ignoraba el suceso; y no podía ni siquiera concebir que una joven tan discreta y amorosa como Ñeambiú hubiera salido fugada de la casa paterna. Pero Cuim­bae contó que había tenido la noche anterior un sueño terrible: Una mujer muy fiera, que representaba la des­gracia, se había llevado a Ñeambiú a los montes del Iguazú, donde mora entre los cuadrúpedos y las aves, que ni la ofenden ni huyen de su presencia.
Como en los montes habita Caaporá, un monstruo con facha humana, que hace desgraciados a quienes por acaso le miran, exclamó el infortunado padre con delirio:
—¡Al Iguazú! ¡A buscar a mi hija, que se la ha llevado Caaporá!
Tras él salió presurosa toda la indiada, repitiendo:
—¡Al Iguazú! ¡A buscar a Ñeambiú, que se la ha llevado Caaporá! ¡A buscar a Ñeambiú!
El clamoreo de los pájaros carpinteros, los ipecúes, alborotados por la presencia de gente, sacó de su refugio a la fugitiva, y hallose esta al punto rodeada por los solícitos enviados del cacique, quienes cariñosamente trataron por todos los medios de persuadirla a regresar junto a sus padres. Ñeambiú no respondía palabra; por el exceso de penar sin esperanza, había perdido la sensibilidad, y con ella el habla. Muda e impertérrita, volvió las espaldas y se internó de nuevo por entre el monte. Las amigas de Ñeambiú, que mucho la querían, viendo frustrada la empresa de los fieles del cacique, decidieron ir juntas todas en busca de la buena Ñeambiú. ¿Y si topaban con Caaporá? Menores serían sin duda los males que si no iban, porque el diablo Añanga, que siempre está alerta para, con el menor pretexto, hacer daño, las castigaría terriblemente por haber dejado de socorrer a la in­fortunada amiga. Fueron, y regresaron desconsoladas: Ñeambiú escuchó sus palabras dulces y cariñosas, impasible y helada. La desdicha de Ñeambiú parecía irremediable.
Consultose entonces, como se hacía siempre en tales casos, al adivino de la tribu, Aguará-Payé, un hombre feísimo, y tan sagaz, que bien merecía su nombre de «Aguará», que quiere decir zorro. Iba cerrando la noche, hora la más a propósito para consultar los oráculos. Aguará-Payé tomó dos enormes mates, llenos el uno con infusión de yerba caá, y el otro con chicha. Apenas hubo be­bido la chicha, empezó a tambalearse y, haciendo visajes espantosos, cayó como muerto. Vuelto en sí Aguará-Payé, dijo:
—Ñeambiú está para siempre in­sensible y muda; es preciso abandonarla a su destino.
—¡No! ¡no! —contestaron los padres de Ñeambiú—. ¡Antes morir que abandonarla! ¡Al Iguazú! ¡Ai Iguazú!
—¡Al Iguazú! —repitieron sus secuaces. —¡Al Iguazú!
Fueron al Iguazú.
Comprendieron todos que Ñeambiú necesitaba un profundo sacudimiento moral. Le anunciaron sucesivamente la muerte de algunas personas de su amistad, la muerte de sus mejores amigas, la muerte de sus padres… Ñeambiú escuchaba muda, impasible, fría. Mudo también seguía Aguará-Payé la triste escena.
—Haz que sienta —le ordenó el cacique.
Obedeciendo la orden, Aguará-Pay: adelantose pausadamente y dijo con lentitud a Ñeambiú:
—Cuimbae ha muerto…
Estremeciose toda íntegra Ñeambiú. Exhalando continuos lamentos des­garradores, desapareció instantánea­mente a los asombrados ojos de los que la rodeaban, quienes, transidos de dolor, quedaron convertidos en sauces llorones. Ñeambiú, convertida a su vez en urutaú, elije la rama más vieja y deshojada de aquellos sauces para llorar eternamente su desventura.
Desde entonces el urutaú o ave fantasma —que vive en el Brasil, Paraguay, Argentina, etc.— llora todas las noches. Su voz es un alarido muy melancólico, tan alto y vigoroso, que se oye a media legua de distancia, y lo repite con pausas durante la noche entera. Pocos lo han visto en los montes, porque de día se mantiene inmóvil sobre las ramas secas y tronchadas de los árboles donde anida, confundiéndose por su color con ellas, y porque solo vuela buscando su alimento durante el crepúsculo y a la luz de la luna.

(Respecto al urutaú hay también la creencia, firmemente arraigada en la gente ignorante, de que llora la ausencia del sol, porque su alarido comienza cuando el sol se pone, y acaba cuando este sale.)

miércoles, 2 de marzo de 2016

POLIFONÍA E INTERTEXTUALIDAD



Los textos literarios suelen ser profundamente polifónicos, es decir, constituidos por muchas voces (enunciados y discursos) sociales que lo vuelven más rico y productivo. 


Por otra parte, la intertextualidad es la relación que se establece entre un texto y otro/s del mismo o distinto género. Se trata de un vínculo creativo, lúdico, crítico que pone en diálogo diversos textos y discursos.

El lector debe activar sus competencias literarias y culturales para distinguir las diferentes voces que entraman al texto literario y advertir las relaciones intertextuales que enriquecen a la literatura. Esta relación creativa no es solo patrimonio de la literatura, también es planteada en el periodismo, la publicidad, la pintura, el cine, los programas de TV, las series, los dibujos animados (Los Simpsons, por ejemplo, la proponen habitualmente con un sentido crítico y humorístico).
Edvard Munch: "El grito"

Stanley Kubrick: "La naranja mecánica"
(Filme basado en la novela de Anthony Burguess)

MITOS Y LEYENDAS


Los mitos y leyendas son narraciones de origen y transmisión oral, tradicionales y anónimas (el primer autor no trascendió, ya que eran recreados en diferentes versiones y circulaban de generación en generación). Con estos relatos los distintos pueblos han intentado responder a las preguntas más antiguas del ser humano: el origen del universo, del hombre, de los seres y fenómenos de la naturaleza. Como se transmiten oralmente, suelen encontrarse diferentes versiones de una misma historia.
Los mitos son relatos sagrados y ancestrales, ligados a la religión de las comunidades primitivas. Se ubican, por eso, en un tiempo originario (anterior al tiempo histórico), remoto y circular, el de los orígenes del mundo y del pueblo que los crea. Sus personajes centrales son dioses, semidioses, héroes y seres fabulosos o monstruos (minotauro, Medusa, Pegaso, Cíclope, entre otros), es decir, tienen carácter sobrenatural. Temáticamente pueden ser clasificados en mitos de la creación, entre los que se destacan: 1) los cosmogónicos (creación del universo, del mundo); 2) los antropogónicos (creación del hombre); 3) los teogónicos (origen y nacimiento de los dioses). Por su parte, los mitos heroicos narran las hazañas de un héroe sometido a diversas pruebas que debe vencer para alcanzar sus metas y demostrar su superioridad.
Las leyendas no son sagradas, se pueden ubicar en cualquier momento histórico, incluso en la actualidad. Muchas veces están fechadas, ligadas a algún acontecimiento o personaje histórico, y tienen estrecha relación con el territorio que ocupa la comunidad que la produjo. Además, cumplen una función moralizante para el pueblo en el que tienen vigencia: las actitudes de los personajes tienen un premio o un castigo que funciona como ejemplo a imitar o a repudiar por los miembros de la comunidad. Las metamorfosis de los protagonistas suelen expresar la intervención de los dioses con ese fin. La función de la leyenda es explicar, mediante un relato, un suceso extraño o una particularidad del mundo exterior.

Como ya dijimos, el autor real y original de estas narraciones es anónimo. Con el paso del tiempo y las generaciones fueron reversionadas por diversos miembros de la comunidad hasta pasar a la escritura. El narrador (la voz y la mirada dentro del relato) representa la voz colectiva y ancestral por eso cuenta en 3ª persona, desde un punto de vista externo y omnisciente (sabe todo, al igual que un dios).


martes, 1 de marzo de 2016

BENEDETTI, Mario: No te salves



No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
                                            no te salves

no te llenes de calma
no reserves del mundo
solo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios 
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
                                          pese a todo

no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
                                            entonces

no te quedes conmigo.


(Uruguay, 1920/2009)


VALLEJO, César: Los heraldos negros



Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! 
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, 
la resaca de todo lo sufrido 
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras 
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; 
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma 
de alguna fe adorable que el Destino blasfema. 
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones 
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como 
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; 
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido 
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

(Perú, 1892/1938)


MARTÍ, José: Versos sencillos


I

Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
en los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
de las yerbas y las flores,
y de mortales engaños,
y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros
de las mujeres hermosas:
y salir de los escombros,
volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquella que lo ha matado.

Rápida como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez -en la reja,
a la entrada de la viña-,
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
que gocé cual nunca: cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcalde llorando.

Oigo un suspiro, a través
de las tierras y la mar,
y no es un suspiro. -es
que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
volar al azul sereno,
y morir en su guarida
la víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
todo es música y razón,
y todo, como el diamante,
antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto,
y que no hay fruta en la tierra
como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol marchito
mi muceta de doctor.



[...]

IX

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín: la enterramos
en una caja de seda.

... Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
él volvió, volvió casado:
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores:
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él volvió con su mujer:
ella se murió de amor.

Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente ¡la frente
que más he amado en la vida!

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos;
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!

[...]

XXIII

Yo quiero salir del mundo
por la puerta natural:
en un carro de hojas verdes
a morir me han de llevar.

No me pongan en lo oscuro
a morir como un traidor;
yo soy bueno, y como bueno
moriré de cara al sol!


[...]


XXXIX


Cultivo una rosa blanca
en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.


José Martí
(Cuba, 1853/1895)

Hacé click en la imagen para leer los versos sencillos completos.