sábado, 28 de noviembre de 2009

ALIVERTI, Eduardo: Sex and the city

Responsables de programación de la tevé desenvainan una razón cínica, pero rayana en lo indesmentible: la gente consume esa basura.

Por fuera de los pacatos y de la tilinguería que sólo se escandaliza por las formas, este mundo televisado de la puteada por la puteada misma; de las tetas y los trastes y los gemidos casi como única razón argumental; del humor barato; de actores y actrices de cuarta; de banalidades permanentes; de chimenteros-estrella; este mundo comunicacional berreta en el que los programas periodísticos de opinión desaparecieron de la tevé abierta, ¿este mundo mediocre y mersa es ajeno a la "gran" política; es ajeno a quiénes son los confirmados dueños de los grandes medios y, sobre todo, es ajeno a lo que somos como sociedad en términos de nuestros intereses colectivos?

Apareció y arrecia una polémica: ¿qué hacemos con el sexo y el lenguaje soez a toda hora, y con nuestros niños y con nuestros adolescentes?

Algunos comunicadores se escandalizan. Proponen multas efectivas, resguardo del horario de protección al menor, sanciones.

Algunos responsables de programación de la tevé desenvainan una razón cínica, pero rayana en lo indesmentible: la "gente" consume esa basura, a niveles de 10, 20, 30 o más puntos de rating. Los intelectuales están desaparecidos, con el atenuante de que algunos o varios no son convocados por los medios. Lo que no se está diciendo ni discutiendo es lo que explica todo, aunque no sirva para cambiar nada. La televisión y los medios, en general, no son causa. Son espejo. Es una tontería enorme atribuir el nivel mediático a meras decisiones gerenciales que buscan el impacto fácil, y la sociedad debería encontrar una respuesta infinitamente mejor que esa en sus propias quejas cotidianas.

Porque, entre otros ámbitos, es en esos mismos y denostados medios -a los que no se debe eximir de responsabilidades y culpas, todo lo contrario- donde se escucha hasta el cansancio que los pibes no leen, que los docentes son unos burros, que el lenguaje se empobreció, que la educación se cae a pedazos, que no hay debates de fondo, que cualquier cuestionamiento es superficial, que toda una generación parece de descerebrados. ¿Qué astilla se pretende de ese palo?

Da la sensación de que los argentinos no terminan de asumir el huracán exterminador que significó el menemismo, en términos culturales. El menemismo en la aldea local y la salvajada del neoliberalismo en la global provocaron la desaparición del pensamiento crítico, el culto mesiánico al individualismo, el bastardeo de todo valor de excelencia, el consumo desaforado a costa del resto que fuere, la destrucción de un sistema educativo que así sea a los tumbos mantenía alguna base de igualitarismo comunitario.

La década del '90 profundizó el entramado de fiesta de los poderosos y exclusión popular; y a la par surgía lo que se llamó "farandulización de la política", que en verdad distó de abarcar sólo a la dirigencia, porque mientras se remataba el país y la modernización tecnológica y el delirio del uno a uno compraban las conciencias, la capacidad intelectual del conjunto también se frivolizó.

Los medios jugaron un papel decisivo, porque sin su concurso no hubiera existido la consumación de la estupidez. Pero en tanto no fue ni es una estupidez inocente sino una estrategia de poder, los medios son un instrumento. Con lo cual el eje de la discusión está corrido de lugar.

Entran allí la derrota cultural de los sectores populares, el todo vale que legó la rata, la corrupción aceptada como mal congénito, la mentalidad clip donde nunca queda nada.

Ese poder estupidizante, en tanto victorioso, refleja nuestra decadencia analítica (entre otras). Y es un poder feliz con el modo en que le estamos discutiendo. Escandalizan el sexo y el lenguaje televisivos, pero no la ausencia de un periodismo que interpele cuestiones estructurales, nada menos. Y qué curioso: se desató este debate justo cuando el Gobierno renovó las licencias de los permisionarios de radio y tevé por decenas de años, mediante un decreto de necesidad y urgencia. ¿Por qué las instituciones oficiales, y tanto sociólogo, y tanto periodista de los grandes medios preocupados por la salud mental de nuestros infantes y púberes, y por la televisión chatarra, no llaman a debatir quiénes y por qué son los ratificadísimos dueños de los medios? ¿De qué estamos hablando? ¿De discutir contenidos con Moneta y Manzano? Oigan, se puede entender que nadie muerde la mano del que le da de comer. Pero entonces, notables pensadores argentinos, quédense en sus casas y no pasen, al menos ante sí mismos, la vergüenza de cuestionar no a los coitos televisivos sino al sexo de los ángeles.

Y en cuanto a la popular y como decía Tato Bores: mis queridos chichipíos, traten de pensar un poco más antes de hacer pasar el centro de las cosas por la televisación de algunas tetas de más.
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EDUARDO ALIVERTI (Periodista)
Diario "La Opinión" de Rafaela. Martes, 21 de junio de 2005

martes, 24 de noviembre de 2009

MARTÍ, José: La Edad de Oro

“…Para eso se publica LA EDAD DE ORO: para que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras… Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su corazón”…

“…Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante”…

Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado”...

“Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dichosas: el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso; la llama del Perú se echa en la tierra y se muere cuando el indio le habla con rudeza, o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como el elefante y como la llama. En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga, o morir”...

Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales”.

Lo que ha de hacer el poeta de ahora es aconsejar a los hombres que se quieran bien y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros. Los versos no se han de hacer para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al mundo, enseñándole que la naturaleza es hermosa, que la vida es un deber, que la muerte no es fea, que nadie debe estar triste ni acobardarse mientras haya libros en las librerías, y luz en el cielo, y amigos, y madres”...

“Antes todo se hacía con los puños: ahora, la fuerza está en el saber más que en los puñetazos; aunque es bueno aprender a defenderse, porque siempre hay gente bestial en el mundo, y porque la fuerza da salud, y porque se ha de estar pronto a pelear, para cuando un pueblo ladrón quiera venir a robarnos nuestro pueblo”…

“Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil. Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo”…


(Cuba, 1853/1895)


jueves, 12 de noviembre de 2009

ALUMNOS QUE ESCRIBEN

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ÁNGEL MÍO
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Porque soy parte de tus ojos
y tú de los míos
quiero ser dueño del tiempo
y mirar juntos la vida
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Porque soy ausencias
y tú la alegría de mis tristezas
muestras tus colores
despertándome al destino
.Porque soy un soñador
y tú la dueña de mis sueños
te cubriré de rosas
tu nuevo camino
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Porque la memoria me hace niebla
y tú me das tu luz
iluminando los senderos
con tu simpleza
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Porque creo en ti
y tú alimentas mi alma
con el susurro de tus deseos
y la ternura de tu corazón
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Porque la luna me enseñó a volar hace doce años
y tú me enseñaste a ser Papá
tenerte fue mi bendición
eres la fuerza de mi amor
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Porque quiero ser el perdón, quiero sufrir tus heridas
quiero ser cada lágrima en tu llanto y enseñarte el camino hacia la esperanza
Porque es el comienzo y tú tan mía
ves nacer la adolescencia como un suspiro del sol.
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Te amo, Ángel Mío, por siempre mi niña… apenas mujer.
Gracias por ser mi hija.
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Bernabé Acevedo - 3er. año "A" (2009)

sábado, 7 de noviembre de 2009

¿POR QUÉ LITERATURA EN LA SECUNDARIA?


Uno de los problemas que los profesores advertimos desde hace mucho tiempo es el alejamiento de los jóvenes de la lectura. Hablamos de los jóvenes porque son el «grueso» de la población escolar, pero no debemos olvidarnos de que el problema es general del ser humano. ¿Por qué? Simplemente porque vivimos en un mundo donde la imagen es la comunicación fundamental. Vivimos en un mundo donde no necesitamos movernos de nuestra casa para saber qué es lo que está pasando en Irak, en la frontera de Israel y la Franja de Gaza, en Europa o en cualquier otro lugar del mundo. La televisión ha ocupado en la vida de la gente un lugar importantísimo. Uno no necesita leer ni siquiera el diario para estar informado de las últimas noticias; no siente la necesidad de leer una novela, ya que tiene una variada oferta en la programación. Ni siquiera necesita ir al cine ya que lo tiene adelante de su propia cama. ¿Para qué perder el tiempo leyendo si puedo estar cómodamente sentado frente al televisor escuchando lo que leen los demás? ¿Por qué tener que leer poemas de escritores de antaño cuando puedo escuchar canciones de moda que de vez en cuando con sus letras reflejan lo que siento?
A los que fuimos estudiantes en la facultad, muchas veces nos preguntaban para qué estudiábamos Letras. Las respuestas que dábamos no nos convencían demasiado hasta que al fin, con el paso del tiempo, supimos encontrar una: estudiábamos Letras porque nos gustaba. «Pero ¿cómo van a hacer para enseñar Literatura?... ¡La Literatura no se enseña!», nos decían casi a gritos. Y realmente tenían razón. No se puede enseñar Literatura. Lo que tenemos que lograr los profesores de Literatura es que los alumnos disfruten de la lectura, que los alumnos sepan que es la Literatura la que enseña y no los profesores, que con la Literatura se aprende... ¿A qué? Entre otras cosas, a vivir.
Leer Literatura significa incursionar en un mundo irreal, creado por un autor con fines estéticos. Porque la Literatura no es solo la expresión de sentimientos, la mera apelación a quien lee o escucha, el testimonio de algo que pasó o el relato de una ficción. La Literatura incluye esas funciones pero las subordina a otra cosa: al placer estético.
¿Y cómo puede algo irreal, algo ficticio, enseñarnos a vivir? Los alumnos lo podrán comprobar o no durante el paso por la escuela. Estará en los textos que lean el sentido de la Literatura, el sentido de lo que el autor quiso transmitir. Pero a ese sentido lo tendrán que descifrar. No se van a encontrar con escritores que digan «la vida es linda y hay que vivirla» o «la vida no tiene sentido, ya que es solo el camino hacia la muerte». Ellos dirán eso y mucho más pero con otras palabras. Los alumnos serán los que deberán descifrar los mensajes. Y sus profesores, los responsables no solo de ayudarlos en esa tarea sino también de la selección de textos, tarea que por cierto no es nada fácil.
Con la Literatura se puede viajar tan lejos como queramos, siempre que al leer sepamos comprender, sepamos dejar volar nuestra imaginación, y sepamos aceptar el juego que el autor nos propone. No de otra forma vamos a poder disfrutar de la Literatura. Leer Literatura significa ser cómplice de un juego apasionante; un juego que sirve para hacernos pensar, reflexionar y cuestionar el mundo en que vivimos en todos sus aspectos. Ya no se es un simple lector cuando nos enfrentamos a un texto literario: ese texto nos provoca, nos desafía y nos invita a participar con inteligencia de los hechos.
Muchos adultos se preguntarán: «A mi edad, en mi situación, ¿para qué quiero leer literatura? ¿Me va a ayudar a encontrar trabajo? ¿Me va a ayudar a progresar en el que ya tengo? ¿Voy a ganar más dinero leyendo poemas de la Edad Media o interpretando El Quijote?» La respuesta es simple: no.
«Entonces, ¿para qué perder el tiempo?», se volverán a preguntar. Y nuevamente, una repuesta: no van a perder el tiempo si no quieren perderlo. No van a perder el tiempo si no se los hacen perder los profesores. Entre todos, entre profesores y alumnos, se trata de hacer de esta materia una buena oportunidad para pensar, para aprender a criticar con fundamentos, para saber interpretar al mundo que nos rodea, para abrir nuestra mente y poder advertir cuándo algo es bueno o cuándo algo es malo, para relacionar hechos pasados con nuestra vida, para advertir que el hombre durante toda la historia siempre vivió preocupado por los mismos temas: el amor, la muerte, el poder, la existencia, el trabajo, la dignidad... Pero siempre desde la propia perspectiva, la de cada uno, que puede ser coincidente o no con la del otro.
Y ubicar a la Literatura en su contexto (tiempo, lugar) ayudará a los alumnos a dar sentido a lo que van a leer y podrán comprender cómo a través de las distintas épocas el pensamiento del hombre fue evolucionando hasta llegar a nuestros días.
Alimentar la conciencia crítica, abrir la mente al mundo y a las ideas, gozar al momento de leer un texto, son solo algunas de las metas que la Literatura propone. Todo dependerá del entusiasmo que pongan alumnos y profesores para que Literatura no sea una materia más a aprobar para obtener un título secundario.
Y si algún día lejano, cuando en algún momento de su vida, por alguna u otra razón, algún alumno relacione sus experiencias con algunas de las que ha leído en algún texto literario en la escuela, o si recuerda algunas de las enseñanzas transmitidas en una clase de Literatura, que esté seguro de que aunque no se entere, quien intentó hacerle disfrutar de la lectura va a sentirse feliz.
Y si al terminar la escuela secundaria piensa que la Literatura no le sirvió absolutamente para nada, el esfuerzo del profesor —si realmente lo hubo— habrá sido realmente en vano.
Por eso es un desafío enseñar Literatura en la escuela secundaria a alumnos con características tan diferentes, vidas tan heterogéneas, pensamientos tan disímiles, pero seguramente con ansias de tener la inteligencia suficiente para que en la vida nadie los atropelle ni se aproveche de la situación que estén atravesando, cualquiera que sea.
La Literatura no hará mejorar a nadie su situación económica, pero ayudará a pensar, ayudará a elegir, ayudará a desenvolverse en el mundo con más sentido crítico, divertirá y ayudará —a no dudarlo— a crecer como persona.
Se debe tomar a la Literatura como un desafío... Para quienes intentamos hacerla gustar, lo es desde hace ya mucho tiempo.

Sergio Fassanelli


martes, 3 de noviembre de 2009

MEDIO (adverbio)

Cuando la palabra medio es adverbio (es decir, cuando modifica a un adjetivo), es invariable.
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Ejemplo:
Estaba medio cansada.
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Si decimos Estaba media cansada, estamos utilizando una expresión incorrecta porque una persona nunca está cansada por la mitad, sino que está cansada
a medias.
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El adverbio invariable medio equivale a algo (Estaba algo cansada).
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Aunque la concordancia entre el adverbio medio y el adjetivo se está generalizando en el uso diario (Estaba media cansada), SU USO ES INCORRECTO.
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Diferente es el caso cuando medio funciona como adjetivo que modifica al sustantivo, ya que debe adaptarse a éste en número y género.
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Ejemplo: Media ciudad adhirió a la huelga - Me comí media naranja.
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SF

ALUMNOS QUE ESCRIBEN...

UNA LÁGRIMA

Creí que la justicia era justicia.
Vi la injusticia y dejé de creer en la ley.
Lloré, grité,
y desesperada me di cuenta
de que la corrupción siempre triunfaba.

Era una entre miles.
Era como remar contra la corriente.
Dormir y no despertar jamás
de una pesadilla fría y sin fin.

Al despertar dejé de creer en la verdad.
Vi la falsedad en los que creí rectos y sabios,
me sentí sola, tuve que callar o morir
porque al descubrir la realidad
me sentí defraudada.

Estaba rodeada de mentiras,
traición y engaño.
Tres paredes y una reja me enseñaron
a fingir, a esconder la verdad que una vez
quise destacar, y con trampas
la corriente me venció.

Todos se preguntarán:
¿Qué le sucedió? ¿Por qué tanto dolor?
Y yo,
en silencio, con una mirada triste,
simplemente derramé una lágrima
llena de significados
que nadie sabrá jamás.

Guadalupe Urquiza - 3er. año “A” (2009)

domingo, 1 de noviembre de 2009

EL AMOR VIAJA POR MAIL

La tecnología inmoló a las cartas de amor. La agonía comenzó en 1876, cuando Alexander Graham Bell presentó en público su último invento: el teléfono. Había nacido un revolucionario artefacto que lograba que uno y otro se contactaran de inmediato, sin que importara a qué distancia estaban.
El comienzo de la comunicación telefónica significaba el fin de la comunicación postal. Rainer María Rilke lo anticipó en una carta fechada a fines de 1908. Y no se equivocó. Escribir cartas en cualquiera de sus variantes, desde las comerciales hasta las románticas, pasó a ser una costumbre del pasado. El teléfono lograba que tanto el saldo de las cuentas corrientes como las pasiones desmedidas se confesaran en un abrir y cerrar de ojos.
A mediados de este siglo ya no había quién escribiera cartas de amor. A fines de este siglo, cuando ese hábito ya se creía perdido, las cartas de amor regresaron con el arrebato y el fervor de antaño. Y los méritos de ese retorno son de Internet.
La historia del mundo también se puede cifrar en su correspondencia, desde las epístolas de San Pedro a los romanos hasta la carta que Franz Kafka nunca le envió a su padre.
Las cartas de amor son parte de esa historia. Ahí están las que Albert Einstein le escribía a Mileva Maric, las que Jean Paul Sartre desde su confinamiento alemán le enviaba a Simone de Beauvoir y las que Juan Domingo Perón, desde la cárcel de Martín García, le remitía a Evita.
Por sus propias cartas, sabemos de las aventuras románticas de Domingo Faustino Sarmiento, de Leopoldo Lugones, de Roberto Arlt y de Jorge Luis Borges. ¿Qué habría pasado si esas palabras se hubieran dicho por teléfono? Una vigorosa parte de la historia se habría perdido para siempre.
A pesar de esa pérdida, los enamorados eligieron el teléfono. Fue natural que sucediera así. El mensaje telefónico brindaba una inmediatez que de ninguna manera podía lograr el más eficaz de los correos. Cada vez que alguien leía tengo ganas de verte, de inmediato se preguntaba si aún persistían esas ganas: la carta había demorado una semana en llegar a destino. El teléfono anuló ese contratiempo. Todas las palabras de amor que se oían del otro lado de la línea correspondían al momento en que se estaban pronunciando.
Pero a las palabras se las lleva el viento. No es lo mismo oír te quiero por teléfono que leer te quiero en una carta. La primera expresión llega de inmediato pero se pierde en cuanto se pronuncia; la segunda tarda unos días, aunque una vez que llega se queda para siempre. Sobrevive incluso a quien la escribió y a quien la leyó. Por hablar en lugar de escribir, quedó silenciada para el futuro buena parte de la actual historia romántica.
Internet enmendó tamaño disparate. Gracias al correo electrónico es posible seducir otra vez por medio de la palabra escrita. Las palabras de amor, escoltadas con versos de Pablo Neruda o de T.S. Eliot, llegan a destino con la velocidad de la comunicación telefónica, y allí se quedan.
Aquellas viejas cartas se guardaban en un cofre con la secreta fantasía de que alguna vez las conocieran otros; muchas habían sido escritas exclusivamente para eso. Estos e-mails se pueden guardar en un disquete con la misma secreta fantasía.
Pero no sólo en velocidad el correo electrónico supera al tradicional. Además, destierra la excusa de que la carta nunca llegó a destino. El e-mail llega invariablemente, sólo retorna si la dirección es incorrecta.
Sin embargo, a la hora de confesar pasiones incontroladas es preciso controlar cómo se envía: el e-mail puede salir con copias. Mortifica que esas palabras tan especiales, escritas exclusivamente para la mujer amada, le lleguen también a un agente de bolsa, a un escribano o a cualquier otra dirección que figure en la libreta electrónica del imprudente enamorado.
Todas las cartas de amor son ridículas / no serían cartas de amor si no fuesen ridículas, postula Fernando Pessoa en un poema. Algunos versos después, reconoce: Pero, al fin, / sólo las criaturas que nunca escribieron / cartas de amor / son / ridículas. El e-mail hace posible que nuevamente se escriban ridículas cartas de amor; acaso una eficaz manera de que dejemos de ser, de una vez por todas, criaturas ridículas.
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