lunes, 29 de febrero de 2016

EL CANON LITERARIO


El rol de los receptores y el canon literario

Como se dijo, a través de la historia no siempre la concepción de lo que es literatura fue la misma. En este sentido, muchas obras literarias que en la actualidad son consideradas “maestras” fueron rechazadas oportunamente por sus contemporáneos porque —según ellos— carecían valor estético.
El canon literario es un conjunto de pautas variables con el tiempo y el lugar que permiten considerar artístico o no a un escrito. 
Así, existen en cada época y para cada sociedad obras comprendidas o no en el canon literario. Las obras que no son incluidas en el canon pasan a formar parte de la “literatura marginal”, porque están al margen o fuera de las pautas aceptadas.
Y como la buena literatura no nace de la pura inspiración sino que también implica habilidades que hay que desarrollar para obtener calidad, quienes determinan qué textos forman parte del canon son las instituciones, como las universidades, las editoriales, los críticos literarios y los grupos de escritores.
La obra literaria es producto de una convención, un acuerdo social, no válido universalmente, es decir, arbitrario. En su definición intervienen decisivamente los receptores (lectores, críticos, especialistas, medios de comunicación, mercado editorial, instituciones educativas), quienes contribuyen a determinar qué se incluye dentro de la literatura y qué no en diferentes épocas. Por ejemplo, para los pueblos originarios los mitos eran relatos sagrados y ligados a la religión pero mucho después fueron considerados y aceptados como textos literarios por su valor estético.
Estas instituciones influyen, entonces, en la conformación del canon literario, el conjunto de obras orales y escritas que aún hoy subsiste. Algunos textos entran en esta “ilusoria totalidad” pero otros quedan afuera y esto demuestra su arbitrariedad. 
Dentro del canon literario distinguimos al canon oficial, que representa a una sociedad (esta lo legitima) e influyen en él instituciones ligadas al campo de la política, la educación, el periodismo. No sucede lo mismo con el canon crítico: en él intervienen los intelectuales (críticos, especialistas), mientras que en el canon accesible actúan tanto el mercado de comercialización (privado) como las bibliotecas (público).
El canon clásico es una lista selecta de obras que se siguen leyendo con interés y admiración desde hace mucho tiempo. “Marcaron la diferencia”, nos siguen diciendo “cosas importantes y universales”, por eso son prestigiosas. La escuela las toma como “modelos de calidad” y valores representativos. Por ejemplo: las tragedias de Sófocles, el Cantar de Mío Cid, Don Quijote de la Mancha, Romeo y Julieta, Martín Fierro, por nombrar algunas. 
Por otra parte, el escritor italiano Ítalo Calvino (Cuba, 1923/Italia, 1985) propuso la noción de canon personal para referirse a esa lista íntima que constituyen los textos literarios que preferimos porque nos conmovieron, emocionaron, hicieron pensar, movilizaron de modo único y particular.


Julio Cortázar (Argentina, 1914/1984), Mario Vargas Llosa (Perú, 1936), Gabriel García Márquez (Colombia, 1927/2014), Carlos Fuentes (México, 1928/2012): escritores latinoamericanos cuyas obras literarias están consideradas en el canon literario de nuestro continente.

LITERATURA Y FICCIÓN


La literatura es ficción

Dentro de la gran variedad de textos que circulan en una sociedad, algunos tienen una finalidad práctica como, por ejemplo, los textos históricos, científicos o periodísticos. Su objetivo es transmitir información sin ambigüedades ya que utilizan un lenguaje claro y preciso que da por resultado un texto transparente y unívoco. La literatura, en cambio, no se centra en el aspecto informativo sino en el estético.
La literatura es una práctica ficcional: los hechos no son verdaderos ni falsos, sino verosímiles. Es un hecho artístico que transforma la realidad y la ficcionaliza. Esto quiere decir que todo lo que leemos como literatura no es real aunque se base en hechos reales. El propósito de los textos literarios no es mostrar la realidad tal cual es, sino de representar —a través de las palabras— una percepción posible y peculiar del mundo. Es decir, refleja una imagen de la realidad. 
Lo literario solo existe en relación con el texto en el cual aparece. Pero la literatura, aunque resulte contradictorio, es profundamente verdadera: desde la ficción se puede hablar sobre la realidad.
Se dice que un texto es ficticio cuando lo que se narra es una historia imaginada por el autor, quien construye un narrador que tiene a su cargo el relato.
A pesar de que algunas veces los cuentos y novelas se originan en sucesos reales, la elaboración de la historia es invención del autor. A través de su imaginación, el escritor puede crear una historia formada por hechos posibles en el mundo real (verosimilitud) o una historia que relata sucesos que no podrían ocurrir nunca en la realidad.
El valor de la literatura radica en el modo de representación de la realidad y no en la fidelidad a lo representado, es decir, la literatura se aprecia no por la verdad de lo que se dice, sino por la calidad estética con que se lo hace.


¿DEFINIR LITERATURA?


Hacia una definición de la literatura

No todos los especialistas acuerdan en la definición de literatura. No es un concepto sencillo ni unívoco. Digamos que es esquivo a las definiciones cerradas y rebelde a las ataduras teóricas. Sí podemos admitir que la literatura es un discurso social, una producción hecha con palabras que surge en el ámbito del arte (que es una de las actividades o prácticas sociales) y circula entre receptores de una o más sociedades. No está alejada de lo social, ya que retoma, recrea y problematiza situaciones, protagonistas, preguntas, miedos, deseos que construimos socialmente.
Para aproximarnos a una definición de LITERATURA es necesario, primero, deslindarla de otras producciones que trabajan con el lenguaje, es decir, qué hace que un texto sea literario y otro no, o —en otras palabras— qué es lo específicamente literario.
Una primera respuesta a este interrogante se encuentra en la teoría de las funciones del lenguaje propuesta por el lingüista Roman Jakobson (Rusia, 1896/1982). Este teórico sostiene que, en todo acto de comunicación, el emisor produce su mensaje con una determinada intención y, por lo tanto, hace hincapié en los distintos elementos que conforman el circuito. De esta manera quedan establecidas las seis funciones del lenguaje:

1) Emotiva o expresiva (el emisor tiene la intención de hablar sobre sí mismo, de transmitir sus sentimientos o emociones).
2) Referencial o informativa (el emisor centra su atención en el referente o tema del mensaje, es decir, importa transmitir sus sentimientos o emociones).
3) Conativa o apelativa (la intención del emisor es influir sobre su receptor o llamar su atención).
4) Fática (el emisor quiere verificar que el canal de la comunicación funciona correctamente).
5) Metalingüística (el emisor se centra en el código del mensaje, es decir, habla del lenguaje mismo y de las palabras que lo conforman).
6) Poética o literaria (el emisor hace hincapié en la forma del mensaje y cuida su elaboración).

Circuito de la comunicación según Roman Jakobson:


La función poética del lenguaje y la literatura

De todas las funciones del lenguaje, la POÉTICA es la que caracteriza al discurso literario, dado que lo que lo distingue de otros discursos es la construcción particular del lenguaje: el ritmo, ciertas combinaciones de palabras, el uso connotativo del lenguaje (permite interpretar las palabras en múltiples sentidos y no en uno solo, como en el caso de los textos científicos), son algunos de los procedimientos que utiliza el escritor para trabajar con el material que le provee la lengua. Con ese material discursivo elabora una obra que es única, porque se aleja del uso cotidiano del lenguaje: aprovecha la sonoridad de los términos y su capacidad de evocar o sugerir, no trabaja con el sentido literal de las palabras sino con todos los sentidos que esa palabra es capaz de disparar en su imaginación y en la del lector.
El lenguaje es el protagonista a través de una cuidada selección y combinación de las palabras que el escritor realiza y que responde a un sentido preciso que quiere transmitir. Cuando un poeta selecciona una palabra dentro del enorme campo de posibilidades que le da la lengua, lo hace porque sabe que es ese término y no otro el que le permite transmitir una idea, una sensación, un sentimiento.
La LITERATURA trabaja estéticamente con el lenguaje porque no solo se sirve de él sino que lo que verdaderamente importa en literatura no es qué se dice sino cómo se dice y por qué.
Es decir, la función poética del lenguaje está orientada hacia el mensaje, ya que consiste en la creación del mensaje por el mensaje mismo. Se manifiesta en los textos literarios en general y no solo en los poemas. Su intención, en definitiva, es crear arte verbal.
No siempre a lo largo de la historia la concepción sobre los que es literatura fue la misma. Por eso, como ya se dijo, no es posible definir en forma precisa qué es la LITERATURA, pero una definición aproximada podría ser:

Discurso social que se caracteriza por su naturaleza ficcional (representa un mundo imaginario, inventado o recreado) y por el predominio de la función estética de la lengua (el mensaje está volcado sobre sí mismo y su finalidad principal no es ni comunicar ideas, ni sentimientos ni pedidos, sino hacerlo de una forma diferente y estéticamente elaborada).


viernes, 26 de febrero de 2016

CIRAIGO, LA LUNA


Hace mucho tiempo, en la zona del Gran Chaco, vivía la hermosa Ciraigo, hija del Cacique Ipenac. Como era costumbre, el padre la había casado desde jovencita con un capitanejo de la tribu, que tenía fama de ser muy valiente.
Cierta vez los guerreros de una nación vecina invadieron el tolderío de Ipenac. En el combate, el capitanejo cayó herido de muerte; Ciraigo, desconsolada, se arrodilló a su lado muy triste y le prometió que jamás se casaría con otro. Los invasores se llevaron cautiva a la joven Ciraigo.
Pasó el tiempo, el cacique vencedor se enamoró de ella y le propuso que fuera su esposa, pero Ciraigo le contestó que nunca se volvería a casar, y se mantuvo firme, dispuesta a cumplir su promesa.
Pero el cacique estaba muy enamorado y pensó que, si se casaban, ella en algún momento también se enamoraría de él.
Entonces anunció el casamiento, invitó a todo el mundo a la celebración y empezó a organizar una gran fiesta.
Ciraigo, sin saber qué hacer, le pidió ayuda a Cotaá, su dios. 
Él la escuchó: compadecido de la joven, hizo que subiera hasta el cielo y la convirtió en luna.
Desde entonces, Ciraigo es la luna. Allá, en lo alto del cielo, ilumina blanca y brillante a su pueblo.
De esta manera cuentan los mocovíes el origen de la luna.
También cuenta la leyenda que, cuando crece, es señal de que Ciraigo rejuvenece, y esto motivo de fiesta entre los mocovíes. La Ciraigo es inmortal y se renueva siempre.

(Leyenda mocoví)

PENÉLOPE RECONOCE A ODISEO

Canto XXIII de “La Odisea” (Homero, ¿s. VIII a de C.?)



Entonces la anciana subió gozosa al piso de arriba para anunciar a la señora que estaba dentro su esposo, y sus rodillas se llenaban de fuerza y sus pies se levantaban del suelo. 
Se detuvo sobre su cabeza y le dijo su palabra: 
«Despierta, Penélope, hija mía, para que veas con tus propios ojos lo que esperas todos los días. Ha venido Odiseo, ha llegado a casa por fin, aunque tarde, y ha matado a los ilustres pretendientes, a los que afligían su casa comiéndose los bienes y haciendo de su hijo el objeto de sus violencias.» 
Y se dirigió a ella la prudente Penélope: 
«Nodriza querida, te han vuelto loca los dioses, los que pueden volver insensato a cualquiera, por muy sensato que sea, y hacer entrar en razón al de mente estúpida. Ellos te han dañado; antes eras equilibrada en tu mente. 
«¿Por qué te burlas de mí, si tengo el ánimo quebrantado por el dolor, diciéndome estos extravíos y me despiertas del dulce sueño que me tenía encadenados los párpados? Jamás había dormido de tal modo desde que Odiseo marchó a la maldita Ilión que no hay que nombrar. 
«Pero vamos, baja ya y vuelve al mégaron. Porque si cualquiera otra de las mujeres que están a mi servicio hubiera venido a anunciarme esto y me hubiera despertado, seguro que la habría hecho volver al mégaron con palabra violenta. A ti, en cambio, te valdrá la vejez, por lo menos en esto.» 
Y le contestó su nodriza Euriclea: 
«No me burlo de ti en absoluto, hija mía, que en verdad ha llegado Odiseo, ha vuelto a casa como lo anuncio y es el forastero a quien todos deshonraban en el mégaron. Telémaco sabía hace tiempo que ya estaba dentro, pero ocultó con prudencia los proyectos de su padre para que castigara la violencia de esos hombres altivos.» 
Así dijo; invadió a Penélope la alegría y, saltando del lecho, abrazó a la anciana, dejó correr el llanto de sus párpados y hablándole dijo aladas palabras: 
«Vamos, nodriza querida, dime la verdad, dime si de verdad ha llegado a casa como anuncias; dime cómo ha puesto sus manos sobre los pretendientes desvergonzados, solo como estaba, mientras que ellos permanecían dentro siempre en grupo.» 
Y le contestó su nodriza Euriclea: 
«No lo he visto, no me lo han dicho, solo he oído el ruido de los que caían muertos. Nosotras permanecíamos asustadas en un rincón de la bien construida habitación -y la cerraban bien ajustadas puertas- hasta que tu hijo me llamó desde el mégaron, Telémaco, pues su padre le había mandado que me llamara. Después encontré a Odiseo en pie, entre los cuerpos recién asesinados que cubrían el firme suelo, hacinados unos sobre otros. Habrías gozado en tu ánimo si lo hubieras visto rociado de sangre y polvo como un león. Ahora ya están todos amontonados en la puerta del patio mientas él rocía con azufre la hermosa sala, luego de encender un gran fuego, y me ha mandado que te llame. Vamos, sígueme, para que vuestros corazones alcancen la felicidad después de haber sufrido infinidad de pruebas. Ahora ya se ha cumplido este tu mayor anhelo: él ha llegado vivo y está en su hogar y te ha encontrado a ti y a su hijo en el palacio, y a los que le ultrajaban, a los pretendientes, a todos los ha hecho pagar en su palacio.» 
Y le respondió la prudente Penélope:
«Nodriza querida, no eleves todavía tus súplicas ni te alegres en exceso. Sabes bien cuán bienvenido sería en el palacio para todos, y en especial para mí y para nuestro hijo, a quien engendramos, pero no es verdadera esta noticia que me anuncias, sino que uno de los inmortales ha dado muerte a los ilustres pretendientes, irritado por su insolencia dolorosa y sus malvadas acciones; pues no respetaban a ninguno de los hombres que pisan la tierra, ni al del pueblo ni al noble, cualquiera que se llegara a ellos. Por esto, por su maldad, han sufrido la desgracia, que lo que es Odiseo... este ha perdido su regreso lejos de Acaya y ha perecido.» 
Y le contestó su nodriza Euriclea: 
«Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cerco de tus dientes! ¡Tú, que dices que no volverá jamás tu esposo, cuando ya está dentro, junto al hogar! Tu corazón ha sido siempre desconfiado, pero te voy a dar otra señal manifiesta: cuando le lavaba vi la herida que una vez le hizo un jabalí con su blanco colmillo; quise decírtelo, pero él me asió la boca con sus manos y no me lo permitió por la astucia de su mente. Vamos, sígueme, que yo misma me ofrezco en prenda y, si te engaño, mátame con la muerte más lamentable.» 
Y le contestó la prudente Penélope:
«Nodriza querida, es difícil que tú descubras los designios de los dioses, que han nacido para siempre, por muy astuta que seas. Vayamos, pues, en busca de mi hijo para que yo vea a los pretendientes muertos y a quien los mató.» 
Así dijo, y descendió del piso de arriba. Su corazón revolvía una y otra vez si interrogaría a su esposo desde lejos o se colocaría a su lado, le tomaría de las manos y le besaría la cabeza. Y cuando entró y traspasó el umbral de piedra se sentó frente a Odiseo junto al
resplandor del fuego, en la pared de enfrente. Él se sentaba junto a una elevada columna con la vista baja esperando que le dijera algo su fuerte esposa cuando lo viera con sus ojos, pero ella permaneció sentada en silencio largo tiempo -pues el estupor alcanzaba su corazón. Unas veces le miraba fijamente al rostro y otras no lo reconocía por llevar en su cuerpo miserables vestidos. 
Entonces Telémaco la reprendió, le dijo su palabra y la llamó por su nombre: 
«Madre mía, mala madre, que tienes un corazón tan cruel. ¿Por qué te mantienes tan alejada de mi padre y no te sientas junto a él para interrogarle y enterarte de todo? Ninguna otra mujer se mantendría con ánimo tan tenaz apartada de su marido, cuando este después de pasar innumerables calamidades llega a su patria a los veinte años. Pero tu corazón es siempre más duro que la piedra.» 
Y le contestó la prudente Penélope: 
«Hijo mío, tengo el corazón pasmado dentro del pecho y no puedo pronunciar una sola palabra ni interrogarle, ni mirarle siquiera a la cara. Si en verdad es Odiseo y ha llegado a casa, nos reconoceremos mutuamente mejor, pues tenemos señales secretas para los demás que solo nosotros dos conocemos.» 
Así habló y sonrió el sufridor, el divino Odiseo, y al punto dirigió a Telémaco aladas palabras: 
«Telémaco, deja a tu madre que me ponga a prueba en el palacio y así lo verá mejor. Como ahora estoy sucio y tengo sobre mi cuerpo vestidos míseros, no me honra y todavía no cree que yo sea aquel. Pero deliberemos antes de modo que resulte todo mejor, pues cualquiera que mata en el pueblo incluso a un hombre que no deja atrás muchos vengadores, se da a la fuga abandonando sus parientes y su tierra patria, pero yo he matado a los defensores de la ciudad, a los más nobles mozos de Ítaca. Te invito a que consideres esto.» 
Y le contestó Telémaco discretamente: 
«Considéralo tú mismo, padre mío, pues dicen que tus decisiones son las mejores y ningún otro de los mortales hombres osaría rivalizar contigo. Nosotros te apoyaremos ardorosos y te aseguro que no nos faltará fuerza en cuanto esté de nuestra parte.» 
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo: 
«Te voy a decir lo que me parece mejor. En primer lugar, lavaos y vestid vuestras túnicas, y ordenad a las esclavas en el palacio que elijan ropas para ellas mismas. Después, que el divino aedo nos entone una alegre danza con su sonora lira, para que cualquiera piense que hay boda si lo oye desde fuera, ya sea un caminante o uno de nuestros vecinos; que no se extienda por la ciudad la noticia de la muerte de los pretendientes antes de que salgamos en dirección a nuestra finca, abundante en árboles. Una vez allí pensaremos qué cosa de provecho nos va a conceder el Olímpico.» 
Así habló, y al punto todos le escucharon y obedecieron. En primer lugar se lavaron y vistieron las túnicas, y las mujeres se adornaron. Luego, el divino aedo tomó su curvada lira y excitó en ellos el deseo del dulce canto y la ilustre danza. Y la gran mansión retumbaba con los pies de los hombres que danzaban y de las mujeres de lindos ceñidores. 
Y uno que lo oyó desde fuera del palacio decía así: 
«Seguro que se ha desposado ya alguien con la muy pretendida reina. ¡Desdichada!, no ha tenido valor para proteger con constancia la gran mansión de su legítimo esposo, hasta que llegara.» 
Así decía uno, pero no sabían en verdad qué había pasado. 
Después lavó a Odiseo, el de gran corazón, el ama de llaves Eurínome y lo ungió con aceite y puso a su alrededor una hermosa túnica y manto. Entonces derramó Atenea sobre su cabeza abundante gracia para que pareciera más alto y más ancho e hizo que cayeran de su cabeza ensortijados cabellos semejantes a la flor del jacinto. Como cuando derrama oro sobre plata un hombre entendido a quien Hefesto y Palas Atenea han enseñado toda clase de habilidad y lleva a término obras que agradan, así derramó la gracia sobre este, sobre su cabeza y hombro. Y salió de la bañera semejante en cuerpo a los inmortales. 
Fue a sentarse de nuevo en el sillón, del que se había levantado, frente a su esposa, y le dirigió su palabra: 
«Querida mía, los que tienen mansiones en el Olimpo te han puesto un corazón más inflexible que a las demás mujeres. Ninguna otra se mantendría con ánimo tan tenaz apartada de su marido cuando este, después de pasar innumerables calamidades, llega a su patria a los veinte años. Vamos, nodriza, prepárame el lecho para que también yo me acueste, pues esta tiene un corazón de hierro dentro del pecho.» 
Y le contestó la prudente Penélope:
«Querido mío, no me tengo en mucho ni en poco ni me admiro en exceso, pero sé muy bien cómo eras cuando marchaste de Ítaca en la nave de largos remos. Vamos, Euriclea, prepara el labrado lecho fuera del sólido tálamo, el que construyó él mismo. Y una vez que hayáis puesto fuera el labrado lecho, disponed en la cama pieles, mantas y resplandecientes colchas.» 
Así dijo poniendo a prueba a su esposo. Entonces Odiseo se dirigió irritado a su fiel esposa: 
«Mujer, esta palabra que has dicho es dolorosa para mi corazón. ¿Quién me ha puesto la cama en otro sitio? Sería difícil incluso para uno muy hábil si no viniera un dios en persona y lo pusiera fácilmente en otro lugar; que de los hombres, ningún mortal viviente, ni aun en la flor de la edad, lo cambiaría fácilmente, pues hay una señal en el labrado lecho, y lo construí yo y nadie más. Había crecido dentro del patio un tronco de olivo de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una columna. Edifiqué el dormitorio en torno a él, hasta acabarlo, con piedras espesas, y lo cubrí bien con un techo y le añadí puertas bien ajustadas, habilidosamente trabadas. Fue entonces cuando corté el follaje del olivo de extensas hojas; empecé a podar el tronco desde la raíz, lo pulí bien y habilidosamente con el bronce y lo igualé con la plomada, convirtiéndolo en pie de la cama, y luego lo taladré todo con el berbiquí. Comenzando por aquí lo pulimenté, hasta acabarlo, lo adorné con oro, plata y marfil y tensé dentro unas correas de piel de buey que brillaban de púrpura. 
«Esta es la señal que te manifiesto, aunque no sé si mi lecho está todavía intacto, mujer, o si ya lo ha puesto algún hombre en otro sitio, cortando la base del olivo.» 
Así dijo, y a ella se le aflojaron las rodillas y el corazón al reconocer las señales que le había manifestado claramente Odiseo.
Corrió llorando hacia él y echó sus brazos alrededor del cuello de Odiseo; besó su cabeza y dijo:
«No te enojes conmigo, Odiseo, que en lo demás eres más sensato que el resto de los hombres. Los dioses nos han enviado el infortunio, ellos, que envidiaban que gozáramos de la juventud y llegáramos al umbral de la vejez uno al lado del otro. Por esto no te irrites ahora conmigo ni te enojes porque al principio, nada más verse, no te acogiera con amor. Pues continuamente mi corazón se estremecía dentro del pecho por temor a que alguno de los mortales se acercase a mí y me engañara con sus palabras, pues muchos conciben proyectos malvados para su provecho. Ni la argiva Helena, del linaje de Zeus, se hubiera unido a un extranjero en amor y cama, si hubiera sabido que los belicosos hijos de los aqueos habían de llevarla de nuevo a casa, a su patria. Fue un dios quien la impulsó a ejecutar una acción vergonzosa, que antes no había puesto en su mente esta lamentable ceguera por la que, por primera vez, se llegó a nosotros el dolor. 
«Pero ahora que me has manifestado claramente las señales de nuestro lecho, que ningún otro mortal había visto sino solo tú y yo -y una sola sierva, Actorís, la que me dio mi padre al venir yo aquí, la que nos vigilaba las puertas del labrado dormitorio-, ya tienes convencido a mi corazón, por muy inflexible que sea.» 
Así habló, y a él se le levantó todavía más el deseo de llorar y lloraba abrazado a su deseada, a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparece deseable a los ojos de los que nadan (a los que Poseidón ha destruido la bien construida nave en el ponto, impulsada por el viento y el recio oleaje; pocos han conseguido escapar del canoso mar nadando hacia el litoral y -cuajada su piel de costras de sal- consiguen llegar a tierra bienvenidos, después de huir de la desgracia), así de bienvenido era el esposo para Penélope, quien no dejaba de mirarlo y no acababa de soltar del todo sus blancos brazos del cuello. 
Y se les hubiera aparecido Eos, de dedos de rosa, mientras se lamentaban, si la diosa de ojos brillantes, Atenea, no hubiera concebido otro proyecto: contuvo a la noche en el otro extremo al tiempo que la prolongaba, y a Eos, de trono de oro, la empujó de nuevo hacia Océano y no permitía que unciera sus caballos de veloces pies, los que llevan la luz a los hombres, Lampo y Faetonte, los potros que conducen a Eos. 
Entonces se dirigió a su esposa el muy astuto Odiseo: 
«Mujer, no hemos llegado todavía a la meta de las pruebas, que aún tendremos un trabajo desmedido y difícil que es preciso que yo acabe del todo. Así me lo vaticinó el alma de Tiresias el día en que descendí a la morada de Hades, para inquirir sobre el regreso de mis compañeros y el mío propio. Pero vayamos a la cama, mujer, para gozar ya del dulce sueño acostados.» 
Y le contestó la prudente Penélope:
«Estará en tus manos el acostarte cuando así lo desee tu corazón, ahora que los dioses te han hecho volver a tu bien edificado palacio y a tu tierra patria. Pero puesto que has hecho una consideración -y seguro que un dios la ha puesto en tu mente-, vamos, dime la prueba que te espera, puesto que me voy a enterar después, creo yo, y no es peor que lo sepa ahora mismo.» 
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo: 
«Querida mía, ¿por qué me apremias tanto a que te lo diga? En fin, te lo voy a decir y no lo ocultaré, pero tu corazón no se sentirá feliz; tampoco yo me alegro, puesto que me ha ordenado ir a muchas ciudades de mortales con un manejable remo entre mis manos, hasta que llegue a los hombres que no conocen el mar ni comen alimentos aderezados con sal; tampoco conocen estos hombres las naves de rojas mejillas ni los manejables remos que son alas para las naves. Y me dio esta señal que no te voy a ocultar: cuando un caminante, al encontrarse conmigo, diga que llevo un bieldo sobre mi ilustre hombro, me ordenó que en ese momento clavara en tierra el remo, ofreciera hermosos sacrificios al soberano Poseidón -un cabrito, un toro y un verraco semental de cerdas-, que volviera a casa y ofreciera sagradas hecatombes a los dioses inmortales, los que poseen el ancho cielo, a todos por orden. Y me sobrevendrá una muerte dulce, lejos del mar, de tal suerte que me destruya abrumado por la vejez. Y a mi alrededor el pueblo será feliz. Me aseguró que todo esto se va a cumplir.»
Y se dirigió a él la prudente Penélope: 
«Si los dioses nos conceden una vejez feliz, hay esperanza de que tendremos medios de escapar a la desgracia.» 
Así hablaban el uno con el otro. Entretanto, Eurínome y la nodriza dispusieron la cama con ropa blanda bajo la luz de las antorchas. Luego que hubieron preparado diligentemente el labrado lecho, la anciana se marchó a dormir a su habitación y Eurínome, la camarera, los condujo mientras se dirigían al lecho con una antorcha en sus manos. Luego que los hubo conducido se volvió, y ellos llegaron de buen grado al lugar de su antiguo lecho. 
Después Telémaco, el boyero y el porquero hicieron descansar a sus pies de la danza y fueron todos a acostarse por el sombrío palacio. Y cuando habían gozado del amor placentero, se complacían los dos esposos contándose mutuamente, ella cuánto había soportado en el palacio, la divina entre las mujeres; contemplando la odiosa comparsa de los pretendientes que por causa de ella degollaban en abundancia toros y gordas ovejas y sacaban de las tinajas gran cantidad de vino; por su parte, Odiseo, de linaje divino, le contó cuántas penalidades había causado a los hombres y cuántas había padecido él mismo con fatiga. Penélope gozaba escuchándole y el sueño no cayó sobre sus párpados hasta que le contara todo. Comenzó narrando cómo había sometido a los cicones y llegado después a la fértil tierra de los Lotófagos, y cuánto le hizo al Cíclope y cómo se vengó del castigo de sus ilustres compañeros a quienes aquel se había comido sin compasión, y cómo llegó a Eolo, que lo acogió y despidió afablemente, pero todavía no estaba decidido que llegara a su patria, sino que una tempestad lo arrebató de nuevo y lo llevaba por el ponto, lleno de peces, entre profundos lamentos; y cómo llegó a Telépilo de los Lestrigones, quienes destruyeron sus naves y a todos sus compañeros de buenas grebas. Solo Odiseo consiguió escapar en la negra nave. Le contó el engaño y la destreza de Circe y cómo bajó a la sombría mansión de Hades para consultar al alma del tebano Tiresias con su nave de muchas filas de remeros -y vio a todos sus compañeros y a su madre que lo había parido y criado de niño, y cómo oyó el rumor de las Sirenas de dulce canto y llegó a las Rocas Errantes y a la terrible Caribdis y a Escila, a quien jamás han evitado incólumes los hombres. Y cómo sus compañeros mataron las vacas de Helios y cómo Zeus, el que truena arriba, disparó contra la rápida nave su humeante rayo -y todos sus compañeros perecieron juntos, pero él evitó a las funestas Keres. Y cómo llegó a la isla de Ogigia y a la ninfa Calipso, quien lo retuvo en cóncava cueva deseando que fuera su esposo; le alimentó y decía que lo haría inmortal y sin vejez para siempre, pero no persuadió a su corazón. Y cómo después de mucho sufrir llegó a los feacios, quienes le honraron de todo corazón como a un dios y lo condujeron en una nave a su tierra patria, después de regalarle bronce, oro en abundancia y vestidos.
Esta fue la última palabra que dijo cuando el dulce sueño, el que afloja los miembros, le asaltó desatando las preocupaciones de su corazón. 
Entonces proyectó otra decisión Atenea, la diosa de ojos brillantes: cuando creyó que Odiseo ya había gozado del lecho de su esposa y del sueño, al punto hizo salir de Océano a la de trono de oro, a la que nace de la mañana, para que llevara la luz a los hombres. 
Entonces se levantó Odiseo del blando lecho y dirigió la palabra a su esposa: 
«Mujer, ya estamos saturados ambos de pruebas innumerables; tú, llorando aquí mi penoso regreso y yo... a mí Zeus y los demás dioses me tenían encadenado con dolores lejos de aquí, de mi tierra patria, pero ahora que los dos hemos llegado al deseable lecho, tú has de cuidarme las riquezas que poseo en el palacio, que en cuanto a las ovejas que los altivos pretendientes me degollaron, muchas se las robaré yo mismo y otras me las darán los aqueos hasta que llenen mis establos. Mas ahora parto hacia la finca de muchos árboles para ver a mi noble padre que me está apenado. A ti, mujer, te encomiendo esto, ya que eres prudente: al levantarse el sol correrá la noticia de la matanza de los pretendientes en el palacio; sube al piso de arriba con las siervas y permanece allí, y no mires a nadie ni preguntes.» 
Así dijo y vistió alrededor de sus hombros la hermosa armadura y apremió a Telémaco, al boyero y al porquero, ordenándoles que tomaran en sus manos los instrumentos de guerra. Estos no le desobedecieron, se vistieron con el bronce, cerraron las puertas y salieron. Y los conducía Odiseo. Ya había luz sobre la tierra, pero Atenea los cubrió con la noche y los condujo rápidamente fuera de la ciudad.

PARRA, Violeta: Gracias a la vida



Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me dio dos luceros que cuando los abro 
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado, 
y en las multitudes, el hombre que yo amo. 

Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me ha dado el oído que en todo su ancho 
cada noche y día, grillos y canarios,
martillos, turbinas, ladridos, chubascos, 
y la voz tan tierna de mi bien amado. 


Gracias a la vida que me ha dado tanto, 
me ha dado el sonido y el abedecedario.
Con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano y luz alumbrando, 
la ruta del alma del que estoy amando. 

Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me ha dado la marcha de mis pies cansados. 
Con ellos anduve ciudades y charcos, 
playas y desiertos, montañas y llanos, 
y la casa tuya, tu calle y tu patio. 

Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano, 
cuando miro al bueno tan lejos del malo, 
cuando miro al fondo de tus ojos claros. 

Gracias a la vida que me ha dado tanto, 
me ha dado la risa y me ha dado el llanto. 
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto,
y el canto de todos que es mi propio canto. 

Gracias a la vida que me ha dado tanto...

(Chile, 1917/1967)


jueves, 25 de febrero de 2016

EL ORIGEN DE LAS MUJERES


Cuando Kharta creó el mundo no existían el frío, la enfermedad, la muerte ni el hambre. Solo creó hombres y como eran inmortales no tenían necesidad de tener hijos. Estos hombres eran mitad seres humanos y mitad animales. Tenían plumas y pieles en su cuerpo y garras en los pies y las manos, algunos podían volar. Estos vivían felices cazando, pescando y recolectando, el mundo estaba creado para ellos y formaban una unidad entre hombres y naturaleza. Pero estos hombres sentían el impulso natural de la procreación, entonces depositaban su semen en calabazas. Los niños nacían pero como carecían de leche materna comían tierra y así morían.
Tenían la costumbre de salir a cazar y dejar a uno de ellos cuidando la comida. Ese día quedó de vigilante el hombre loro (Elé). Este se tendió en la estera para descansar cuando escuchó unos ruidos extraños que provenían de lo alto. Eran risas, pero Elé no las reconoció porque nunca las había escuchado.
En esa época, de tiempo en tiempo, las estrellas bajaban del cielo por medio de cuerdas de chaguar para robar la comida de los hombres. Estas estrellas eran blancas, brillantes y tenían forma de mujeres. Elé las vio descender por las cuerdas y como eran muy lindas quiso tomar a una de ellas, pero estas mujeres tenían mucho poder y el hombre loro sufrió heridas en su boca, así perdió parte de su facultad de hablar. Mientras estaba dolorido en el suelo observó que las mujeres tragaban el alimento por arriba y por debajo, ya que también tenían dientes en la vagina. Cuando terminaron de comer subieron por las cuerdas hacia Pulé, el cielo, desapareciendo en lo alto.
Cuando llegaron los demás hombres encontraron a Elé herido y la comida saqueada. El hombre no pudo contarles lo que había pasado pues tenía lastimada su boca. Esa noche se reunieron en torno al algarrobo y deliberaron. Decidieron que al día siguiente quedara de guardián el hombre zorro (Voyagá) considerado el más inteligente del grupo.
Al otro día, estando solo Voyagá en la choza, volvieron a descender desde el cielo las mujeres estrellas. Esta vez no se conformaron con lastimar levemente al hombre, le pegaron tanto que el hombre terminó desmayado. Comieron y se marcharon hacia el cielo.
Cuando volvieron los hombres deliberaron nuevamente sentados alrededor del algarrobo. Decidieron que al día siguiente quedara de guardián el hombre tatú (Pamaló), considerado el más fuerte del grupo. Pero al día siguiente sucedió exactamente lo mismo, las mujeres eran demasiado poderosas y los hombres no podían vencerlas.
Chiquii, el carancho, jefe espiritual del grupo, decidió cambiar de estrategia. Esta vez tenderían una emboscada a las mujeres. Un grupo se escondería en el monte cerca de la choza y Volé, el hombre halcón, volaría muy alto y cuando las mujeres estuviesen descendiendo, cortaría las cuerdas y las estrellas caerían fuertemente hacia la tierra. El golpe sería terrible y las mujeres quedarían a merced de los hombres.
Así lo hicieron pero la caída fue tan grande que se enterraron en la tierra y los hombres debieron cavar para buscarlas. El tatú, que era muy bruto y tenía garras muy largas, dejó tuerta a una de ellas. El hombre zorro, que era muy apurado, sacó dos de ellas y las llevó hacia el monte. Él quería probar primero. Pero como no sabía que ellas tenían la vagina dentada, volvió lastimado y gritando. Como el hombre iguana tenía dos penes, entregó uno de ellos al zorro.
Chiquii llamó a una reunión, deliberaron largamente y decidieron que el hombre mosca volaría más allá del mar para traer una solución. Cuando el hombre volvió trajo consigo el conocimiento del fuego, hasta ese momento los hombres comían el alimento crudo. Trajo también el viento, el frío, la enfermedad y la muerte.
Los hombres se pusieron a cantar el día, llegó un fuerte viento, mucho frío. Las mujeres que estaban desnudas se pusieron a temblar y se arrimaron al fuego. Los hombres entonces tiraron al fuego una piedra mágica que explotó y entrando en todas las mujeres les rompió los dientes de abajo. De esa manera los hombres animales se unieron con las mujeres estrellas y sus hijos son el actual pueblo Toba.


(Mito toba)

LA CAJA DE PANDORA


Los dioses encargaron la creación de los hombres y de los animales a dos hermanos llamados Prometeo y Epimeteo. Epimeteo creó a todos los animales y Prometeo creó cuidadosamente a los hombres, semejantes a los dioses, y les concedió el fuego para que pudieran sobrevivir en la tierra.
Prometeo amaba a los hombres, y ofendió a Zeus en dos ocasiones favoreciendo a los hombres. Zeus, dios de todos los dioses del Olimpo, enfadado con Prometeo por sus ofensas, planeó vengarse de él y ordenó a Hefesto que creara a la primera mujer.
Hefesto moldeó con arcilla a una bellísima mujer, a la que llamo Pandora. Zeus dio vida a esta mujer y todos los dioses del Olimpo quedaron tan impresionados que cada uno de ellos le fue concediendo un don. Atenea le otorgo sabiduría, Hermes le dio elocuencia y Apolo dotes para la música. Zeus le entregó a Pandora una hermosa caja, le explicó que en ella había guardado tesoros para Prometeo y que no debía abrirla bajo ningún concepto.
Pandora y su caja fueron entregados a Prometeo como regalo. Este aceptó los regalos pero como no se fiaba de Zeus se los entregó a su hermano Epimeteo y le dijo que guardara bien la llave de la caja para que nadie pudiera abrirla.
Epimeteo se enamoró de Pandora, se casó con ella y guardó la caja. Pandora, que era muy curiosa, no pudo aguantar más y un día le quitó la llave a Epimeteo y abrió la caja.
Al abrirla, salieron de ella cosas horribles para los seres humanos, como guerras, enfermedades, terremotos, hambre, dolor, y demás calamidades. Zeus, que sabía que Prometeo amaba a los hombres, quiso vengarse de él creando estas calamidades para el objeto de su creación. Pandora, asustada y tomando consciencia de los males que salían de la caja, intentó cerrarla de nuevo, pero ya era tarde y solo consiguió mantener dentro la esperanza. Desde entonces los seres humanos se hayan expuestos a todos los males que salieron de la caja y la esperanza, que se pudo quedar guardada, ayuda a las personas a soportar estas catástrofes que se extienden sobre la tierra.

GÉNEROS DISCURSIVOS PRIMARIOS Y SECUNDARIOS

El crítico ruso Mijail Bajtín sostiene que las personas realizamos distintas actividades en la sociedad y que, en cada una de estas, mantenemos relaciones de diverso tipo: laborales (en fábricas, comercios, empresas, organizaciones), cotidianas (en el hogar, las calles, los lugares de recreación) e intelectuales, que involucran el campo de las ideas (ámbito académico y científico). Para construir y sostener esos vínculos nos comunicamos: charlamos personalmente o por teléfono, compartimos una videollamada, chateamos, enviamos mensajes de texto o e-mails, escribimos informes o solicitudes, firmamos contratos... En esa variedad de modos de comunicación surgen los géneros discursivos.
Los géneros discursivos, según Bajtín, son conjuntos de textos que usamos en las distintas esferas sociales (campos o áreas de actividad en una sociedad) y que se agrupan porque comparten organización (estructura y formato), estilo (tipo de lenguaje y registro) y tema (asunto que tratan). Así, podemos diferenciar un recibo de una receta de cocina de una noticia de una novela porque los hemos usado en la vida social y hemos identificado sus rasgos. Es decir, son compatibles con una práctica social.
Dicho de otra manera, estas prácticas sociales son las distintas actividades que el ser humano desarrolla cotidianamente, las que se caracterizan por una temática común (la justicia, la medicina, la educación, la cocina), un vocabulario común (terminología específica de los abogados, los médicos, los maestros, los cocineros), y una redacción común (estilo y forma que caracteriza a cada actividad: las leyes, las recetas de medicamentos, las recetas de cocina). 
Los géneros discursivos se clasifican en primarios: más simples y generalmente orales, usados en el intercambio cotidiano (conversación, receta de cocina, anécdota, carta informal, chiste) y secundarios: más complejos, escritos, aprendidos en las instituciones (cuento, novela, informe de ciencias, crónica periodística, acta de asamblea, un discurso político, una conferencia). Estos últimos pueden contener a los primarios, por ejemplo, una conversación informal puede ser parte de una novela. Por lo que la literatura es un género discursivo secundario que absorbe y reelabora en forma estética los géneros primarios.
Las TIC han permitido el surgimiento de nuevos géneros, híbridos en muchos casos: e-mail, SMS, chat, tuit, comentarios en blogs o redes sociales, WhatsApp, entre otros. Otros han ido desapareciendo o son muy poco usados como la poesía épica (extensas narraciones en verso que cantaban las hazañas de los héroes locales), las cartas informales, las notas de pésame.


EL DISCURSO LITERARIO


En la vida diaria, las personas se encuentran en situaciones de comunicación donde cuentan episodios presentes o recuerdan otros pasados, expresan sus emociones, e incluso realizan algunas acciones (como gestos corporales y señas) que acompañan al discurso, con el propósito de hacerse comprender. A veces el intercambio de ideas y sentimientos se realiza oralmente y otras de manera escrita.
En literatura ocurre algo similar: se cuentan historias, se expresan emociones y se representan acciones.
Hay que saber diferenciar cuándo un texto pertenece al intercambio cotidiano (chistes, anécdotas, diálogos) y cuándo un texto se convierte en una obra literaria (cuento, novela, poema, obra de teatro).
Los textos literarios exponen la imaginación, el ingenio y la sensibilidad de sus autores y despiertan en sus lectores diferentes emociones y reflexiones. Brindan conocimiento y contribuyen a que el lector observe personajes con distintas características y temperamentos, la calidad de las acciones y vínculos que entre ellos se establecen, y las peculiaridades de paisajes y regiones desconocidas del país y del mundo.
A través de la actitud relajada que surge de leer un libro, mucha gente puede dialogar sobre sus propias emociones y pensamientos, y también puede reflexionar sobre las actitudes de otras personas y sobre lo que ocurre a su alrededor, en el lugar donde vive. Si bien todas las obras literarias son diferentes, se sabe que de acuerdo con el fin que buscan sus autores, pueden agruparse entre sí sobre la base de ciertas cualidades compartidas. No es lo mismo escribir una poesía para un amigo que escribir el texto de una obra de teatro que se va a representar en una escuela. Los objetivos son distintos.
Por eso se afirma que las obras literarias presentan formatos diferentes, que se adecuan a sus finalidades específicas.
Toda obra literaria es producida por el autor —o los autores— con un efecto estético, una impresión de belleza, utilizando el lenguaje de una manera muy particular. Es la representación de un suceso, de un estado de ánimo o de un concepto o idea por medio de un lenguaje artísticamente elaborado.
La obra literaria es una situación comunicativa imaginaria, inventada, no real. Es decir, los hechos o situaciones que ocurren en una obra literaria pertenecen siempre al ámbito de la ficción, al mundo imaginario. Aunque se basen en hechos ocurridos realmente y tomen elementos de la realidad cotidiana, un cuento, una novela, un poema, una obra de teatro, son siempre parte de la literatura. Con la aparición de hechos realistas o verosímiles se intenta crear un efecto de realidad.


miércoles, 24 de febrero de 2016

GALEANO, Eduardo: ¿Función social?


La literatura tiene siempre una función, aunque no sepa que la tiene, y aunque no quiera tenerla. A mí me hacen gracia los escritores que dicen que la literatura no tiene ninguna función social. A partir del momento que alguien escribe y publica está realizando una función social, porque se publica para otros. Si no, es bastante simple: yo escribo en un sobre y lo mando a mi propia casa, pongo "Cartas de amor a mí mismo" y me emociono al recibirlas. Pero es un círculo masturbatorio (no quiero hablar mal de la masturbación, tiene sus ventajas, pero el amor es mejor porque se conoce gente, como decía el viejo chiste). 
Es imposible imaginar una literatura que no cumpla una función social. A veces la cumple, y es jodido, en un sentido adormecedor, a veces es una literatura del fatalismo, de la resignación, que te invita a aceptar la realidad en lugar de cambiarla, pero a veces es una literatura reveladora, reveladora de las mil y una caras escondidas de una realidad que es siempre más deslumbrante de lo que uno suponía. Por otro lado me parece que lo de la literatura social es una redundancia porque toda literatura es social. Muchas veces una buena novela de amor es más reveladora y ayuda más a la gente a saber quién es, de dónde viene y a dónde puede llegar, que una mala novela de huelgas. No comparto el criterio de una literatura política que además, en general, es aburridísima.

(Uruguay, 1940)


RODRÍGUEZ, Silvio: La maza



Si no creyera en la locura
de la garganta del sinsonte,
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura.

Si no creyera en la balanza,
en la razón del equilibrio,
si no creyera en el delirio,
si no creyera en la esperanza.

Si no creyera en lo que agencio,
si no creyera en mi camino,
si no creyera en mi sonido,
si no creyera en mi silencio.

¿Qué cosa fuera, qué cosa fuera la maza sin cantera?
Un amasijo hecho de cuerdas y tendones.
Un revoltijo de carne con madera.
Un instrumento sin mejores resplandores
que lucecitas montadas para escena.

¿Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera
qué cosa fuera la maza sin cantera?
Un testaferro del traidor de los aplausos.
Un servidor de pasado en copa nueva.
Un eternizador de dioses del ocaso.
Júbilo hervido con trapo y lentejuela.

¿Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera?

Si no creyera en lo mas duro,
si no creyera en el deseo,
si no creyera en lo que creo,
si no creyera en algo puro.

Si no creyera en cada herida,
si no creyera en la que ronde,
si no creyera en lo que esconde
hacerse hermano de la vida.

Si no creyera en quien me escucha,
si no creyera en lo que duele,
si no creyera en lo que quede,
si no creyera en los que luchan...

¿Qué cosa fuera...?

Silvio Rodríguez
(Cuba, 1946)