Desde 1810 hasta hoy y por siempre, los motores de los que disponemos para avanzar en los laboratorios están en las páginas que encierran la poderosa voluntad de transformar la vida.
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Nací en Almagro, cerca de Parque Centenario, el centro geográfico de Buenos Aires. Me llevó un tiempo darme cuenta de que el nombre del parque aludía al centenario del 25 de Mayo, celebrado en 1910. Más tiempo me llevó entender la diferencia entre la libertad proclamada en 1810 y la independencia de 1816. Es que en el nacimiento de nuestra nación ya se encuentran las claves de nuestras taras políticas. El no llamar a las cosas por su nombre: somos “libres” pero no “independientes” de España. El gusto por lo teatral: nos pusimos la “máscara” de Fernando VII y juramos fidelidad al rey, pero nos viene al pelo que esté preso en manos de los franceses. Las teorías conspirativas: Moreno murió en alta mar pero quizá lo asesinaron los saavedristas. Es probable que hayan sido estas ambigüedades de la historia, concebida como relato y no como ciencia, las que me impulsaran a seguir los caminos, supuestamente más lineales, de las ciencias naturales.
Los hombres de Mayo tenían muy pocas de las tecnologías de hoy. No hablo sólo de la consabida ausencia de electricidad, petróleo, trenes, automóviles, aviones, fotografía, cine, televisión, computadoras, teléfonos y satélites.
Deberían esperar hasta 1819, por ejemplo, para que se inventara el estetoscopio; a 1844 para la anestesia, y a 1944 para el primer antibiótico. Los fósforos recién se inventarían en 1827; la bicicleta, en 1839; el alfiler de gancho, en 1849; la leche pasteurizada, en 1852; la máquina de escribir, en 1867. De fines del siglo XIX son el alambre de púas, el papel higiénico, la Coca Cola y el cierre relámpago. De los comienzos del XX, la hojita de afeitar, los saquitos de té, la curita, el cuaderno de espiral y la cinta scotch. El bolígrafo recién sería inventado en 1938, los aerosoles en 1941 y la tarjeta de crédito en 1950. Y podríamos seguir hasta el ipod, el ipad y el viagra. El bolígrafo fue producto del húngaro/argentino Biro, pero la mayoría de lo mencionado vino de Estados Unidos e Inglaterra, los países más industrializados.
A diferencia de la esclavitud, los modos de producción del capitalismo requirieron mayor desarrollo de las fuerzas productivas: más tecnología y un piso de bienestar y salud para la nueva clase obrera. En estos 200 años hubo algunos puntos de inflexión destacables:
La posibilidad de registrar el sonido. El dibujo, la pintura y la escultura, cuyo primer vernissage ocurrió hace 20.000 años en las cuevas de Altamira, permiten saber cómo eran Bach, Castelli o Belgrano, sin fotos ni cine. Sin embargo, ninguna partitura ni instrumento musical pueden dar cuenta de sus voces. La voz humana solo pudo ser registrada a partir del fonógrafo de Edison de 1877, cuando estos personajes ya estaban muertos.
En 1859 Darwin confirma la evolución de la vida sobre la Tierra al descubrir la selección natural que, si bien no niega, hace prescindible la necesidad de Dios.
Los secretos del átomo y del universo son desnudados por la mecánica cuántica y la relatividad de Einstein.
La tectónica de placas nos explica cómo se formaron los continentes, se elevaron las cordilleras y se producen los terremotos.
El descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 por Watson y Crick provee las bases moleculares de la herencia y permite explicar por qué, como dice Serrat, “a menudo los hijos se nos parecen…”, confirmando que la vida no es otra cosa que química y física. Me detendré en el ADN por razones obvias, lo conozco más. La ingeniería genética ha revolucionado desde la producción de medicamentos hasta la de enzimas industriales como las que se usan para “gastar” cada par de vaqueros que se vende en el mundo. Desde la detección de contaminación en alimentos hasta la generación de organismos genéticamente modificados; desde la fabricación de vacunas y el diagnóstico de enfermedades hasta la terapia génica, la medicina forense “a la CSI” y la determinación de identidad y lazos familiares. Este tema es particularmente importante para nuestro país ya que gracias al análisis de ADN se ha podido identificar a los hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar. Este análisis, que permite distinguir entre un hijo adoptado y uno apropiado, debe ser usado para conocer la verdad en todos los casos, sin excepción, en virtud del concepto de igualdad, pilar del ideario de Mayo. Como también dice Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Es difícil vislumbrar si la alta densidad de inventos y descubrimientos de los dos siglos pasados se mantendrá en los venideros. Los científicos, por cautela, somos malos para predecir a largo plazo.
Sospecho que en los próximos años se seguirá perfeccionando, acortando los tiempos de respuesta y creando nuevas interfaces interactivas de los inventos básicos de los siglos XIX y XX, como ha venido ocurriendo con la telefonía. Me parece que los mayores avances se producirán en la agricultura, en la medicina y en el aumento de la esperanza de vida, terrenos donde nuestro país tiene grandes ventajas por su tradición en investigación. Sería magnífico que se lograse no solo pronosticar mejor el tiempo sino controlarlo: que llueva aquí y no allá, que se abra esta nube que pasa mi avión. Me intriga cómo será el mundo una vez agotado el petróleo.
Con o sin ciencia, en 1810 como ahora, la humanidad dispone de una misma arma, poderosa y transformadora: LOS LIBROS. Los de Rousseau y Voltaire que inspiraron a los patriotas de Mayo; los de Marx, Darwin, Freud, Sarmiento, Borges y Cortázar que seguramente habrían leído si hubieran vivido en sus tiempos. Los que ya había quemado la Inquisición, los que quemarían los nazis y Pinochet, y los que prohibirían los militares argentinos.
Imaginándonos, los hombres de Mayo a la luz de una vela y nosotros, ahora, a la luz de una lamparita de bajo consumo, leyendo apasionadamente un libro, la brecha tecnológica entre ellos y nosotros se hace despreciable. Siempre, todavía, y afortunadamente: LOS LIBROS.
Nací en Almagro, cerca de Parque Centenario, el centro geográfico de Buenos Aires. Me llevó un tiempo darme cuenta de que el nombre del parque aludía al centenario del 25 de Mayo, celebrado en 1910. Más tiempo me llevó entender la diferencia entre la libertad proclamada en 1810 y la independencia de 1816. Es que en el nacimiento de nuestra nación ya se encuentran las claves de nuestras taras políticas. El no llamar a las cosas por su nombre: somos “libres” pero no “independientes” de España. El gusto por lo teatral: nos pusimos la “máscara” de Fernando VII y juramos fidelidad al rey, pero nos viene al pelo que esté preso en manos de los franceses. Las teorías conspirativas: Moreno murió en alta mar pero quizá lo asesinaron los saavedristas. Es probable que hayan sido estas ambigüedades de la historia, concebida como relato y no como ciencia, las que me impulsaran a seguir los caminos, supuestamente más lineales, de las ciencias naturales.
Los hombres de Mayo tenían muy pocas de las tecnologías de hoy. No hablo sólo de la consabida ausencia de electricidad, petróleo, trenes, automóviles, aviones, fotografía, cine, televisión, computadoras, teléfonos y satélites.
Deberían esperar hasta 1819, por ejemplo, para que se inventara el estetoscopio; a 1844 para la anestesia, y a 1944 para el primer antibiótico. Los fósforos recién se inventarían en 1827; la bicicleta, en 1839; el alfiler de gancho, en 1849; la leche pasteurizada, en 1852; la máquina de escribir, en 1867. De fines del siglo XIX son el alambre de púas, el papel higiénico, la Coca Cola y el cierre relámpago. De los comienzos del XX, la hojita de afeitar, los saquitos de té, la curita, el cuaderno de espiral y la cinta scotch. El bolígrafo recién sería inventado en 1938, los aerosoles en 1941 y la tarjeta de crédito en 1950. Y podríamos seguir hasta el ipod, el ipad y el viagra. El bolígrafo fue producto del húngaro/argentino Biro, pero la mayoría de lo mencionado vino de Estados Unidos e Inglaterra, los países más industrializados.
A diferencia de la esclavitud, los modos de producción del capitalismo requirieron mayor desarrollo de las fuerzas productivas: más tecnología y un piso de bienestar y salud para la nueva clase obrera. En estos 200 años hubo algunos puntos de inflexión destacables:
La posibilidad de registrar el sonido. El dibujo, la pintura y la escultura, cuyo primer vernissage ocurrió hace 20.000 años en las cuevas de Altamira, permiten saber cómo eran Bach, Castelli o Belgrano, sin fotos ni cine. Sin embargo, ninguna partitura ni instrumento musical pueden dar cuenta de sus voces. La voz humana solo pudo ser registrada a partir del fonógrafo de Edison de 1877, cuando estos personajes ya estaban muertos.
En 1859 Darwin confirma la evolución de la vida sobre la Tierra al descubrir la selección natural que, si bien no niega, hace prescindible la necesidad de Dios.
Los secretos del átomo y del universo son desnudados por la mecánica cuántica y la relatividad de Einstein.
La tectónica de placas nos explica cómo se formaron los continentes, se elevaron las cordilleras y se producen los terremotos.
El descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 por Watson y Crick provee las bases moleculares de la herencia y permite explicar por qué, como dice Serrat, “a menudo los hijos se nos parecen…”, confirmando que la vida no es otra cosa que química y física. Me detendré en el ADN por razones obvias, lo conozco más. La ingeniería genética ha revolucionado desde la producción de medicamentos hasta la de enzimas industriales como las que se usan para “gastar” cada par de vaqueros que se vende en el mundo. Desde la detección de contaminación en alimentos hasta la generación de organismos genéticamente modificados; desde la fabricación de vacunas y el diagnóstico de enfermedades hasta la terapia génica, la medicina forense “a la CSI” y la determinación de identidad y lazos familiares. Este tema es particularmente importante para nuestro país ya que gracias al análisis de ADN se ha podido identificar a los hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar. Este análisis, que permite distinguir entre un hijo adoptado y uno apropiado, debe ser usado para conocer la verdad en todos los casos, sin excepción, en virtud del concepto de igualdad, pilar del ideario de Mayo. Como también dice Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Es difícil vislumbrar si la alta densidad de inventos y descubrimientos de los dos siglos pasados se mantendrá en los venideros. Los científicos, por cautela, somos malos para predecir a largo plazo.
Sospecho que en los próximos años se seguirá perfeccionando, acortando los tiempos de respuesta y creando nuevas interfaces interactivas de los inventos básicos de los siglos XIX y XX, como ha venido ocurriendo con la telefonía. Me parece que los mayores avances se producirán en la agricultura, en la medicina y en el aumento de la esperanza de vida, terrenos donde nuestro país tiene grandes ventajas por su tradición en investigación. Sería magnífico que se lograse no solo pronosticar mejor el tiempo sino controlarlo: que llueva aquí y no allá, que se abra esta nube que pasa mi avión. Me intriga cómo será el mundo una vez agotado el petróleo.
Con o sin ciencia, en 1810 como ahora, la humanidad dispone de una misma arma, poderosa y transformadora: LOS LIBROS. Los de Rousseau y Voltaire que inspiraron a los patriotas de Mayo; los de Marx, Darwin, Freud, Sarmiento, Borges y Cortázar que seguramente habrían leído si hubieran vivido en sus tiempos. Los que ya había quemado la Inquisición, los que quemarían los nazis y Pinochet, y los que prohibirían los militares argentinos.
Imaginándonos, los hombres de Mayo a la luz de una vela y nosotros, ahora, a la luz de una lamparita de bajo consumo, leyendo apasionadamente un libro, la brecha tecnológica entre ellos y nosotros se hace despreciable. Siempre, todavía, y afortunadamente: LOS LIBROS.
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Biólogo molecular, profesor titular FCEN-UBA e investigador superior del CONICET
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