Mostrando entradas con la etiqueta MITOS Y LEYENDAS. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MITOS Y LEYENDAS. Mostrar todas las entradas

sábado, 5 de marzo de 2016

DÉDALO E ÍCARO


Dédalo era el arquitecto, artesano e inventor muy hábil que vivía en Atenas. Aprendió su arte de la misma diosa Atenea. Era famoso por construir el laberinto de Creta e inventar naves que navegaban bajo el mar. Se casó con una mujer de Creta, Ariadna y tuvo dos hijos llamados Ícaro y Yápige.
Su sobrino Talos era su discípulo, gozaba del don de la creación, era la clase de hijo con que Dédalo soñaba. Pero pronto resultó más inteligente que el mismo Dédalo, porque con solo doce años de edad invento la sierra, inspirándose en la espina de los peces; sintió mucha envidia de él tras compararlo con su hijo.
Una noche subieron el tejado y desde allí; divisando Atenas, veían las aves e imaginaban distintos mecanismos para volar. Ícaro se marchó cansado, y después de engañar Dédalo a Talos, lo mató empujándole desde lo alto del tejado de la Acrópolis. Al darse cuenta del gran error que había cometido, para evitar ser castigado por los atenienses, huyeron a la isla de Creta, donde el rey Minos los recibió muy amistosamente y les encargó muchos trabajos.
El rey Minos, que había ofendido al rey Poseidón, recibió como venganza que la reina Pasifae, su esposa, se enamorara de un toro. Fruto de este amor nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro.
Durante la estancia de Dédalo e Ícaro en Creta, el rey Minos les reveló que tenía que encerrar al Minotauro. Para encerrarlo, Minos ordenó a Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasadizos dispuestos de una forma tan complicada que era imposible encontrar la salida. Pero Minos, para que nadie supiera como salir de él, encerró también a Dédalo y a su hijo Ícaro.
Estuvieron allí encerrados durante mucho tiempo. Desesperados por salir, se le ocurrió a Dédalo la idea de fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando del laberinto de Creta.
Antes de salir, Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo porque las alas se les mojarían y se harían demasiado pesadas para poder volar.
Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, volaba al lado suyo, pero después empezó a volar cada vez más alto y olvidándose de los consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió la cera que sujetaba las plumas de sus alas, cayó al mar y se ahogó.
Dédalo recogió a su hijo y lo enterró en una pequeña isla que mas tarde recibió el nombre de Icaria.
Después de la muerte de Ícaro, Dédalo llegó a la isla de Sicilia, donde vivió hasta su muerte en la corte del rey Cócalo.

jueves, 3 de marzo de 2016

ECO Y NARCISO


Eco era una ninfa que habitaba en el bosque junto a otras ninfas amigas y le gustaba cazar por lo que era una de las favoritas de la diosa Artemisa...
Pero Eco tenía un grave defecto: era muy conversadora y además en cualquier conversación o discusión, siempre quería tener la última palabra.
Cierto día, la diosa Hera salió en busca de su marido Zeus, al que le gustaba divertirse entre las ninfas. Cuando Hera llegó al bosque de las ninfas, Eco, la entretuvo con su conversación mientras las ninfas huían del lugar.
Cuando Hera descubrió su trampa la condenó diciendo:
-Por haberme engañado y a partir de este momento, perderás el uso de la lengua. Y ya que te gusta tanto tener la última palabra, solo podrás responder con la última palabra que escuches ¡Jamás podrás volver a hablar en primer lugar!
Narciso era un joven cuya madre, ansiosa por averiguar el destino de su hijo, consultó al adivino ciego Tiresias:
-¿Vivirá hasta la ancianidad?» -le preguntó.
-Hasta tanto no se conozca a sí mismo -replicó Tiresias.
De modo que la madre se aseguró de que el hijo no viera nunca su imagen en el espejo. Al crecer, el chico resultó ser extraordinariamente hermoso y despertaba amor en todos cuantos lo conocían. Aunque nunca había visto su cara, podía adivinar a través de las reacciones ajenas que era bello; pero nunca se sentía seguro, de modo que para ganar confianza y seguridad en sí mismo dependía de que los demás le dijeran cuán bello era. En consecuencia, se convirtió en un joven absorbido por su propia persona.
Eco, con su maldición a cuestas se dedicó a la cacería recorriendo montes y bosques. Un día vio a un hermoso joven llamado Narciso y se enamoró perdidamente de él. Deseó fervientemente poder conversar con él, pero tenía la palabra vedada. Entonces comenzó a perseguirlo esperando que Narciso le hablara en algún momento.
En cierto momento, en que Narciso estaba solo en el bosque y escuchó un crujir de ramas a sus espaldas, gritó:
-¿Hay alguien aquí?
Eco respondió:
-Aquí.
Como Narciso no vio a nadie volvió a gritar:
-Ven.
Y Eco contestó:
-Ven.
Como nadie se acercaba, Narciso dijo:
-¿Por qué huyes de mí? Unámonos.
La ninfa, loca de amor se lanzó entre sus brazos diciendo:
-Unámonos.
Narciso dio un salto hacia atrás diciendo:
-¡Aléjate de mi! ¡Prefiero morirme a pertenecerte!
Ante el fuerte rechazo de Narciso, Eco sintió una vergüenza tan grande que llorando se recluyó en las cavernas y en los picos de las montañas. La tristeza consumió su cuerpo hasta pulverizarlo. Solo quedó su voz para responder con la última palabra a cualquiera que le hable y por eso desde entonces cuando hablamos en cavernas y montañas escuchamos cómo Eco nos responde siempre, pero solo a nuestra última palabra.......
Narciso no solo rechazó a Eco, sino que su crueldad se manifestó también entre otras ninfas que se enamoraron de él. Una de esas ninfas, que había intentado ganar su amor sin lograrlo le suplicó a la diosa Hera que Narciso sintiera algún día lo que era amar sin ser correspondido y la diosa respondió favorablemente a su súplica.
Escondida en el bosque, había una fuente de agua cristalina. Tan clara y mansa era la fuente que parecía un espejo. Un día Narciso se acercó a beber y al ver su propia imagen reflejada pensó que era un espíritu del agua que habitaba en ese lugar. Quedó extasiado al ver ese rostro perfecto. Los rubios cabellos ondulados, el azul profundo de sus ojos y se enamoró perdidamente de esa imagen. Deseó alejarse, pero la atracción que ejercía sobre él era tan fuerte que no lograba separase, sino que por el contrario deseó besar y abrazar con todas sus fuerzas esa imagen que veía. Se había enamorado de sí mismo.
Desesperado, Narciso comenzó a hablarle:
-¿Por qué huyes de mí, hermoso espíritu de las aguas? Si sonrío, sonríes. Si estiro mis brazos hacia ti, tú también los estiras. No comprendo. Todas las ninfas me aman, pero no quieres acercarte.
Mientras hablaba una lágrima cayó de sus ojos. La imagen reflejada se nubló y Narciso suplicó:
-Te ruego que te quedes junto a mí. Ya que me resulta imposible tocarte, deja que te contemple.
Narciso continuó prendado de sí mismo, ni comía, ni bebía por no apartarse de la imagen que lo enamoraba hasta que terminó consumiéndose y murió.
Las ninfas quisieron darle sepultura, pero no encontraron el cuerpo en ninguna parte. En su lugar apareció una flor hermosa de hojas blancas que para conservar su recuerdo lleva el nombre de Narciso.

KOSPI (leyenda tehuelche sobre cómo nacieron las flores)




Según cuenta la leyenda, hace miles de años, las plantas aún no tenían flores. Fue entonces donde nace la historia de Kospi, una hermosa niña Tehuelche que logró el milagro...
Hace mucho, muchísimo tiempo, las plantas aún no tenían flores. En ese entonces vivía en el sur una bella niña tehuelche llamada Kospi, de suaves cabellos y dulces ojos negros. Una tarde de tormenta, cuando el fulgor del relámpago iluminaba todos los rincones de la tierra, Karut (el trueno), la contempló asomada a la entrada del Kau (toldo) de sus padres...
La vio tan hermosa, y a pesar de que él era rústico, hosco y bruto, se enamoró locamente de ella. Ante el temor de que la linda niña lo rechazara, la raptó y huyó lejos, retumbando sobre el cielo, hasta desaparecer de la vista de los aterrados padres de la chica. Al llegar a la alta y nevada cordillera, la escondió en el fondo de un glaciar.
Encerrada allí, fue tanto el dolor y la pena que sintió que de a poco fue enfriándose hasta que se convirtió en un témpano de hielo, fundiéndose con el resto del glaciar. Tiempo después, Karut quiso visitarla y al comprobar su desaparición, se enfureció terriblemente lanzando bramidos de desesperación.
Tanto ruido rodó hasta el océano y atrajo muchas nubes que empezaron a llover y llover sobre el glaciar hasta derretirlo completamente. Así, Kospi se transformó en agua y corrió de prisa montaña abajo en torrente impetuoso. Luego se deslizó por los verdes valles y empapó la tierra.
Al llegar la primavera, su corazón sintió ansias de ver la luz, de sentir la cálida caricia del viento y de extasiarse contemplando el cielo estrellado por las noches. Trepó despacio por la raíz y tallo de las plantas y asomó su preciosa cabecita en las puntas de las ramas, bajo la forma de coloridos pétalos... Habían nacido las flores.
Entonces todo fue más alegre y bello en el mundo. Por ese motivo es que los tehuelches llamaron Kospi a los pétalos de las flores.

LEYENDA DEL URATAÚ




Sucedió lo que vamos a contar hace muchos siglos. Vivía entonces establecida no lejos del Iguazú, una poderosa tribu guaraní.
Era Ñeambiú la más hermosa don­cella de su parcialidad, y tan gentil de trato como exquisita de espíritu, que todos a su alrededor la amaban. Ñeambiú correspondía con idéntica vehe­mencia el cariño hondo y apasionado de Cuimbae, mocetón gallardo y valiente, que el padre de ella, el poderoso cacique guaraní, trajo cautivo al regreso de su última expedición victoriosa contra los tupíes.
Idolatraban sus padres a Ñeambiú, su hija única; arrancarla de su lado era arrancarles el corazón; por eso se nega­ban a consentir la boda, alegando que Cuimbae pertenecía a la raza de los tupíes, sus más sañudos enemigos. Ñeambiú, para no disgustar a sus padres, ocultaba su pena y lloraba a solas; una vez, sin embargo, les enrostró su crueldad con esa que llamaban hija del alma y que era ¡ay! la hija de la des­gracia.
Un día Ñeambiú desapareció de la casa de sus padres. Alarmados estos, corrieron a donde estaba Cuimbae, sospechando que de concierto con él hubiese tomado Ñeambiú la extrema determinación de escaparse. Cuimbae ignoraba el suceso; y no podía ni siquiera concebir que una joven tan discreta y amorosa como Ñeambiú hubiera salido fugada de la casa paterna. Pero Cuim­bae contó que había tenido la noche anterior un sueño terrible: Una mujer muy fiera, que representaba la des­gracia, se había llevado a Ñeambiú a los montes del Iguazú, donde mora entre los cuadrúpedos y las aves, que ni la ofenden ni huyen de su presencia.
Como en los montes habita Caaporá, un monstruo con facha humana, que hace desgraciados a quienes por acaso le miran, exclamó el infortunado padre con delirio:
—¡Al Iguazú! ¡A buscar a mi hija, que se la ha llevado Caaporá!
Tras él salió presurosa toda la indiada, repitiendo:
—¡Al Iguazú! ¡A buscar a Ñeambiú, que se la ha llevado Caaporá! ¡A buscar a Ñeambiú!
El clamoreo de los pájaros carpinteros, los ipecúes, alborotados por la presencia de gente, sacó de su refugio a la fugitiva, y hallose esta al punto rodeada por los solícitos enviados del cacique, quienes cariñosamente trataron por todos los medios de persuadirla a regresar junto a sus padres. Ñeambiú no respondía palabra; por el exceso de penar sin esperanza, había perdido la sensibilidad, y con ella el habla. Muda e impertérrita, volvió las espaldas y se internó de nuevo por entre el monte. Las amigas de Ñeambiú, que mucho la querían, viendo frustrada la empresa de los fieles del cacique, decidieron ir juntas todas en busca de la buena Ñeambiú. ¿Y si topaban con Caaporá? Menores serían sin duda los males que si no iban, porque el diablo Añanga, que siempre está alerta para, con el menor pretexto, hacer daño, las castigaría terriblemente por haber dejado de socorrer a la in­fortunada amiga. Fueron, y regresaron desconsoladas: Ñeambiú escuchó sus palabras dulces y cariñosas, impasible y helada. La desdicha de Ñeambiú parecía irremediable.
Consultose entonces, como se hacía siempre en tales casos, al adivino de la tribu, Aguará-Payé, un hombre feísimo, y tan sagaz, que bien merecía su nombre de «Aguará», que quiere decir zorro. Iba cerrando la noche, hora la más a propósito para consultar los oráculos. Aguará-Payé tomó dos enormes mates, llenos el uno con infusión de yerba caá, y el otro con chicha. Apenas hubo be­bido la chicha, empezó a tambalearse y, haciendo visajes espantosos, cayó como muerto. Vuelto en sí Aguará-Payé, dijo:
—Ñeambiú está para siempre in­sensible y muda; es preciso abandonarla a su destino.
—¡No! ¡no! —contestaron los padres de Ñeambiú—. ¡Antes morir que abandonarla! ¡Al Iguazú! ¡Ai Iguazú!
—¡Al Iguazú! —repitieron sus secuaces. —¡Al Iguazú!
Fueron al Iguazú.
Comprendieron todos que Ñeambiú necesitaba un profundo sacudimiento moral. Le anunciaron sucesivamente la muerte de algunas personas de su amistad, la muerte de sus mejores amigas, la muerte de sus padres… Ñeambiú escuchaba muda, impasible, fría. Mudo también seguía Aguará-Payé la triste escena.
—Haz que sienta —le ordenó el cacique.
Obedeciendo la orden, Aguará-Pay: adelantose pausadamente y dijo con lentitud a Ñeambiú:
—Cuimbae ha muerto…
Estremeciose toda íntegra Ñeambiú. Exhalando continuos lamentos des­garradores, desapareció instantánea­mente a los asombrados ojos de los que la rodeaban, quienes, transidos de dolor, quedaron convertidos en sauces llorones. Ñeambiú, convertida a su vez en urutaú, elije la rama más vieja y deshojada de aquellos sauces para llorar eternamente su desventura.
Desde entonces el urutaú o ave fantasma —que vive en el Brasil, Paraguay, Argentina, etc.— llora todas las noches. Su voz es un alarido muy melancólico, tan alto y vigoroso, que se oye a media legua de distancia, y lo repite con pausas durante la noche entera. Pocos lo han visto en los montes, porque de día se mantiene inmóvil sobre las ramas secas y tronchadas de los árboles donde anida, confundiéndose por su color con ellas, y porque solo vuela buscando su alimento durante el crepúsculo y a la luz de la luna.

(Respecto al urutaú hay también la creencia, firmemente arraigada en la gente ignorante, de que llora la ausencia del sol, porque su alarido comienza cuando el sol se pone, y acaba cuando este sale.)

miércoles, 2 de marzo de 2016

MITOS Y LEYENDAS


Los mitos y leyendas son narraciones de origen y transmisión oral, tradicionales y anónimas (el primer autor no trascendió, ya que eran recreados en diferentes versiones y circulaban de generación en generación). Con estos relatos los distintos pueblos han intentado responder a las preguntas más antiguas del ser humano: el origen del universo, del hombre, de los seres y fenómenos de la naturaleza. Como se transmiten oralmente, suelen encontrarse diferentes versiones de una misma historia.
Los mitos son relatos sagrados y ancestrales, ligados a la religión de las comunidades primitivas. Se ubican, por eso, en un tiempo originario (anterior al tiempo histórico), remoto y circular, el de los orígenes del mundo y del pueblo que los crea. Sus personajes centrales son dioses, semidioses, héroes y seres fabulosos o monstruos (minotauro, Medusa, Pegaso, Cíclope, entre otros), es decir, tienen carácter sobrenatural. Temáticamente pueden ser clasificados en mitos de la creación, entre los que se destacan: 1) los cosmogónicos (creación del universo, del mundo); 2) los antropogónicos (creación del hombre); 3) los teogónicos (origen y nacimiento de los dioses). Por su parte, los mitos heroicos narran las hazañas de un héroe sometido a diversas pruebas que debe vencer para alcanzar sus metas y demostrar su superioridad.
Las leyendas no son sagradas, se pueden ubicar en cualquier momento histórico, incluso en la actualidad. Muchas veces están fechadas, ligadas a algún acontecimiento o personaje histórico, y tienen estrecha relación con el territorio que ocupa la comunidad que la produjo. Además, cumplen una función moralizante para el pueblo en el que tienen vigencia: las actitudes de los personajes tienen un premio o un castigo que funciona como ejemplo a imitar o a repudiar por los miembros de la comunidad. Las metamorfosis de los protagonistas suelen expresar la intervención de los dioses con ese fin. La función de la leyenda es explicar, mediante un relato, un suceso extraño o una particularidad del mundo exterior.

Como ya dijimos, el autor real y original de estas narraciones es anónimo. Con el paso del tiempo y las generaciones fueron reversionadas por diversos miembros de la comunidad hasta pasar a la escritura. El narrador (la voz y la mirada dentro del relato) representa la voz colectiva y ancestral por eso cuenta en 3ª persona, desde un punto de vista externo y omnisciente (sabe todo, al igual que un dios).


viernes, 26 de febrero de 2016

CIRAIGO, LA LUNA


Hace mucho tiempo, en la zona del Gran Chaco, vivía la hermosa Ciraigo, hija del Cacique Ipenac. Como era costumbre, el padre la había casado desde jovencita con un capitanejo de la tribu, que tenía fama de ser muy valiente.
Cierta vez los guerreros de una nación vecina invadieron el tolderío de Ipenac. En el combate, el capitanejo cayó herido de muerte; Ciraigo, desconsolada, se arrodilló a su lado muy triste y le prometió que jamás se casaría con otro. Los invasores se llevaron cautiva a la joven Ciraigo.
Pasó el tiempo, el cacique vencedor se enamoró de ella y le propuso que fuera su esposa, pero Ciraigo le contestó que nunca se volvería a casar, y se mantuvo firme, dispuesta a cumplir su promesa.
Pero el cacique estaba muy enamorado y pensó que, si se casaban, ella en algún momento también se enamoraría de él.
Entonces anunció el casamiento, invitó a todo el mundo a la celebración y empezó a organizar una gran fiesta.
Ciraigo, sin saber qué hacer, le pidió ayuda a Cotaá, su dios. 
Él la escuchó: compadecido de la joven, hizo que subiera hasta el cielo y la convirtió en luna.
Desde entonces, Ciraigo es la luna. Allá, en lo alto del cielo, ilumina blanca y brillante a su pueblo.
De esta manera cuentan los mocovíes el origen de la luna.
También cuenta la leyenda que, cuando crece, es señal de que Ciraigo rejuvenece, y esto motivo de fiesta entre los mocovíes. La Ciraigo es inmortal y se renueva siempre.

(Leyenda mocoví)

jueves, 25 de febrero de 2016

EL ORIGEN DE LAS MUJERES


Cuando Kharta creó el mundo no existían el frío, la enfermedad, la muerte ni el hambre. Solo creó hombres y como eran inmortales no tenían necesidad de tener hijos. Estos hombres eran mitad seres humanos y mitad animales. Tenían plumas y pieles en su cuerpo y garras en los pies y las manos, algunos podían volar. Estos vivían felices cazando, pescando y recolectando, el mundo estaba creado para ellos y formaban una unidad entre hombres y naturaleza. Pero estos hombres sentían el impulso natural de la procreación, entonces depositaban su semen en calabazas. Los niños nacían pero como carecían de leche materna comían tierra y así morían.
Tenían la costumbre de salir a cazar y dejar a uno de ellos cuidando la comida. Ese día quedó de vigilante el hombre loro (Elé). Este se tendió en la estera para descansar cuando escuchó unos ruidos extraños que provenían de lo alto. Eran risas, pero Elé no las reconoció porque nunca las había escuchado.
En esa época, de tiempo en tiempo, las estrellas bajaban del cielo por medio de cuerdas de chaguar para robar la comida de los hombres. Estas estrellas eran blancas, brillantes y tenían forma de mujeres. Elé las vio descender por las cuerdas y como eran muy lindas quiso tomar a una de ellas, pero estas mujeres tenían mucho poder y el hombre loro sufrió heridas en su boca, así perdió parte de su facultad de hablar. Mientras estaba dolorido en el suelo observó que las mujeres tragaban el alimento por arriba y por debajo, ya que también tenían dientes en la vagina. Cuando terminaron de comer subieron por las cuerdas hacia Pulé, el cielo, desapareciendo en lo alto.
Cuando llegaron los demás hombres encontraron a Elé herido y la comida saqueada. El hombre no pudo contarles lo que había pasado pues tenía lastimada su boca. Esa noche se reunieron en torno al algarrobo y deliberaron. Decidieron que al día siguiente quedara de guardián el hombre zorro (Voyagá) considerado el más inteligente del grupo.
Al otro día, estando solo Voyagá en la choza, volvieron a descender desde el cielo las mujeres estrellas. Esta vez no se conformaron con lastimar levemente al hombre, le pegaron tanto que el hombre terminó desmayado. Comieron y se marcharon hacia el cielo.
Cuando volvieron los hombres deliberaron nuevamente sentados alrededor del algarrobo. Decidieron que al día siguiente quedara de guardián el hombre tatú (Pamaló), considerado el más fuerte del grupo. Pero al día siguiente sucedió exactamente lo mismo, las mujeres eran demasiado poderosas y los hombres no podían vencerlas.
Chiquii, el carancho, jefe espiritual del grupo, decidió cambiar de estrategia. Esta vez tenderían una emboscada a las mujeres. Un grupo se escondería en el monte cerca de la choza y Volé, el hombre halcón, volaría muy alto y cuando las mujeres estuviesen descendiendo, cortaría las cuerdas y las estrellas caerían fuertemente hacia la tierra. El golpe sería terrible y las mujeres quedarían a merced de los hombres.
Así lo hicieron pero la caída fue tan grande que se enterraron en la tierra y los hombres debieron cavar para buscarlas. El tatú, que era muy bruto y tenía garras muy largas, dejó tuerta a una de ellas. El hombre zorro, que era muy apurado, sacó dos de ellas y las llevó hacia el monte. Él quería probar primero. Pero como no sabía que ellas tenían la vagina dentada, volvió lastimado y gritando. Como el hombre iguana tenía dos penes, entregó uno de ellos al zorro.
Chiquii llamó a una reunión, deliberaron largamente y decidieron que el hombre mosca volaría más allá del mar para traer una solución. Cuando el hombre volvió trajo consigo el conocimiento del fuego, hasta ese momento los hombres comían el alimento crudo. Trajo también el viento, el frío, la enfermedad y la muerte.
Los hombres se pusieron a cantar el día, llegó un fuerte viento, mucho frío. Las mujeres que estaban desnudas se pusieron a temblar y se arrimaron al fuego. Los hombres entonces tiraron al fuego una piedra mágica que explotó y entrando en todas las mujeres les rompió los dientes de abajo. De esa manera los hombres animales se unieron con las mujeres estrellas y sus hijos son el actual pueblo Toba.


(Mito toba)

LA CAJA DE PANDORA


Los dioses encargaron la creación de los hombres y de los animales a dos hermanos llamados Prometeo y Epimeteo. Epimeteo creó a todos los animales y Prometeo creó cuidadosamente a los hombres, semejantes a los dioses, y les concedió el fuego para que pudieran sobrevivir en la tierra.
Prometeo amaba a los hombres, y ofendió a Zeus en dos ocasiones favoreciendo a los hombres. Zeus, dios de todos los dioses del Olimpo, enfadado con Prometeo por sus ofensas, planeó vengarse de él y ordenó a Hefesto que creara a la primera mujer.
Hefesto moldeó con arcilla a una bellísima mujer, a la que llamo Pandora. Zeus dio vida a esta mujer y todos los dioses del Olimpo quedaron tan impresionados que cada uno de ellos le fue concediendo un don. Atenea le otorgo sabiduría, Hermes le dio elocuencia y Apolo dotes para la música. Zeus le entregó a Pandora una hermosa caja, le explicó que en ella había guardado tesoros para Prometeo y que no debía abrirla bajo ningún concepto.
Pandora y su caja fueron entregados a Prometeo como regalo. Este aceptó los regalos pero como no se fiaba de Zeus se los entregó a su hermano Epimeteo y le dijo que guardara bien la llave de la caja para que nadie pudiera abrirla.
Epimeteo se enamoró de Pandora, se casó con ella y guardó la caja. Pandora, que era muy curiosa, no pudo aguantar más y un día le quitó la llave a Epimeteo y abrió la caja.
Al abrirla, salieron de ella cosas horribles para los seres humanos, como guerras, enfermedades, terremotos, hambre, dolor, y demás calamidades. Zeus, que sabía que Prometeo amaba a los hombres, quiso vengarse de él creando estas calamidades para el objeto de su creación. Pandora, asustada y tomando consciencia de los males que salían de la caja, intentó cerrarla de nuevo, pero ya era tarde y solo consiguió mantener dentro la esperanza. Desde entonces los seres humanos se hayan expuestos a todos los males que salieron de la caja y la esperanza, que se pudo quedar guardada, ayuda a las personas a soportar estas catástrofes que se extienden sobre la tierra.

miércoles, 15 de abril de 2015

MITOS


Los mitos son narraciones protagonizadas por personajes de carácter divino o heroico, que dan una explicación al origen del mundo, del hombre y de fenómenos naturales. Transcurren fuera del tiempo histórico —o sea, impreciso, como lo es el tiempo de los dioses— y, en algunos casos, en lugares no determinados.
En la antigüedad los mitos ofrecían respuestas a preguntas ancestrales, entre otras, cómo se crearon el cielo y la tierra. Estos mitos se llaman “mitos de origen”, que parten de la nada o del caos previo a la creación, que es obra de uno o de varios seres superiores o dioses. El hombre quiere saber por qué se producen los diferentes fenómenos de la naturaleza, en qué se transforma lo que él ve que desaparece. Es decir, se originan porque un pueblo necesita suplir una carencia propia, relacionada con su historia como comunidad o con las fuerzas de la naturaleza.
Hoy en día, los acontecimientos se explican por medio de la ciencia (geografía, física, química, filosofía…) y el análisis histórico. Pero como en la antigüedad algunas de estas ciencias no existían o estaban poco desarrolladas, surgieron los mitos: relatos que daban cuenta imaginariamente de todo aquello que parecía no tener explicación. Los mitos surgieron como respuestas colectivas de un pueblo o comunidad frente a lo inexplicable. Circulaban oralmente entre los habitantes y pasaban de generación en generación. Por eso —por el paso del tiempo— existen diversas versiones escritas de un mismo mito.

¿Verdad o ficción?

Para los habitantes de los antiguos pueblos, los relatos míticos no eran historias imaginarias, sino que constituían la base de su religión, y por lo tanto, tenían carácter de verdad. En aquella época, los mitos eran la base de la religión de los pueblos.
Actualmente, esos relatos fueron ficcionalizados y pasaron a formar parte de la literatura, que crea belleza a través del uso expresivo de las palabras. Se utiliza la imaginación para crear ficción. Con las palabras que lo componen se crea belleza, por eso el mito es un relato con intencionalidad estética.

Personajes mitológicos

Los relatos míticos tienen como protagonistas a los dioses o héroes de un pueblo.
Los dioses superan a los hombres en belleza, fuerza y poder. Pero, al igual que los humanos, poseen virtudes, defectos y pasiones
Los héroes son inferiores a los dioses y superiores a los hombres. Nacen de la unión de un dios y una mujer o entre un hombre y una diosa. Se destacan por su fuerza o por su astucia y siempre sus hazañas superan a las posibilidades humanas. Otros seres sobrenaturales están dotados de extraños poderes, como ser los elfos (que pertenecen a la mitología escandinava o nórdica), los centauros o las sirenas.

Algunos mitos:

Lutey y la sirena (mitología celta)
Apolo y Dafne (mitología griega)
Teseo y el Minotauro (mitología griega)

jueves, 17 de julio de 2014

LUTEY Y LA SIRENA (leyenda celta)


En otros tiempos, los pescadores de Cornualles solían peinar las algas acumuladas en la playa por si entre ellas había objetos valiosos arrastrados a tierra desde los muchos naufragios que eran el tributo impuesto por aquella cruel costa rocosa.
Un día, Lutey de Cury, que está próximo a Lizard Point, descubrió una adorable sirena varada en uno de los muchos charcos que forma la marea entre las rocas.
Era una preciosa criatura y le fue fácil convencer a Lutey para que la devolviese al mar en retirada. Apretándose contra él, le ofreció cumplirle tres deseos por su bondad, y Lutey, que era una buena persona, pidió primero tener la facultad de romper los embrujos; después, la facultad de obligar a los espíritus protectores de las brujas a hacer el bien a los demás, y tercero, que estas dos facultades las heredaran sus descendientes.
La sirena le concedió gustosa estos deseos, y en vista de que había elegido sabia y desinteresadamente, le añadió dos dones: primero, que nadie de su familia estaría necesitado jamás, y segundo, la forma de llamarla utilizando su peine mágico siempre que la necesitase. Le dio las gracias sinceramente y, llevándola en brazos sin esfuerzo, se encaminó hacia el mar.
Ahora bien, Lutey era un hombre bien parecido y fuerte. Y la sirena comenzó a sentir deseos de volverle a ver. Ella era una criatura realmente encantadora, con una pálida cabellera de tonos plateados, ojos grandes y verdes y una ronca voz líquida de gran dulzura. Cuando, por fin, llegaron a la orilla del mar, ella comenzó a suplicarle que se adentrase un poco más en el agua agarrándose a su cuello cuando se disponía a soltarla. Su voz era tan suave y tan dulce el movimiento de su cuerpo elástico entre sus brazos, que Lutey avanzó en el mar y se hubiera perdido para siempre si no hubiera sido porque su perro ladró furiosamente desde la ribera y le recordó a su esposa e hijos amados. Pero entonces la sirena se aferró a él con más fuerza queriendo arrastrarle hacia la mar gruesa, hasta que, al fin, Lutey desenvainó su cuchillo y la amenazó con él.
Era el cuchillo de hierro, metal repulsivo para los sirénidos, por lo que ella se lanzó rápidamente al mar gritando:

“¡Adiós, adiós!
¡Que sigas bien, mi amor!
Nueve años esperaré por ti
y te llevaré en mi corazón, amor.
¡Entonces, volveré!”.

Se realizaron todos los deseos de Lutey y su familia y sus descendientes se hicieron famosos sanadores. Pero también se cumplió la promesa de la sirena, ya que volvió a los nueve años del día en que la arrojó de sí. Pescando estaba con uno de sus hijos, cuando se alzó sobre las aguas verdes como sus ojos líquidos, agitó su sedosa cabellera y le hizo señas. Lutey se volvió hacia su hijo y le dijo: “Ya es la hora. Tengo que pagar mi deuda”. Pero no parecía nada triste al lanzarse al verde abismo con su amor de voz de plata.
También se dice que, desde entonces, cada nueve años se pierde en el mar un Lutey de Cury. Pero si se marcharon tan gozosamente como el primer Lutey, eso nadie lo sabe.

(Leyenda celta)

martes, 13 de mayo de 2014

LEYENDAS


Las leyendas, al igual que los mitos, son historias maravillosas que tienen origen colectivo y oral. Son narraciones de carácter tradicional que cuentan sucesos en los que la realidad y la fantasía se mezclan para justificar un hecho de la naturaleza o de la vida misma del hombre. Son transmitidas de generación en generación y no tienen autor, ya que nacen del pueblo y pertenecen a la comunidad toda: a los niños, a los adultos y a los ancianos. En virtud de ello, como todos participan de su creación y recreación, suele haber varias versiones de una misma leyenda. Su carácter maravilloso está dado por la intervención de la magia o hechos sobrenaturales (aparición de fantasmas, dioses, monstruos, hadas) o por la transformación de un personaje en algún elemento propio de la naturaleza, como es el caso de la leyenda de la flor de irupé.

Algunas leyendas:

lunes, 26 de agosto de 2013

MISERIA


Cuentan que había un hombre que se llamaba Miseria y era herrero.
Ya cansado de la pobreza, porque no tenía para dar de comer a sus hijos, resolvió entregarle su alma al diablo por tres bolsas de plata.
En el plazo de un año debía venir el diablo a llevarlo.
Un día se le presenta un viejito andrajoso en un caballo flaco y sin herradura.
El herrero le dio hospedaje, la mujer lo remendó y lo lavó, y le colocaron herraduras al caballo. Cuando el viejito se quiso ir le dijo al herrero:
-¿Con qué te pagaré el favor que me haz hecho?
-No es nada.
-Bueno , te daré tres dones: el que se siente en esta silla, no se parará hasta que le ordenes. El que entre en la bolsa, no saldrá hasta que se lo ordenes, y el que suba a esta planta de nogal, no bajará hasta que se lo ordenes.
Se despidió el viejito y se fue; este había sito tata Dios.
Cuando se cumplió el plazo, vino un diablo a buscarlo y el herrero le dijo:
-Espere que termine de hacer la herradura, siéntese en esa silla.
Cuando terminó de hacerla le dijo al diablo:
-Vamos.
Y como el diablo no se podía levantar, se quedó sentado.
Al rato le dijo el diablo al herrero que si lo dejaba levantar le perdonaría la vida un año más . El herrero le ordenó que se levante y el diablo se fue.
Cuando se cumplió un año vinieron tres diablos a llevarlo y el hombre les dijo:
-Esperen que termine de hacer esta herradura, suban al nogal a comer nueces.
Se subieron los diablos a nogal, y no se podían bajar. Desesperados, dijeron al herrero que le perdonarían un año más de vida si los dejaba bajar.
El herrero les ordenó a los diablos que bajaran y se fueron.
Al año siguiente vinieron cincuenta diablos en mula a buscarlo. El herrero les dijo:
-Voy a ir, pero antes entrarán todos en esta bolsa.
Los diablos se metieron y el herrero los agarró a palos.
Los diablos le pidieron que los dejara salir, que le iban a perdonar la vida si los sacaba de dentro de la bolsa. El herrero les ordenó que salieran y se fueron.
Cuando Miseria murió, Dios no lo dejó entrar al Cielo, pues había vendido su alma al diablo.
Bajó al Purgatorio y tampoco lo recibieron, entonces bajó con el palo al infierno.
Salieron los diablos a recibirlo y lo vieron a Don Miseria con el palo en la mano, se asustaron y corrieron a cerrar las puertas del infierno.
Se volvió a Dios Don Miseria y le dijo que los diablos no querían recibirlo. Así fue que Dios lo mandó a que ande penando por este mundo y es por eso que la miseria no se acaba.

Fuente: Alda Agüero de Agüero. La Carrera (Catamarca). En Cuentos folklóricos de la Argentina. 1ª serie. Introducción, clasificación y notas de Susana Chertudi. Buenos Aires, Instituto de Filología y Folklore, 1960.

miércoles, 23 de mayo de 2012

EL CHOGÜÍ (leyenda guaraní)


Hay varias versiones de esta leyenda guaraní.La siguiente es una de ellas:



Una joven india guaraní tenía un hijo y este no tenía con quién jugar; su única diversión era mirar cómo volaban los pájaros tan libres y tan dueños del cielo. Al indiecito le gustaba mucho encaramarse, subirse a los naranjos a comer las ricas naranjas. Su madre cada vez que salía a trabajar le encargaba que no saliera de la casa, ya que podía venir un animal salvaje y hacerle daño. Siempre prometía hacer caso, pero la mayor parte de las veces llegaba la mamá y no encontraba a su hijo, que atraído por el bosque andaba deambulando por él.
Un día lo castigó fuertemente con una rama y le hizo prometer no ir más al bosque. Durante mucho tiempo cuando la madre volvía él ya estaba en casa. Pero un día estaba en lo alto de un naranjo mirando el camino para ver venir a su madre para bajar corriendo, pero no la vio llegar. Cuando la madre llegó a su rancho y no lo encontró, lo llamó fuerte y el niño la escuchó. Al querer bajar tan rápido, sus pequeños pies se resbalaron y cayó al suelo. La madre no escuchó cuando el niño cayó y en el mismo momento que cerró sus ojos para siempre, su cuerpo sufrió una transformación tal, que se convirtió en un pájaro chogüí, como aquellos a los que había admirado tanto. Sobre la cabeza de la india que esperaba a su hijo, pasó volando y cantando y se fue con toda la bandada de chogüíes.
Según cuenta la leyenda, el indiecito convertido en chogüí viene todos los días a su casa, acompaña a su madre al trabajo y va a los naranjales a picotear las naranjas que son su fruta preferida.

* * * 

Y esta es otra de las versiones:


Chogüí era un indiecito que viva en una tribu, con sus padres, en la selva misionera. Su cuerpo estaba tostado por el sol ardiente de esa zona y sus ojos inteligentes, eran negros y rasgados, como los indios de su raza. Pero Chogüí no era un indio como todos. En lugar de jugar con otros niños se internaba en la selva para hablar con los pájaros, a quienes él consideraba sus mejores amigos. Muchas veces, sentado sobre el tronco de un viejo timbó, tomaba su flauta y tocaba dulces melodías que las aves respondían con armoniosos trinos. Casi siempre, al atardecer se veía en un claro del bosque al niño con su flauta, rodeado de pájaros que revoloteaban a su alrededor. El sonido de la flauta de Chogüí, mezclado al murmullo misterioso de la selva, era respondido por el trino de las aves. En los días calurosos, Chogüí se bañaba en las aguas de algún manantial; junto a él chapoteaban los pájaros que alegremente hundían sus picos y patitas en el agua fresca. Otras veces, Chogüí seguía sigilosamente a los cazadores de pájaros y desarmaban sus Ñuhas para que no pudieran atraparlos. El cacique, enojado por esto, lo reprendía y no lo dejaba salir por algunos días de la tribu. Entonces, Chogüí era visitado por los pájaros con los que compartía los granos de Abata-í. Estos le devolvían su generosidad, trayéndole en sus picos jugos de naranja y miel de Yete-í, que al goloso niño le gustaban mucho.
Un día que Chogüí estaba en un claro del bosque tocando su flauta, un picaflor se acercó desesperado. Sus pichones estaban en un árbol que había sido invadido por las hormigas. Las hormigas "asesinas de la selva" pueden atacar a una planta y dejarla en pocos minutos simplemente desnuda. La madre picaflor que sabía esto, lloraba por la suerte que correrían sus hijitos. Chogüí no lo pensó dos veces. Subió al árbol inmediatamente. Pero al trepar fue atacado por las hormigas que aguijonearon su cuerpo. A pesar de los dolores que las picaduras le producían Chogüí llegó hasta la rama donde estaba el nido. Rápidamente lo tiró sobre la hierba, salvando así a los pichones. Atontado y dolorido por las picaduras, perdió pie, cayendo al vacío. El golpe fue tan grande que Chogüí quedó en el suelo, con los ojos cerrados y sin moverse. Los pájaros sorprendidos primero y desesperados después, lo rodearon. Con sus picos le echaron agua para reanimarlo. Poco a poco comprendieron que Chogüí había muerto, Entonces un inmenso gemido de dolor recorrió la selva: ¡Chogüí ha muerto! Las ardillas, los sapos y los venados también se conmovieron. Ellos habían conocido a Chogüí y lo querían. 
Al intenso dolor siguió una gran quietud, la selva tan poblada de animales y plantas calló. El sol se ocultó en el horizonte dorando suavemente las hojas de los árboles en un atardecer tristísimo. 
Una a una, las aves levantaron vuelo y al cabo de un largo rato volvieron trayendo en sus picos una flor color azul. Las había de todas formas y tamaños y de extraños aromas. Pero todas eran azules. Las flores azules eran las preferidas de Chogüí. Los pájaros lo recordaban bien. Y ese sería el homenaje a su mejor amigo. Lentamente, en la roja tierra misionera apareció, una gran mancha azul. Sobre ella revoloteaban cientos de pájaros que con sus alas multicolores formaban un arco iris de plumas. 
Las aves con encantadores trinos le pidieron a Tupá que hiciera un milagro. Que convirtiera al indiecito en pájaro, como él lo había soñado. Cuenta la leyenda que de la montaña de flores salió un pájaro azul cantando ¡Chogüí, Chogüí! y se perdió en el cielo seguido de miles de pájaros. Y desde ese día se puede encontrar en la selva misionera, sobre todo en los naranjales, un bello pájaro azul cuyo canto dice "chogüí, chogüí".

* * * 

También tiene su canción:
CANCIÓN

Cuenta la leyenda
que en un árbol se encontraba
encaramado
un indiecito guaraní.
Que sobresaltado
por el grito de su madre
perdió apoyo, y, cayendo se murió.
Y que entre los brazos maternales
por extraño sortilegio
en chogüí se convirtió.
Chogüí, chogüí, chogüí, chogüí
qué lindo está mirando acá.
Mirando allá, volando se alejó.
Chogüí, chogüí, chogüí, chogüí
qué lindo es, qué lindo va
perdiéndose en el cielo azul turquí.
Y desde aquel día
se recuerda al indiecito
cuando se oye, como un eco, a los chogüí;
es el canto alegre y bullanguero
del precioso naranjero
que repite su cantar;
canta y picotea la naranja
que es su fruta preferida,
repitiendo sin cesar:
Chogúi, chogüí, chogüí, chogüí...

Escuchala:

miércoles, 21 de marzo de 2012

APOLO Y DAFNE (Mito griego)



Alguna vez Apolo quiso competir con Eros (Cupido) en el arte de lanzar flechas. Eros, molesto por la arrogancia de Apolo, ideó vengarse de él. Para ello lanzó al hermoso dios una flecha de oro, que causa un amor inmediato a quien hiere; por el contrario, hirió a la ninfa Dafne con una flecha de plomo, que causa desprecio y desdén.
El calor ha recluido en sus guaridas a las fieras, el río parece haber detenido el curso de sus aguas y ni siquiera rasgan el aire las alas de las mariposas. El sol deja caer a plomo sus rayos, penetra entre las ramas y sofoca en el bosque todo signo de actividad. Silencio. Dafne, con los ojos entornados, descansa sentada en la orilla, refrescando sus pies en la corriente del río Peneo. De pronto, se incorpora y gira hacia atrás la cabeza. Quizá la ha alertado un ruido, el roce de una hoja, o la sensación de una mirada ardiente sobre su nuca. A unos pasos de ella, un hombre en pie la mira. Al percibir el sobresalto de la muchacha, el hombre tiende hacia ella su mano y le dice: “No temas, soy Apolo y ardo de amor por ti.”
Los pies de Dafne vuelan más veloces que el viento, se internan entre los árboles, saltan nudosas raíces, esquivan obstáculos. Si antes eran aliados de su belleza, ahora sus cabellos son un estorbo, pues se prenden en las ramas y le frenan la huida. Apolo no es menos veloz: a él no lo impulsa el miedo ni el rechazo, sino el deseo.
El descarnado e inmediato deseo de poseer a la joven espolea su cuerpo entero, le confiere energía y lo hace incansable. A Dafne se le agotan las fuerzas: sus piernas flaquean, la respiración se hace más fatigosa, sus movimientos se tornan torpes. Siente a sus espaldas el aliento del dios, las puntas de sus dedos que están a punto de aferrarla.
La ninfa dedica su último esfuerzo a pedir auxilio a su padre, el río Peneo: “Padre” – dice – “si tienes algún poder divino, ayúdame. Haz que desaparezca este cuerpo mío, puesto que es lo único de mí que desea mi perseguidor”. Y su padre, compadecido, hace que al instante broten ramas de sus dedos, raíces de sus pies, hojas de sus cabellos.
Cuando Apolo consigue al fin alcanzarla, es a un tronco leñoso, a un esbelto laurel a quien abraza, viendo su deseo burlado, dijo: “Y puesto que no puedes ser mi mujer, en verdad serás mi árbol. Siempre te tendrán, laurel, mi cabellera, mi cítara, mi aljaba.”

Nota
El árbol de laurel fue así consagrado a Apolo, y la corona de sus brillantes hojas se convirtió en el premio que recibían los mejores poetas, músicos o artistas.



lunes, 19 de marzo de 2012

La leyenda de Ka’a



de "Mitología Guaraní" de Jorge Montesino (Paraguay)

Sentada sobre el borde rocoso del arroyo una bella joven juega metiendo sus pies en el agua. Las gotas que levanta vuelven al cauce más brillante que antes, como tocadas por una varita mágica. Un ave de blanco plumaje bebe a orillas del arroyo. La muchacha observa al ave.
El tiempo parece inexistente a esta hora de la tarde. Nadie más se ve en las inmediaciones. El pájaro bebiendo a sorbos pequeños, picotea el agua. Ka’a juega con el agua. Los pies de la niña y el agua del arroyo son lo único móvil. No hay una gota de viento. Las plantas parecen expectantes.
Del otro lado del arroyo una enmarañada vegetación de verdes fulgurantes. De este lado, las piedras y una amplia extensión de doradas arenas. La tierra parece detenerse a observar la imagen de la chica en el arroyo. De la espesura surge de pronto una pequeña caravana. Va encabezada por un hombre joven, alto y altivo.
Ka’a nota a la caravana porque un momento antes de aparecer, el ave levanta vuelo asustada dejando en el aire un graznido que ahora flota sobre la cabeza de quienes van cruzando el arroyo sobre las piedras. El hombre que encabeza la caravana llama la atención de Ka’a. Es alto y fuerte. Su mirada está clavada en algo con fijeza, pero Ka’a no sabe precisar dónde. Su mirada resulta irresistible para la joven que con los pies en el agua observa a los forasteros. Ninguno de ellos parece percatarse de la presencia en la costa. Pasan muy cerca de donde está Ka’a pero nadie dirige un saludo ni una mirada. Los largos pasos del hombre se adentran en un estrecho sendero y se pierden en un recodo.
Más tarde, Ka’a vuelve a la aldea y cuando cae la noche procura descansar. La fiera mirada del forastero que ha visto durante la tarde le inquieta. Ha perdido su habitual tranquilidad. Hay una vibración extraña en la joven. Nunca se ha sentido de esa forma. Da vueltas en su hamaca sin poder conciliar el sueño durante horas. Cuando la noche ya está muy avanzada el sueño la vence y cae en una especie de sopor. En sueños los negros ojos del forastero le calan el corazón.
El sol alarga su luminoso cuerpo cuando Ka’a despierta. Despierta posiblemente al escuchar una voz desconocida. Su padre conversa con alguien. Ka’a se queda quieta en su hamaca. Su padre conversa con el hombre de la caravana. Y el hombre al que ahora puede ver de cerca está relatando los objetivos que lo han traído hasta las tierras de Ka’a.
“Como avare mbya tengo la misión de recorrer estas tierras en busca de una gran ofrenda para el templo de Mbaeveraguasu. Es bien conocida la riqueza en metales preciosos que se da en estas tierras y los mbya queremos recorrerla sin chocar con nadie”.
“Délo por hecho”, contestó secamente el padre de Ka’a.Ka’a no pudo evitar la fascinación que la mirada de aquel joven sacerdote despertaba en ella y estuvo viéndolo a través del tejido de la hamaca en la que, ya despierta procuraba ni siquiera respirar para que nadie advirtiera su presencia. En aquella incómoda posición, Ka’a recordó todo lo que de los mbya había escuchado en el pasado. Decían que se creían insuperables y que ningún mbya, mucho menos los avare, se casaban con gentes de otras tribus. Tan elevado era el amor propio de los mbya. Ka’a se dijo para sí misma que eso a ella no debía importarle, puesto que intentaría conquistar a aquel que estuvo mirándola y entró en sus sueños toda la noche.
El avare se despidió del cacique diciéndole que durante aquel día andaría observando los alrededores sin alejarse mucho. Ka’a que era toda oídos se levantó ni bien el sacerdote se hubo retirado del lugar y anduvo recorriendo los alrededores de la aldea con la esperanza de encontrarse con aquel que había venido a visitarla en sueños.
Anduvo así durante varias jornadas y muchas fueron las veces en que los jóvenes cruzaron sus miradas. Ka’a sentía el ardor del avare. Lo notaba en las cosas imperceptibles y misteriosas que solo se dan a conocer cuando el amor despierta. Varias veces se cruzaron en el bosque y en los arroyos, el avare y los suyos buscaban piedras preciosas. Ka’a buscaba al sacerdote.
Una tarde sombrìa Ka’a se enteró de que el avare volvería a su pueblo. El dolor atravesó el corazón de la joven. Ante la posibilidad cierta de perderlo para siempre, Ka’a salió en busca del avare a quien pensaba manifestar su amor.
Ka’a marcha decidida. Dispuesta a usar todas las armas de la seducción para despertar la pasión que intuye escondida en el alma del sacerdote mbya. Una extraña fuerza gobierna cada paso de la muchacha que avanza hacia el arroyo como si supiera que allí va a encontrarse con el avare.
Ka’a está frente al hombre.
Todo indica que será correspondida. El mbya siente que su sangre hierve. Se reprime. Lucha contra sus propios sentimientos. Lucha contra la pasión que le inunda el cuerpo.
El ascetismo contra la pasión.
Despiadada es la lucha en el interior del hombre que, por un lado está enceguecido de amor por la joven y por el otro tiene una misión que cumplir para la cual ha sido adiestrado durante largo tiempo. Ka’a baja hasta la arena y danza para el avare. Su cuerpo se mueve con gracia despertando cada vez con más intensidad el deseo del avare.
Ahora Ka’a se desliza a través de las piedras. Se acerca al hombre. Le confiesa su amor. Lo abraza. Hay un momento que se hace eterno cuando las palabras de Ka’a se enredan en los vestidos del sacerdote. Es en ese instante eterno cuando el ascetismo aprovecha la distracción y aniquila a la pasión. El joven sacerdote toma el hacha de piedra que lleva consigo y sin pensarlo ni una sola vez la azota sobre la cabeza de Ka’a que se desploma sin un solo quejido. La sangre de la joven mancha la piedra. El mbya sin siquiera mirarla guarda su arma y se marcha dando la espalda a la pasión y al amor para siempre jamás.

Han pasado los años.
El dolor de la tribu por la muerte de Ka’a ya casi no se recuerda.
Un viejo sacerdote mbya llega hasta aquella aldea. Viene el hombre con la espalda doblada por los años. Viene el hombre cargando el peso de la muerte de la pasión en su alma. Se detiene en aquella piedra junto al arroyo. Se sienta allí a descansar. Un arbusto de hojas desconocidas para el sabio sacerdote le brinda su fresca sombra en la tórrida tarde de verano. De las brillantes hojas del arbusto se desprende un aroma que le lleva a tomar unas cuantas hojas y masticarlas. El jugo de las hojas penetra en su cuerpo como un elixir de vida. Ya no hay dudas, el viejo sacerdote ha venido a encontrarse con su último momento al único sitio donde conoció la vida con plenitud. Allí donde en sus años de juventud perdiera la posibilidad del amor de una vez y para siempre. El mbya siente que viaja hacia el amor. La yerba que ha probado por primera vez no es sino la encarnación de aquella dulce joven que le confesara su amor. Ahora el avare viaja su viaje infinito y último para reunirse con su amada. Lleva en su boca el recio sabor de la yerba mate.



miércoles, 25 de agosto de 2010

LEYENDA DE LA FLOR DE IRUPÉ

Érase una doncella bellísima que se enamoró de la luna. La joven sufría con su amor sin esperanzas, mirando al astro de la noche esparcir su pálida luz desde la altura
Un día, llevada por la fuerza de su pasión, decidió ir a buscar a su celestial amante. Subió a los árboles más altos e inútilmente tendía los brazos en busca de lo inalcanzable. A costa de grandes fatigas trepó a la montaña, y allí, en la cima estremecida por los vientos esperó el paso de la luna pero también fue en vano.
Volvió al valle suspirosa y doliente, y caminó, caminó para ver si llegando a la línea del horizonte la podía alcanzar. Y sus pies sangraban sobre los ásperos caminos en la búsqueda de lo imposible.
Sin embargo, una noche, al mirar en el fondo de un lago vio a la luna reflejada en la profundidad y tan cerca de ella que creía poder tocarla con las manos. Sin pensar un momento se arrojó a las aguas y fue a la hondura para poder tenerla. Las aguas se cerraron sobre ella y allí quedó la infeliz para siempre con su sueño irrealizado.
Entonces
Tupá, compadecido, la transformó en irupé, cuyas hojas tienen la forma del disco lunar y que mira hacia lo alto en procura de su amado ideal.

LA COMUNICACIÓN HUMANA Y EL NACIMIENTO DE LA NARRACIÓN ORAL

La comunicación entre los hombres surgió como una necesidad. Pero, ¿cómo?
Señas, sonidos, movimientos corporales, dibujos, fueron seguramente los primeros signos que utilizaron para comenzar a comprenderse mutuamente y poder vivir en sociedad.
La necesidad de expresar sus sentimientos y el mundo que lo rodea surge con el mismo ser humano y lo fue haciendo a través de la historia por distintos caminos.
Sonidos emitidos primero sin una razón lógica se fueron unificando, cobrando sentido y agrupando hasta dar con un sistema de comunicación cada vez más complejo y eficaz: con las palabras comenzaron a expresar sus ideas de una forma más coherente y la comunicación entre los hombres comenzó a encontrar un código casi perfecto: el LENGUAJE.
Primero en forma oral, luego con la palabra escrita.
En el hombre existe un deseo innato que es el de CONTAR. En la antigüedad se creía que había hombres dotados para relatar hazañas de los dioses y los héroes y se los llamaba aedo, bardo, juglar, trovador.
Esas historias de dioses y héroes fueron tomando diferentes formas y adoptando diferentes personajes, historias que se fueron transmitiendo por tradición de generación en generación, pasando de “boca en boca” con los consiguientes cambios lógicos que esta forma producía, lo que hace que por cada historia exista una versión diferente.

Entre esos textos que nacieron de la oralidad encontramos a las LEYENDAS, narraciones de carácter tradicional que cuentan sucesos en los que la realidad y la fantasía se mezclan para justificar un hecho de la naturaleza o de la vida misma del hombre.

martes, 16 de marzo de 2010

LEYENDA: La flor de lirolay

Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados los sabios más famosos.
Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que solo la flor del lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.
Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara l
a flor del lirolay.
Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.
Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía, a normas idénticas.
Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.
El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.
El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.
Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron humillados. La conquista no solo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona; la envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo del medio.
Poco antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.
Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista apenas pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.
De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.

Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.
Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras: “No me toques, pastorcito, ni me dejes tocar, mis hermanos me mataron por la flor de lirolay”.
La fama de la flauta mágica llegó a oídos del rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras: “No me toques, padre mío, ni me dejes tocar; mis hermanos me mataron por la flor de lirolay”.
Mandó entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así: “No me toquen, hermanitos, ni me dejen tocar; porque ustedes me mataron por la flor de lirolay”.
El pastor fue llevado al lugar donde había cortado la caña de su flauta y mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe, vivo aún, salió desprendiéndose de las raíces.
Descubierta toda la verdad, el rey condenó a muerte a sus hijos mayores.
El joven príncipe no solo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el rey también los perdonara.
El conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.
. Esta leyenda es conocida en la región norteña, en la región andina y en la región central de Argentina. En Salta se la llama "La flor lirolay"; en Jujuy "La flor del ilolay"; en Tucumán "La flor del lirolá” y también "del lilolá", y en Córdoba, La Rioja y San Luis "La flor de la Deidad".
Extraída de "Antología Folklórica Argentina", del Consejo Nacional de Educación, Guillermo Kraft Ltda., 1940