Sí, decir que los signos de apertura de interrogación y exclamación existen tal vez es una obviedad demasiado obvia —valga la redundancia—, pero en los días que corren, conviene recordarlo por muy evidente que parezca. No en vano, desde la publicación de la primeraOrtografía de la lengua española en 1741 tenemos la obligación de usarlos. (Aunque parezca un capricho romántico y estético emplearlos o los mismos signos nos resulten arcaísmos como uebos, que no.)
Por influencia del inglés, comodidad o desconocimiento, los signos de apertura (¿ ¡) pasan de vez en cuando a un segundo plano. Para muchas personas el desuso de estos símbolos parece lógico, pero nada más lejos de la realidad: sin ellos no podríamos preguntar, no podríamos asombrarnos y no podríamos exclamar correctamente. Y aunque parezca una exageración, esta afirmación no es errónea.
Al contrario que la lengua de Shakespeare (u otros idiomas), el castellano, para nuestra desgracia o fortuna, no tiene una forma gramatical evidente e irrefutable de indicar siempre el inicio de una pregunta. Lo mismo ocurre con las oraciones exclamativas —en esta caso también en el caso del inglés—: no hay forma de identificarlas en español y, además, pueden ser iguales a las oraciones enunciativas, imperativas, dubitativas…, que no tienen señal alguna.
Y no vale pensar que con el símbolo de cierre basta porque lo vemos al final de la oración y ya advertimos su entonación. Primero, porque nuestra agudeza visual es limitada; y segundo, porque en preguntas o exclamaciones especialmente largas, ver el signo de cierre cuando empezamos con el enunciado es imposible.
Siendo así, la utilización de los signos de apertura tanto de interrogación como de exclamación se hace imprescindible para una correcta comprensión e interpretación. No seamos holgazanes y utilicemos, al igual que los signos de cierre de interrogación y exclamación, los de apertura.
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